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El curioso asunto de los médicos chinos


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En el siglo XIX, existieron varios médicos chinos famosos, uno en San Cristóbal de La Habana y otro en la ciudad de Camagüey

Existen frases grabadas en la memoria popular transmitidas por generaciones. Repetidas una y otra vez sin que mucha gente sepa de dónde provienen, ni cuáles fueron los detalles, personajes y acontecimientos que le dieran origen. Sencillamente, quedan incrustadas en el amplio repertorio de dicharachos escuchados desde la infancia, memorizados y recordados para mencionarles casi sin darnos cuenta, cuando la ocasión lo amerita. A mediados del siglo XIX, honorables súbditos del Celeste Imperio practicaron la medicina en Cuba con tal pericia y acierto, que dieran lugar a una de estas expresiones, aun vigentes en el inventario tradicional del parlante cubano.

Todavía en Cuba escuchamos decir: “A ese, ¡no lo cura, ni el médico chino…!” o “Eso no lo arregla ni el médico chino”, en la primera frase, se está dictaminando la gravedad extrema e irreversible de un enfermo, muy cercano a la muerte y sin remedio; en la segunda, la certificación de lo insoluble de un problema. La frase proviene de la fama creada en derredor de un personaje convertido en leyenda. Se trataba de un médico capaz de rescatar de la muerte a sus pacientes; diagnosticar,  sanar complicadas enfermedades y aliviar las más graves dolencias. Aplicaba inusuales y misteriosos procedimientos; poseía gran conocimiento de la farmacopea vegetal cubana, atendía a todos por igual; no cobraba a los pobres y por demás, era chino. Esta condición última, era tal vez lo más raro que la gente encontraba en tan conspicuo personaje. Puesto que por aquellas épocas y desde hacía muchos años, los chinos en Cuba regularmente se dedicaban a la venta de frutas, a montar tintorerías, o cuando más, a ser bodegueros.

Existió realmente un galeno asiático, con amplios conocimientos y probada certeza en sus diagnósticos y tratamientos que dio lugar a esta frase, de lo cual no queda ninguna duda. El personaje fue real y ejerció con gran acierto la medicina en La Mayor de las Antillas, “lo que es posible sorprenda a muchos, es que en realidad en el siglo XIX, existieron varios médicos chinos famosos. Uno en San Cristóbal de La Habana (quién ejercería además en Matanzas y en Cárdenas); otro en la ciudad de Camagüey; además y por la misma época, es también conocida la existencia de otro galeno asiático, en la ciudad de Santiago de Cuba. Cada uno de ellos tuvo suficientes méritos, para dejar constancia de sus vidas y azahares en la memoria popular. Cualquiera de ellos, pudo dar pie a la popular y socorrida expresión”. (1)

La interesante polémica

Para el periodista Herminio Portell Vilá; para el investigador y escritor Antonio Chuffat Latour, autor de un curiosísimo libro titulado Apuntes históricos de los chinos en Cuba, quien conoció personalmente a Cham; así como para el prestigioso historiador Emilio Roig de Leuchsering, este galeno ilustre fue Cham Bom-biá. Sin embargo, para el meritorio poeta y escritor Roberto Méndez, aplicado estudioso del fabulario camagüeyano, el personaje en cuestión fue Juan de Dios Siam Zaldívar, quién diese lugar a la consabida frase. Por otra parte, la investigadora Maggy Guatty Marrero, le cede el lauro a Damián Morales (Chang Bu Bian). Aunque después veremos, no queda todo reducido exclusivamente, a estas tres posibilidades.

