El Cano, un fragmento de identidad cubana I


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Iglesia de la Purísima Concepción de El Cano

El Cano podría parecer a simple vista apenas un pueblo de paso, particularmente si se le descubre desde la ruta de ómnibus urbano no. 450, cuando en su largo y tortuoso recorrido conecta a Marianao, desde la calle 124 entre avenida 47 y 49, con Santiago de las Vegas.[1] Sin embargo, su reconocimiento como entidad sociocultural no solo está marcada por importantes bordes entre los que se distinguen el puente elevado sobre las líneas del ferrocarril, sino también por los signos culturales que muestran al transeúnte cuánto de historia se atesora en él; basta detener la mirada en una casona que cierra la perspectiva de la avenida 85 esquina a la calle 286 para reconocer desde la guagua que se trata de una urbe cuyo texto cultural se remonta al siglo xviii; a los tiempos en que no era preocupación de propietarios ni constructores la búsqueda de soluciones para amparar las fachadas de un inmueble de las inclemencias del tiempo, hecho que se reconoce en esa  triple hilada de tejas que en su disposición origina el nombrado alero de tejaroz, antiquísimo modo que ha dejado sólidas evidencias en las más antiguas villas y poblados cubanos.

Su nombre original, “Del Cano”, hoy “El Cano”, data de la segunda mitad del siglo xvi, cuando el 25 de mayo de 1587 el Ayuntamiento concedió merced de un terreno a Martín González Cano para la explotación de ganado menor. En 1675, a las puertas de una centuria, aparecen como dueños del corral el alférez don Nicolás Castellón y don Jacinto Pedroso, quienes solicitan ampliar el terreno. Pero económicamente, el factor que  permitiría el fomento del pueblo será el desarrollo del azúcar a partir de 1711, cuando el cabildo de La Habana entregó licencia el 23 de enero al peruano don Francisco del Barco para la construcción de un ingenio.

¿Qué fecha deberán tomar los habitantes Del Cano para festejar su aniversario y en relación con qué acontecimiento? La iniciativa de crear el poblado se debe al referido Dr. Francisco del Barco, quien previa consulta con el Obispo de Santiago de Cuba, Jamaica y La Florida, Gerónimo Valdés, dona una caballería de tierra el 10 de septiembre de 1723 ante el escribano público de La Habana Bartolomé Núñez[2] con el objetivo de urbanizarlo bajo sólidas concepciones estéticas. En el centro de este terreno, se comprometía Del Barco a construir un templo bajo la advocación de la Purísima Concepción “para que sus habitadores y los demás que se pueblen en ellas tuvieren el consuelo de oír misa los Domingos y pudieran aguardar sin que experimentasen la pena ni mortificaciones a oírla a más de dos leguas de distancias de dicha tierras, que en el tiempo de las aguas, por no poder trajinarlas, se quedan sin oírlas por no dejar solas las casas”.[3]

Pero el proyecto del Dr. Del Barco no solo anunció la construcción de la iglesia como unidad administrativa del tejido social de El Cano, institución que le otorgaría cierta autonomía, sino que proyectaba en dicha caballería y en torno al templo más de 200 solares de “26 varas de frente y 40 de fondo”, los cuales debían ser administrados por el Mayordomo y Capellán de la Iglesia, para que vendidos o arrendados “revirtiera para la mantención, gastos y ornamentos de la referida Iglesia”. De dichos solares, aquellos que conectaran directamente con la plaza tendrían mayor jerarquía; de ahí que fueran ocupados por los vecinos de mayor poder económico. Al dieciochesco patricio Francisco del Barco debemos la creación del poblado El Cano y, en consideración a la donación de terrenos para los elementos que definen su imagen urbana, de fiesta debían estar sus moradores cada 10 de septiembre, de modo que a las puertas, en este 2015, está el 292 aniversario de El Cano.

 La descripción de la edificación del templo de 1723 devela las características tipológicas de la misma y las técnicas constructivas a emplear entonces; rasgos que nos adentran no solo en el pensamiento religioso de la época sino también en el conocimiento de técnicas y materiales que fomentadas en esta comunidad desde centurias pasadas se erigen en patrimonio inmaterial de sus habitantes si seguimos lo establecido por la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Mundial aprobada por la UNESCO en el 2003, al tiempo que posibilita datar temporalmente construcciones similares. En relación con la iglesia el documento de 1723 indica que habría de ser “de siete varas de largo y nueve de ancho, de rajón tapias y tejas, con su altar mayor, sacristía y puertas correspondientes”; es decir aproximadamente unos 6 x 7½  metros, una pequeña ermita.

