El derecho de soñar: el homenaje a la radio cubana.
La nueva telenovela cubana El derecho de soñar dedicó sus primeros siete capítulos a uno de los momentos más altos en la historia del medio radial en la Isla y consiguió acaparar la atención de buena parte de la teleaudiencia, mientras en las redes circulaban, además de opiniones de sus telespectadores, informaciones diversas acerca de la vida de empresarios y artistas, complementando la información necesaria para disfrutarla mejor. Se produjo, a mi juicio, una interesante y útil sinergia entre ambos espacios.
La trama usó como coordenada temporal un segmento de la temporada original de El derecho de nacer, radionovela icónica de Cuba y Latinoamérica, escrita por Félix Benjamín Caignet (1892 – 1876) a la cual dedicó dichos capítulos. Esta primera parte culminaría con la muerte por accidente y el sepelio de la actriz María Valero, una de las protagonistas en la obra de Caignet, quien llegó a ser llamada “La dama de la radio cubana”.
Estuvo recorrida por ciertos recursos propios del suspense en torno a los personajes de la actriz María Valero, su pasado y su futuro inmediato; el joven empresario Diego Trinidad y su verdadera relación (en términos de lealtad) con su tío Amado Trinidad, dueño de la Cadena Azul, y el futuro de algunos personajes que aparecen aquí bien en su infancia -- como el caso de Andrés y su afición por la radio--, o en sus inicios en el medio-- como el copista y luego excepcional guionista Alberto Luberta, la directora Carmen Solar y el guionista y dramaturgo Enrique Núñez Rodríguez.
En términos históricos el período tratado correspondió a las postrimerías de los años cuarenta, el final del imperio de la radio —surgida en Cuba en 1922—, ya que en 1950 se produciría la entrada de la televisión en nuestro país.
El producto audiovisual que nos ocupa dedicó especial atención al tema de la ambición y las intrigas que le son pertinentes, expresado en la guerra entre las empresas radiodifusoras y sustentando las historias particulares de Amado Trinidad y Goar Mestre y, en otro plano, las de Diego Trinidad, Florangel Cañizo y Esther de la Osa. Este tema primó sobre cualquier otro asunto o argumento relativo a los procesos de creación propios del medio, las relaciones dentro de los equipos de trabajo o las vidas de sus artistas.
Para ser justos, en este punto habría que admitir que, en realidad, la historia jugosa e intensa de nuestros medios, y de la radio en particular, exige y vale un producto televisivo de mayor calado puesto que es esta la primera vez que nuestro universo ficcional la trata. Si bien es cierto que las circunstancias actuales no son propicias ahora mismo a tal propósito y que, como dice el refrán, “del lobo, un pelo”, no obstante, esta es una deuda que deberemos saldar alguna vez.
Su pertinencia fue, a mi juicio, la base sobre la cual descansó el enorme interés que mostró la teleaudiencia hacia los capítulos iniciales de la novela que tenemos al aire. Existe una gran avidez sobre el particular.
El derecho de soñar también visibilizó la clave de la radiodifusión comercial al plantear, además de la puja entre las cadenas, el recurso de los surveys para medir los índices de raiting, el mundo de los patrocinios, si bien el asunto entró de soslayo y tal vez quien no estuviera al tanto se haya perdido su real alcance; no obstante, se hizo referencia en más de una ocasión a las regulaciones que imponían los patrocinadores a la empresa y a sus artistas, sobre todo a los llamados Exclusivos.
Esta, en específico, es una práctica a la cual pude asomarme apenas años antes, mediante los testimonios de la primera actriz de la radio, la televisión, el teatro y el cine Raquel Revuelta Planas. Raquel era una persona medida para hablar, pero algunas veces comentó el férreo dogal con que sujetaban las empresas patrocinadoras a los artistas. De hecho, sus mayores sinsabores en los medios estuvieron relacionados con tal situación pues las firmas pretendían erigirse en dueños de vidas y haciendas.
En cuanto a estructura, dramaturgia, ritmo y balance los primeros dos capítulos resultaron reiterativos y compactos, estuvieron ausentes las transiciones a imágenes de cambio, como pueden ser las del entorno físico o los diversos momentos del día, así como las acostumbradas subtramas que equilibran la tensión dramática de las principales. Tal vez por razones relacionadas con el corto presupuesto ni siquiera aparecía empleomanía en las casas de los famosos, salvo una criada en algunas escenas de la Familia Trinidad. Aquí “todo iba en serio” y con prisa.