En el año de 1928 el célebre intelectual cubano Fernando Ortiz, solicita información sobre el origen de la popular expresión, lo hace en una nota introducida a un artículo de Portell Vilá, acerca de La virgen de Jiquiabo, (2) quien menciona allí la consabida frase sobre el médico chino. Esto ocurre en la revista, Archivos del folklore cubano. Más adelante, en el siguiente número de la misma publicación, Portell Vilá colabora con otro artículo sobre El Médico chino, (3) brindando respuesta a esta nota de Ortiz. Allí certifica: “Cham Bom-Biá, el médico chino de las curas maravillosas, llegó a Cuba en 1858, residió en La Habana y aquí tuvo su consultorio, al cual acudían personas de todas las clases sociales, llenas de fe en los resultados de sus pócimas, que, con frecuencia, obraban prodigios al devolver la salud a pacientes desahuciados… En Matanzas, el galeno oriental residió (también) hasta 1871, habitando en la casa número once de la calle Mercaderes, esquina a San Diego, donde hubo un teatro chino, próximo a la residencia de la familia Escoto. Pero la carrera profesional y los días de Cham Bom-Biá concluyeron en Cárdenas, donde residió los últimos años de su vida, y tiene, por tanto, la Perla del Norte, un derecho preferente a la propiedad de la discutida locución criolla… Centro de extensa y rica zona agrícola,  fue… una de las poblaciones que contó con más numerosa población china, integrada por aquellos infelices coolíes traídos como colonos a Cuba para hacerlos esclavos…”

“El médico chino, precedido de la fama adquiria en La Habana y Matanzas, llegó a Cárdenas alrededor del año 1872. Inmediatamente se hizo de una clientela extraordinaria entre los de su raza y los blancos. Personas de todas clases y condiciones acudían a consultarle;  practicó curaciones maravillosas de individuos desahuciados y son hechos rigurosamente ciertos que devolvió la salud perdida, el uso de sus miembros y hasta la vista, a los numerosos pacientes, casos desesperados todos ellos, que apelaban a él y obtenían sus medicamentos.”

No solo existió un médico chino

Maggy Guatty Marrero, afirma que el Dr. Damián Morales llega a Santiago de Cuba, en el momento que la ciudad estaba desbastada por el cólera, en 1852.

 “El tratamiento del doctor consistía en presionar los tendones de la axilas con los dedos índice y pulgar hasta que vibrasen, después halaba la piel que envuelve la nuez de Adán, hasta causar un gran moretón. Inmediatamente, con una moneda china, restregaba las corvas, los brazos, las paletas y el espinazo del enfermo con gran energía…”. (4)

De los médicos chinos en Cuba, en realidad, sobre quién más se escrito es sobre Chan Bom biá y es por tanto del cual, se posee mayor cantidad de información asombrosamente fidedigna, lo que le acredita de manera abrumadora ante los historiadores, quienes siempre andan buscando las “verdades verdaderas” y procuran alejarse de las leyendas, como si fuesen contagiosas enfermedades, tan llenas de virales emociones y apasionamientos…, para ellos deformadoras de la realidad. Y como siempre ocurre, tienen razón. Porque, memoria histórica y memoria social, son cosas bien diferente.

La memoria histórica tiende a distanciarse, de la memoria social: La historia es la reconstrucción, siempre problemática e incompleta, de lo que fue y ya no es. Mientras que la memoria social es un fenómeno siempre vivido en presente eterno; la memoria histórica se interesa por un riguroso orden cronológico de los acontecimientos; la memoria social no guarda registros del tiempo, pues en ella los acontecimientos funcionan como acciones míticas, los personajes históricos dejan de serlo y son asimilados como arquetipos. Mientras a la historia le interesan los detalles verídicos y comprobados del qué, el cuándo, cómo y dónde; a la memoria social le corresponde crear versiones del “quién” como personaje, lo transforma en figura mítica, y atiende por sobre todas las cosas, a las posibles consecuencias o acontecimientos generados por este, que casi siempre están impregnados de emociones, conmociones, sentimientos, afectividades, pasiones y compasiones.  Por tanto, serán siempre fácilmente manipulables. A la memoria histórica y la social, sus diferencias les mantendrán separadas por siempre, mas van necesitarse eternamente la una de la otra.

Pero esta misma historia, tan exigente de la “verdad verdadera”, prueba que realmente, existieron en aquel mismo San Cristóbal de La Habana del siglo XIX, además, otros “médicos chinos” que también fuesen extremadamente conocidos.