El proyecto cobró vida social a partir del 23 de febrero de 1730, día en que se iniciaron los bautismos en una modesta construcción de madera sin torre, aunque el acto quedaría registrado en el archivo de la Parroquial de Guanajay, a la cual se subordinaba en condición de iglesia auxiliar. Tendrían que transcurrir unos 34 años, hasta el 28 de abril de 1764, para que El Cano alcanzara el estatus parroquia[4] y con ello el derecho a establecer libros de bautismos, matrimonios y defunciones; todos ellos organizados en sectores o grupos sociales propios de cada tiempo histórico: Blancos españoles, Pardos y morenos libres o Pardos, indios y morenos, Negros esclavos y Asiáticos; la ubicación en ellos desbordaba la real contextualización etnológica de la persona asentada para ser reconocido públicamente en el espacio cultural de la comunidad. El conjunto de estos libros constituyen una de las producciones culturales más valiosas de El Cano y, por ende, un insoslayable testimonio de su patrimonio que merece ser abordado en otro espacio.[5]

Para penetrar en las más antiguas huellas del poblado es preciso centrar la mirada en el área urbana limitada por las antiguas calles Sol, hoy no. 83, a cuyo frente está la fachada principal del templo; paralela a ella la calle Victoria, hoy no. 85 y, perpendicularmente, por la calle Real, actualmente divida en las no. 284 y 284ª para abrazar la iglesia por sus laterales izquierdo y derecho. Al principio quedaría el templo y su aledaño cementerio en el centro de una amplia explanada rodeada de casas que hasta entrado en el siglo xix no adquirieron los amplios portales que presentan hoy. En esos inmuebles están los testimonios del pasado; en ellos es preciso descubrir el desempeño de los constructores locales.

Primeramente centremos la atención en la casona que con frente a la calle 85 no. 28408, se extendía posiblemente desde la no. 284 hasta la 286; hoy fragmentada en varias viviendas pero unificada por su cornisa o remate superior. Obsérvese en ella la técnica del mampuesto, combinación de piedras y arcilla para crear no solo gruesos muros, sino también en aras de alcanzar una regulación térmica en el interior de la casa; o el sistema “de rajón tapias y tejas”, y la puerta clavadiza, en la que en lugar de bisagras se utilizaban goznes. Un hermoso conjunto.

Similar atención merece la antigua sede de la Casa Parroquial, en la calle 284ª, vivienda que a pesar de su estado ruinoso se distingue por las sólidas columnas de espíritu toscano a la usanza de la primera mitad del siglo xix. Documentos de archivo la inscriben en 1776 y la describen tipológicamente como una “casa de guano sobre horcones forrado de entablado de palma”, de unos 6 metros de frente y 11 de fondo; y para precisar su emplazamiento se apunta el hecho de tener su entrada mirando a la plazuela de la iglesia, frente a las ventanas de la sacristía, así como colindar con las casas del presbítero don Antonio Hernández, por un lado, y la de don Melchor González por el otro. Obsérvese como otro ejemplar el inmueble de la calle 83, esquina a 284.

En el paisaje urbano arquitectónico de El Cano, posee Cuba un auténtico texto cultural para comprender la génesis de una identidad, la de aquellos que centraron sus aspiraciones en una colina con bordes en dos pequeños afluentes del río Jaimanita. ¿Cuánto se enriqueció entre los siglos xix y xx?  ¿Resulta válido pensar seriamente en los festejos por el 300 aniversario de esta comunidad?

 

 

 

 

 

[1] Otras rutas que pasan por El Cano son las no. 450ª (Fontanar - La Lisa); la no. 487 (La Lisa - Las Margaritas) y la no. 490 (La Lisa - San Pedro).  

[2] Con anterioridad había vendido 123 caballerías a personas asentadas en terrenos del lugar.

[3] “Donación que hizo el D. D. Francisco del Barco de una caballería de tierra a la iglesia Parroquial de el Partido de El Cano”, en Archivo del Santuario Nacional de Jesús de Nazaret, Libro 1ro de asientos corrientes de las imposiciones piadosa, memorias de las misas y capellanías de la Iglesia Parroquial de Ingreso del Cano, folio 5.

[4] Fueron declaradas como iglesias auxiliares las de Guatao y Corralillo.

[5] A partir de la Nacionalización del poblado El Cano, el 11 de junio de 1962, los libros parroquiales pasaron al Santuario Nacional de Jesús de Nazaret, en Arroyo de Arenas, institución que eclesiásticamente se subordina a dicha parroquia.


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