Tras la explosión del acorazado estadounidense Maine en la bahía habanera, el 15 de febrero de 1898, los acontecimientos se sucedieron vertiginosamente para conducir a la entrada del vecino del norte en la guerra de Cuba, como se le decía en España.
En pocas semanas el gobierno norteño dio los pasos requeridos para ello, mientras el ibérico parecía desenvolverse entre la falsa seguridad de un apoyo europeo que nunca se materializó y el deseo inconfeso de varios de los políticos que decidían entonces salir del enredo colonial entregando su patrimonio a otra potencia antes que permitir la independencia de sus posesiones.
El 28 de marzo la comisión norteamericana dictaminó que la explosión del barco se produjo de afuera hacia dentro y culpó de ello a un torpedo hispano. El 11 de abril el Congreso de Estados Unidos aprobó la Resolución Conjunta, que reconocía el derecho de Cuba a la independencia, pero que no abrió paso a contacto alguno con el Consejo de Gobierno de los patriotas. Once días después comenzó el bloqueo naval al puerto de La Habana, extendido rápidamente a los demás puertos de la Isla. Aquel acto de guerra no fue legalizado hasta tres días después cuando se declararon rotas las hostilidades hacia el reino de España.
El bloqueo se mantuvo activo durante cinco meses, hasta el 12 de agosto cuando cesaron los disparos y se anunció la firma del protocolo para iniciar las conversaciones de paz. Fueron 124 días, algo más de tres meses, en que, ante la imposibilidad de la entrada de barcos con abastecimientos, la escasez de alimentos sobre todo se sumó a los desastres por las acciones bélicas desde el 24 de febrero de 1895 y por la reconcentración de la población rural en las poblaciones para cortar su colaboración con el Ejército Libertador.
La contienda, sufrida desde el principio con mayor fuerza por los sectores más pobres del país, particularmente en los campos y pequeños poblados, se hizo sentir con el bloqueo entre los sectores medios y acomodados de las ciudades, y afectó notablemente a la capital, hasta entonces relativamente viviendo su normalidad de negocios, paseos, teatros, cafés y restaurantes.
Ese es el tema del libro que ha sacado a la luz la editorial de Ciencias Sociales, cuyo autor, el español Isidoro Corzo Príncipe, estudió Derecho en La Habana, donde se había avecindado con su familia desde 1887. Integrista, es decir, enemigo de la independencia, Corzo fue miembro del Cuerpo de Voluntarios, llegó a tener su propio bufete en La Habana Vieja, era asistente frecuente a las tertulias políticas y culturales, e incursionó en el periodismo.
En 1901, todavía bajo la ocupación militar de Estados Unidos, Corzo publicó en La Habana un folleto contra el almirante Pascual Cervera, quien había sido el jefe de la flota española hundida frente a Santiago de Cuba: lo acusó de haber actuado con desconocimiento y de haber demostrado incapacidad y cobardía. Le impulsó su molestia al conocer que al marino se le había concedido el ascenso reglamentario. También extendía sus críticas a las autoridades de Madrid y a los mandos militares en Cuba.
Demostraba Corzo así su orgullo y sentimientos de español, y hasta su creencia en la posibilidad de que el enfrentamiento hubiera terminado favorablemente a las armas hispanas. A pesar de esa frustración en ese sentido, en nuestra Isla encontró acomodo para continuar su ejercicio en los campos del periodismo y las actividades culturales hasta el fin de sus días.
En 1905, publicado por la Imprenta de Rambla y Bouza, salió El bloqueo de La Habana. Cuadros del natural. Fue probablemente una de las primeras obras escritas acerca de los sucesos relacionados con la guerra entre Estados Unidos y España. Su visión acerca de cómo el bloqueo estadounidense afectó la vida cotidiana de los habaneros, está marcada tanto por el sector social en que su autor se desenvolvía como por sus propios criterios y emociones de español leal a la corona y al dominio colonial, al parecer poco favorable a la autonomía implantada el primero de enero de 1898.
Corzo escribió diecinueve estampas que narran diferentes momentos y situaciones creadas en la urbe por el bloqueo, buena parte de las cuales se ubican en el mundo en el que se movía. En el texto no encontraremos la visión de los cubanos patriotas ni de los sectores más bajos en la escala social, como los negros, los artesanos y los obreros, por más que es sabido que muchos de los inmigrantes españoles pobres rechazaban una Cuba libre y se integraron al cuerpo de voluntarios.
Llama la atención que las descripciones de Corzo entregan de manera casi absoluta una sociedad habanera que no tuvo sobre sí los hechos bélicos y que se sentía como una especie de espectadora a distancia, aunque se vistiera con sus mejores atuendos para asomarse a la costa y divisar la flota estadounidense en el horizonte. Claro que sabemos que no todos podían asumir el bloqueo desde semejante postura y que para Corzo era imposible compartir la de los sectores desfavorecidos. Así, cuando incluye un cuadro dedicado a los reconcentrados, sin dejar de impactarnos con el dramatismo de su triste situación, lo hace desde el lado de quien se compadece por sus sufrimientos, sin poder ofrecernos los sentimientos y dolores de aquellas personas que morían de hambre y enfermedades, sin siquiera, al menos, condenando explícitamente esa política monstruosa.
El lector sí encuentra cómo, al paso de las semanas, Corzo y su mundo fueron recibiendo los efectos negativos del bloqueo, especialmente en cuanto a la alimentación: la escasez favoreció el acaparamiento y la especulación e hizo subir los precios, mientras que algunos artículos importados de amplio consumo tendieron a desaparecer del mercado. Mas parece difícil decir que Corzo y su familia pasaron hambre.
La prologuista, Ana Cairo, con su habitual pericia investigativa, aporta informaciones acerca del autor y su vida, y analiza los “cuadros” escritos por Corzo desde las capacidades y valores literarios de este autor. Es imposible no dejar de reconocer junto a ella la lograda efectividad literaria del autor en algunos de sus “cuadros” como “Tamalitos calientes” y “Los reconcentrados”.
Creo que para el lector contemporáneo este libro puede resultar de interés por su carácter de estampas costumbristas, unas cuantas de las cuales, por cierto, los cubanos de hoy conocemos perfectamente dados los años que pesa sobre nosotros el bloqueo económico de Estados Unidos. Estoy seguro de que muchos de quienes revisen sus páginas inevitablemente harán comparaciones con nuestro presente, a pesar desde luego, de las disímiles condiciones entre 1898 y la actualidad. Y, sobre todo, conocerán un aspecto de nuestra historia bastante poco conocido.
Publicado: 27 de agosto de 2017.
Deje un comentario