La memoria popular, a cada uno de ellos otorgó la correspondiente rememoración de sus logros, remitidos a los grupos sociales de las comunidades y escenarios donde desarrollaron el ejercicio de su profesión. Lo que la persistencia en esta memoria social, no fue la misma para todos. Por ejemplo, se sabe que ejercieron también en esta Villa el oficio de Galeno, los respetados hijos del celeste Imperio,  Kan Shi Kon y Damián Morales, a quienes la memoria histórica no ha podido resaltar con las mismas precisiones y riqueza de detalles, que a Chan Bon-biá y Juan de Dios Siam Zaldívar. Ni la memoria social les acunó con la misma pasión, particularidades, perseverancia y reverencia. “En su ya citada y magnífica obra, Apuntes históricos de los chinos en Cuba, Antonio Chuffat Latour registra que: El año 1885 fue funesto para los chinos en La Habana. En el mes de marzo fallece el célebre médico botánico asiático, señor Kan Shi Kon, en la calle Rayo, esquina a San José. Sus compatriotas hicieron los funerales con gran pompa al ilustre prócer. Uno de los chinos más ilustrados que vino a Cuba... Además, en su obra, Oriente Folclórico, Ramón Martínez confirma de la existencia de don Damián Morales, médico chino que curaba el cólera con el inédito método de hacer vibrar los tendones de los sobacos”. (5)

Así nos llega la posibilidad, que la ya centenaria frase, ¡a ese no lo cura ni el médico chino!, se nos haya transmitido tanto, a través de la memoria histórica, como de la memoria social y pueda ser producto de la fusión de actividades realizadas por todos estos personajes, independientemente que, unos cubanos vean reflejados a Cham Bom-biá; otros a Juan de Dios Siam Zaldívar, e incluso al ilustre señor Kan Shi Kon; o al venerable don Damián Morales. Pues los imaginarios sociales se tejen a través de un entramado conjunto de significaciones, que son producto y condición de ser, de los mismos colectivos anónimos que les crean.

Las leyendas se reconfiguran           

El sociólogo francés Maurice Halbwachs nos decía, “hay tantas memorias como grupos sociales que las crean, la memoria social es por naturaleza múltiple y desmultiplicable, colectiva, plural e individualizable.” Es por eso que en los procesos de incorporación a la memoria social, a través de la construcción de narraciones, en la que están presentes personajes, circunstancias y acontecimientos, hacen que se creen nuevas versiones que sirven a una determinada demanda social, y que constituyen un dispositivo de interpretación del pasado, que ayuda a negociar nuevas visiones y versiones de la realidad.

Una prueba tangible y evidente de esto que afirma el prestigioso Halbwachs, la vivió personalmente en la ciudad de Luanda, República Popular de Angola, quien estas líneas escribe, cierta mañana calurosa y seca, a mediados del año 1982 del pasado siglo XX, cuando por casualidad acertó a pasar cerca de dos jóvenes militares angolanos quienes conversaban sobre un conocido de ellos, en el preciso momento en que uno afirmaba seriamente al otro: “a fulanito, el pobre, no lo curan ni los médicos cubanos…”.

 

Notas

(1) Ciro Bianchi Ross: “El médico chino”. Ver: Yo tengo la historia. Ediciones Unión. La Habana, 2008, pp. 258-262.

(2) Herminio Portell Vilá: “Los Pañitos de la virgen del Jiquiabo”. Ver: Archivos del Folklore cubano. Vol III, La Habana. Enero a Marzo de 1928, No. 1

(3) Herminio Portell Vilá: “Cham Bom-Biá, el médico chino”. Ver: Archivos del Folklore cubano. Vol III, La Habana. Enero a Marzo de 1928, No. 2, pp. 515-  517.

(4) Maggy Guatty Marrero: El médico chinowww.elnuevocontactocuba.com

(5) M. R. Glean y G. E. Chávez Spínola: Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba. Editado por Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello, La Habana, 2005, p. 375.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 


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