En la tarde del 17 de diciembre, una entusiasta vecina, cederista destacada, llegó al puesto del Chino, un amable joven que tiene el mejor expendio de frutas, viandas y hortalizas de todo mi barrio, y le preguntó cuándo le llegaban las manzanas de California; el Chino, con un poco más de sensatez, le respondió que eso no era tan rápido, y le regaló una lechuga. Un viejo gruñón que vive vestido de verde olivo se metió en la conversación y dijo que aquí nunca se comerían las frutas del enemigo, que para eso teníamos los mangos. No es raro desde ese día, en la cotidianidad nacional, debatirse entre extremos: para unos, la vida ha cambiado totalmente con el anuncio hecho por Raúl y Obama sobre el próximo restablecimiento de las relaciones diplomáticas; para otros, nada ha cambiado, pues las posibilidades de intercambio con el tradicional enemigo de la Revolución son nulas. Ni lo uno ni lo otro. Un amigo llegó a la casa y comentó que el 17 de diciembre, a las doce del día, se había acabado para Cuba la Edad Media; nadie podría asegurar cómo sería el comienzo del Renacimiento, pero al menos sabemos que la ideología medieval es muy diferente a la renacentista.
Lo primero que hay que celebrar es que tres hijos de este país, que arriesgaron sus vidas vigilando a terroristas en territorio norteamericano para evitar que sus acciones segaran vidas inocentes, regresaron a la patria después de un injusto encarcelamiento que movilizó no solo a simpatizantes de la Revolución, sino a personas decentes que nada tenían que ver con la política cubana. Lo segundo, que en la negociación se indultaron verdaderos espías de una potencia extranjera empeñada en cambiar los destinos de la Isla, pero en definitiva fue una contribución mutua a favor de la liberación de presos y de la paz, solicitada por el Papa y con la mediación del gobierno de Canadá. Lo tercero, el esfuerzo de los mandatarios de los dos países, de los diplomáticos cubanos y norteamericanos, y de otros intermediarios, revelados o no, que hicieron posible la materialización de esa voluntad. Muchos todavía se pellizcan para estar seguros de que no es un sueño este acontecimiento que entraña el cambio de las reglas del juego, no solo en la política regional, sino también en la mundial.
Con los antiterroristas en casa y los espías en la suya, con los primeros pasos para las normalizar relaciones entre dos enemigos históricos, y con la voluntad manifiesta de continuar marchando en esa dirección, 2015 se presenta como un verdadero “año nuevo”. ¿Cambiarán de repente los destinos de los cubanos? ¿Permanecerá todo como hasta ahora? Repito: ni lo uno ni lo otro. Las negociaciones están en marcha y las dos declaraciones prometen un desarrollo que hay que seguir: por parte de Raúl, que “debemos aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias”, afirmación que cerró su comparecencia; por parte de Obama, que “en aquellos aspectos en los cuales no coincidimos, abordaremos esas diferencias directamente”. Es decir, el gobierno cubano reconoce que hay que aprender a convivir con diferencias, y el gobierno norteamericano expresa que las diferencias serán abordadas directamente.
Raúl Castro tiene adelantado un trecho, pues no es la primera vez que el General Presidente ha insistido en que resulta importante avanzar en la marcha de la sociedad cubana con respeto a diferencias y discrepancias, y que estas deben ser ventiladas abiertamente, sin “secretismo”, con honestidad y respeto; una proyección interna que puede corresponderse coherentemente con la política exterior. Sin embargo, a todos ha sorprendido la posibilidad de que Barack Obama, en representación del actual gobierno norteamericano, pueda abordar diferencias con Cuba directamente, pues la norma de las administraciones anteriores, con la excepción de la de James Carter, ha sido la del desconocimiento, la prepotencia y la posición de juez para sancionar y dictar medidas encaminadas a “colapsar” el sistema cubano, tal y como fue reconocido en la alocución de presidencial. Raúl necesitará instrumentar el avance sin resquebrajar la unidad en torno al proyecto de justicia social, que es la esencia de la Revolución; Obama precisará entrenar a sus decisores políticos para aceptar las diferencias analizadas, sin transgredir las normas del derecho internacional.
¿Es correcto que el gobierno cubano haya aceptado la propuesta de reanudar relaciones diplomáticas sin que se haya levantado el bloqueo económico, comercial y financiero? ¿Es correcto para los norteamericanos que su gobierno decidiera emprender el reconocimiento y las relaciones con el la Isla sin que esta cambie su sistema político? Por supuesto que sí en los dos casos. Cuba necesita un tiempo para conversar, intercambiar y participar, un ejercicio fuera de la experiencia de plaza sitiada, un proceso favorable a la construcción de la nueva mentalidad reiterada por el propio Raúl, con la posibilidad de “cambiar todo lo que debe ser cambiado”, como definiera Fidel. Estados Unidos también necesita un tiempo para que sus élites de poder digieran el cambio operado en el mundo, y especialmente en América Latina, respecto al tema de la convivencia con gobiernos que no compartan sus “valores” ?el presidente Obama ha reconocido que Estados Unidos sostiene relaciones con China, y hasta con Vietnam, nación con la que mantuvo una sangrienta guerra por largos años.
¿Cuál sería el papel social de la cultura cubana y de sus intelectuales frente al planteamiento político de Raúl? Como se ha venido ejecutando desde diversas prácticas en las instituciones y consejos del Ministerio de Cultura, y como se ha venido instrumentando desde hace muchos años en los congresos de la UNEAC, el de contribuir al debate responsable, promover polémicas diversas con total respecto a las diferencias de opiniones, construir la cultura del diálogo olvidando el monólogo autoritario, asimilar la crítica que garantice una edificación superior, identificar y reconocer los errores del pasado histórico para superarlos dialécticamente. Sería lamentable pensar que eso es tarea de un ministerio o de una institución. La cultura de la democracia y de los derechos humanos ha sido la del socialismo cubano, y no podemos dejar que nos secuestren sus conceptos y prácticas. La cultura pedagógica no puede estar encerrada en las aulas, desvinculada de la vida; la cultura jurídica no puede discurrir de espaldas a la realidad real de las necesidades del pueblo; la cultura política no puede ser silenciosa y habrá de estar presente con verbo continuado y sistemático en los debates. El año nuevo tiene que ser nuevo de verdad para “aprender el arte de convivir, de forma civilizada, con nuestras diferencias”.
Mientras, mi optimista, empecinada y feliz vecina sigue soñando con las manzanas de California en el puesto del Chino, y hasta ve la llegada del “pescado por pescado” como signo de los nuevos tiempos.
Deje un comentario