Al tiempo que aumenta el empobrecimiento del espíritu en el ser humano, van surgiendo respuestas en su entorno citadino como objetivaciones transformadas y deformadas de lo que una vez fuera autenticidad íntima de primer grado. Así puede hablarse de la estetización del entorno formada ésta por el cúmulo de imágenes superficiales y otras que pueden encontrarse en la vida cotidiana: revistas, pequeña pantalla, vallas publicitarias…, con las cuales podemos caer en el engaño del espíritu y en el adormecimiento del ánimo. Ante tal panorama de astucias cotidianas que distraen nuestra conciencia, obras como las de Eduardo Miguel Abela Torrás despejan el horizonte, al volver a situar al hombre frente ¿al arte?
Despejando incógnitas de su original trabajo, que brilla con particular acento en la panorámica de la plástica cubana donde ocupa un excelente y ganado lugar, en su currículo descubrimos que es graduado de la Academia de San Alejandro en la especialidad de grabado (pues entre sus más acariciados sueños juveniles añoraba ser diseñador).
Pero como la vida es indomable terminó como realizador de dibujos humorísticos en diversos medios nacionales de prensa hasta comienzos de los 90, del pasado siglo. Ello, indudablemente terminó de moldear su ingenio, le abrió puertas, desató energías internas, lo preparó para su trabajo pictórico posterior, donde el humor, ingrediente primordial de lo cubano, allanó un camino, le ofreció vías de escape donde detonar los fueros internos y hacerse un artista en mayúsculas. Siguiendo con muy buen paso la estirpe de sus antecesores: porque Eduardo Miguel Abela Torrás constituye la tercera generación de un apellido célebre en el arte cubano, que dio inicio en el siglo XIX con su abuelo, Eduardo Abela Villarreal (nombre cimero de la caricatura y de las artes plásticas nuestras, en la vanguardia), y que dio paso después a su padre, Eduardo Abela Alonso.
Y hablamos del humor como hilo conductor e inductor, pues su abuelo es el creador de El Bobo (de Abela) que tanto dio de que hablar en disímiles publicaciones periódicas cubanas en el pasado siglo. Y que junto a “El Loquito” (Nuez) conforman un dúo de espectacular alcance —oriundo, ambos de San Antonio de los Baños. Y es que el humor en él aparece como algo íntimo, cercano y parte de su ser. De ahí que surja en cualquier momento de su creatividad, ya sea en pintura, objetos escultóricos, grabados, collages, fotografía, es parte indisoluble de su ¿familia?
Muy claro estuvo desde el principio, el joven artista, pues su brújula creativa enfocaba arte/humor, un gen difícil de separar, sobre todo para estar a tono con su tiempo y sociedad. Y decidió, desde sus fueros más internos, pero de forma espontánea, que lo más conveniente era crear una estructura donde el ordenamiento plástico fuera reemplazado por esquemas preestablecidos en función de su eficacia. De esa manera, la estructura conformaría un determinado orden que a su vez sería el generador de la propia estética, enfocada hacia un método muy en boga en los últimos tiempos y que él ha desarrollado ampliamente en sus creaciones desde finales del siglo XX: la apropiación de obras/autores importantes de la historia del arte con los que “matizar” su obra cubana…
Innovar donde impera la convención y hasta la burla de la imagen (fuente de donde extrae muchos elementos que la personalizan), proponer generosamente acontecimientos desde una situación fenomenológica para la fatigada percepción del hombre contemporáneo, y hacerlo llegar, de esta forma, a la inducción de una real/auténtica estética o aisthesis que significa no sólo percepción sino conocimiento cuyo punto de partida es lo sensorial para llegar al concepto.
Una estética tan amplia como la vida
De esta manera, Eduardo Miguel Abela Torrás alcanza sus fines, tanto en lo individual como en lo público. En el primero, la obra de arte ofrece desde su amplia estética múltiples variantes en visiones de tiempos que logran reavivar en la intimidad del espectador contemporáneo, la energía vital acumulada que se había adormecido en una realidad en perpetua obsolescencia y lo había llevado, pues, a una percepción indistinta o indiferente. Es un arte que se mueve, recicla y revive para rescatar al hombre. En el segundo caso, el creador se abre a todos, y al tiempo, produce decenas de obras públicas (pinturas o instalaciones como suele hacer) a veces integradas a la arquitectura, a los lugares donde expone, transformando el ambiente y dejando que soplen vientos fuertes de apertura a la aprehensión de valores a ser compartidos/disfrutados con una perenne sonrisa, por un público que con una “percepción a veces distraída” se apropia de pautas dinámicas y enriquecedoras del arte. La imagen se transforma entonces en un espejo donde se recupera ese espíritu que se había extrañado del ser actual y se conjura el entorno que a veces contamina la percepción más digna del hombre.