Ya en el tercer capítulo las imágenes de archivo sobre la época nos proporcionaron cierto alivio, una respiración en medio del tejido de historias, y resultaron cada vez más atractivas para los televidentes ya interesados en ponerse en contacto con el contexto histórico.
En cuanto a su ritmo y urdimbre los mejores capítulos fueron el cuarto y el quinto con la actriz Esther de la Osa, amante del Senador, secuestrada por órdenes de aquel en una instalación hospitalaria, en tanto el propio Senador resultaba asesinado y María Valero y Caignet jugaban roles principales en la ayuda y final liberación de la joven con la posterior comparecencia ante la policía como personas relacionadas, sin saberlo, con determinados hechos vinculados al político ultimado, mientras se ponía de manifiesto la inmediatez de los procesos de escritura y salida al aire de la ficción radial y la extraordinaria popularidad que gozaba esta entrega de Caignet protagonizada por la Valero junto al galán Carlos Badías.
El sexto capítulo estuvo centrado en preparar el desenlace de lo que se anunció desde el inicio: la muerte de la primera actriz María Valero. El séptimo y final de esta etapa histórica se dedicó a las circunstancias del fallecimiento de la diva y a su impactante sepelio. Muy bien logrado en espacio y ambientación, como en guión y actuación, el velorio en la Funeraria Caballero y el recurso puesto en práctica, desde la dirección de la Cadena, para pasar el personaje interpretado por la Valero a la joven Minín Bujones.
Excelente el rescate de las imágenes valiosísimas del sepelio de la Valero. El espacio sirvió para que las pudiéramos ver y, posiblemente, también para que los decisores se reafirmaran en la convicción del tesoro que guardan nuestros archivos fílmicos y la necesidad de preservarlo.
Durante la puesta en pantalla de este dramatizado de época se puso de manifiesto la adecuada selección del reparto de actores: destacaron las interpretaciones de Delvis Fernández, como Félix B. Caignet; Yaremis Pérez como María Valero, Denis Ramos a cargo de Goar Mestre, Roque Moreno y Clarita García en los personajes de Amado Trinidad y Florangel Cañizo, respectivamente, así como la muy joven Karla Santos en el arriesgado papel de la actriz Minín Bujones, puesto que Minín alcanzó a brillar durante esta primera década de la televisión en Cuba a la vez que fue una reconocida actriz de teatro, radio y cine. Vivió más de setenta años, una parte de ellos en La Florida, Estados Unidos, donde falleció en 1997, y permanecen entre nosotros, tanto dentro como fuera de la isla, personas que la recuerdan con detalle.
Con una importancia menor en la trama sobresalieron también en sus labores Jorge Martínez, como José Goula; Niu Ventura a cargo de Ernesto Galindo y Ray Cruz en un Gaspar de Santelices acerca del cual, lamentablemente, solo sabemos, de acuerdo con este producto televisivo, que gustaba de ejercer el arte de la quiromancia. Valga aclarar para los lectores que Santelices fue un renombrado actor dramático del teatro, la radio, el cine y la televisión, cubano que estuvo entre nosotros hasta la década del setenta.
Avanzados ya algunos capítulos de la etapa contemporánea de El derecho de soñar y sea cual sea la relación que logre con los espectadores creo pertinente agradecer a sus realizadores esas primeras entregas que evocaron la época de oro de la radio cubana, logradas en condiciones extraordinariamente complejas para conseguir una producción de época que, además, se desarrolla, básicamente, en una zona de glamour de la vida social.
Reconocer, igualmente, el homenaje a El derecho de nacer, así como a su autor, Félix B. Caignet, implícitos en esta peculiar revisitación. Caignet, quien terminó sus días en Cuba, en La Habana de 1976, fue por sí mismo un personaje de novela, nacido en cuna humilde en la zona oriental del país, en el municipio San Luis, se hizo locutor, fue poeta, periodista, novelista, crítico teatral, compositor, uno de los pioneros de la radiodifusión cubana (donde creó y cultivó varios géneros) y uno de los creadores de la radionovela, luego telenovela, latinoamericana que le ha dado la vuelta al orbe.
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