Regreso a Icarón tras cierto tiempo. Recuerdo la emoción de aquel enero del 2020 cuando ─tras dieciocho años de sueños y esfuerzos─ se estrenó la sala. Fue un privilegio compartir esa especial ocasión con tan abnegados colegas.
Hace más de dos años que el teatro presenta filtraciones en dos áreas de platea, tiene más de una decena de lunetas inutilizadas y el escenario, de excelentes proporciones, requiere una reparación. No obstante, Icarón no se detiene; no importa ni el éxodo de personal (que afecta en toda la isla, pero es más duro en provincia), ni que Matanzas se ilumine diariamente solo dos o tres horas al día, el teatro continúa sus clases, sus ensayos, las funciones… Esta vez se repone la producción más reciente de su repertorio: Emilia habla con los que no la escuchan, título curioso; una obra teatral del reconocido dramaturgo Ulises Rodríguez Febles bajo la dirección de Miriam Muñoz (también directora general) con diseño de vestuario y escenografía de Rolando Estévez ─su último trabajo para la escena─, de luces de Pedro Rubí y música original de María de los Ángeles (Mery) Horta.
Se trata de un monólogo que rinde homenaje a esa cubana casi desconocida por la contemporaneidad que es Emilia Margarita Teurbe Tolón y Otero (Matanzas, 9 de enero de 1828-Madrid, 22 de agosto de 1902), la ilustre matancera que le dio forma corpórea a la bandera cubana que, más tarde, sería izada en Cárdenas por Narciso López, líder de la corriente anexionista.
Emilia provenía de buena familia, era prima hermana de su esposo, el escritor, periodista y patriota cubano Miguel Teurbe Tolón, con quien contrajo nupcias con solo dieciséis años. Residían en la calle de Manzano, esquina a Jovellanos, en la ciudad del Yumurí. Desde el principio de su unión Emilia compartía con Miguel las labores patrióticas en aras de independizar a Cuba del coloniaje español. Lo mismo durante su estancia en Cuba que cuando Miguel tuvo que partir a los Estados Unidos, junto a Narciso López, él y Emilia actuaban por la causa cubana como si fueran uno. Desde Nueva York, mantuvo Miguel con su esposa una comunicación fluida donde los asuntos políticos ocupaban el primer plano.
El 3 de marzo de 1950 se presentó en la residencia del matrimonio el Sargento Mayor de la Plaza de Matanzas, sometió la casa a registro y fueron hallados los documentos que vinculaban a la patriota con la insurgencia. Poco más de dos semanas después el Capitán General de la Isla firmó el decreto de destierro. Por vez primera una mujer era deportada por motivos políticos.
En abril se unieron los esposos en Nueva York. De inmediato Emilia se incorporó a la actividad patriótica en el exilio. López le solicitó a Teurbe Tolón, que unía a sus varias facultades la de ser un excelente dibujante, que dibujara una idea de bandera para Cuba que él había imaginado. Miguel siguió sus instrucciones y el boceto de bandera quedó plasmado. Entonces Emilia hizo un prototipo en tela.
Para ello se valió de cintas de seda blancas y azules, un retazo de tela roja. La estrella, también de seda, quedó ribeteada en blanco. Medía dieciocho pulgadas de largo por once de ancho. De sus manos había salido aquella pieza preciosa que sirvió de modelo para que los patriotas de Nueva Orleans confeccionaran el ejemplar de tamaño y naturaleza definitivos con la cual desembarcaría López en Cuba, por la bahía de Cárdenas, el 19 de mayo de 1850. La enseña encabezó el desfile por la ciudad y fue izada en el edificio del gobierno durante el breve tiempo en que Cárdenas estuvo en poder de los cubanos.
El 11 de abril de 1869 la Asamblea Constituyente de Guáimaro la declaró como bandera oficial de la nación cubana.
Emilia y Miguel se divorciaron. Él regresó a morir a Cuba en 1857, acogido al derecho que le otorgaba el Real Decreto de Amnistía de 22 de marzo de 1854.
Emilia contraería matrimonio en otras dos ocasiones. Terminó sus días en España, antes legó todos sus bienes a la Sociedad Económica de Amigos del País para beneficio de la enseñanza gratuita de los niños sin recursos.
Emilia, la bordadora de nuestra bandera; la patriota, fue también una mujer que desafió las convenciones sociales; en suma, una mujer valerosa y digna, segura de sí, que no temía a nada.
Más de un siglo después de su muerte, en 2010, tras afanosas búsquedas a iniciativa de una investigadora cubana y con el concurso de un artista nuestro de la plástica, pudo ser hallada la tumba de la cubana en el cementerio de Nuestra Señora de La Almudena, en Madrid. Sus restos fueron trasladados respetuosamente a Cuba, su patria, donde hoy nos acompañan.
De todo esto nos hablan Ulises Rodríguez Febles y Teatro Icarón desde la escena. La Emilia que rememora su trayecto vital y su contexto lo hace ya en su ocaso. Como el teatro es arte que siempre leemos en presente, los sucesos de la vida de Emilia, la sabia interpretación de Miriam, el austero diseño escénico que incluye un cuidadoso juego de luces y la portentosa música de Mery Horta para piano (que ejecuta ella misma), trompeta (Rodolfo Horta) y trombón (Dairon Alberto Jiménez) hallan resonancias en nuestra actual convivencia.
Claro que Emilia… es obra política; discurso estremecedor. Contra cualquier despotismo y ultraje.
Monumento escénico de los cubanos.
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