Eso lo pudimos disfrutar en su exposición en la 12ma. Bienal de La Habana: Super Stars, abierta en la Zona Franca (Morro/Cabaña), en la que Abela, haciendo un rejuego visual atenazado por las parodias, traspolaba personajes bíblicos o íconos de diversas religiones, conceptos, motivos, por otros de los comics, el cine…, en los que mezclaba historias donde existían muchas coincidencias, imágenes que recontextualizaba, y donde la ironía siempre ocupaba un buen lugar. Una manera de hacer, original y propia, que incursiona desde hace tiempo, a partir de un diálogo cotidiano con variados autores, estilos y escuelas que le sirven para armar sus creaciones contemporáneas, donde el espectador sonríe, se divierte, piensa y llega a compenetrarse con ese sentido desacralizador de una composición inteligente repleta de ingenio y creatividad que atrapa las miradas contemporáneas. Por ejemplo, Popeye era el Martirio de San Sebastián; Elpidio Valdés hacía del Arcángel San Jorge… y muchos más hasta llegar a un total de 11 obras.
Eso sí, hay una gran distancia en su obra o “parodia infinita” con lo banal, pueril y cercano al “choteo” con lo que comúnmente puede teñirse el humor nuestro de cada día. Nada más lejano. Su mirada, que puede a veces abarcar siglos, espacios y latitudes, es retrospectiva y abarcadora, pasea por la memoria con un oficio deslumbrante y atrapa concienzudamente el concepto de cada pieza, va al fondo de cada cosa, lo estudia y retrotrae al arte de manera inteligente, consciente de la importancia de saber utilizar, para enriquecer el alma, el pasado en un presente que es deudor de aquello otro en el tiempo.
Todo ello matizado o “aderezado” con una interesante óptica del color, rescatándolo de su papel servil en la historia de la pintura de Occidente hasta la modernidad, cuando algunos movimientos de vanguardia cayeron en la cuenta de su sustantividad. Hay una pureza en los tonos, llegada de la percepción modernista y postmodernista que trasciende lo útil y se abre a los estratos síquicos del hombre desde el inconsciente a lo personal. Por supuesto, tendiendo un puente con lo narrado en cada época.
Amalgama de lo posible
Otro aspecto interesante del quehacer plástico de Eduardo Miguel Abela Torrás es, sin lugar a dudas, la incidencia que tiene en ella su manualidad. Ese andar desde los inicios por las veredas de la gráfica, alimentaron su gusto por las tonalidades, texturas y, sobre todo el volumen que busca o genera por doquier. ¡Hay tanto de artesanal en el grabado! Que sus manos/talento adquirieron de la magia constructiva para abordar todo tipo de superficies y técnicas. Madera, hierro, cemento, tela… todo le viene bien a la hora de crear y esparcir sobre ellas su imaginación. Soportes que ingieren sus necesidades creativas conformando un objeto diferente, original que acapara las miradas. El ensamblaje de los objetos y sus partes, la transformación y elaboración de la materia, constituyen en este artista un eje vector de su creatividad. En el caso de sus obras, sus símbolos no tienen una significación unívoca, ya que toda lectura unidimensional sería hoy imposible; sino desde una pluralidad de significaciones y sentidos que cada receptor puede dar. La condición simbólica no está planteada desde un sentido determinado sino abierta a todos los posibles.. Nos indica, eso sí, que la realidad toda es un símbolo —como quería Goethe— y que existe un mundo de valores trascendentes que se proyecta desde la inmanencia de las cosas. De ahí la fuerza/creatividad que desbordan sus objetos y la riqueza energética que emana de ellos. En esa energía viva y operante que llega también desde sus pinturas y dibujos, que trasciende toda narratividad y es capaz de movilizar a la mente y al corazón es donde encontramos el mensaje estético de este artista, que es primordialmente espiritual, humano e inteligente.
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