El patrimonio cultural cubano está de plácemes por estos años, y es que los centros urbanos más antiguos de la Isla arriban a sus 500 años, medio milenio de construcción de una identidad que se consolida con el paso del tiempo. Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, San Salvador de Bayamo, la Santísima Trinidad, Santa María del Puerto del Príncipe (Camagüey), Sancti Spíritus, Santiago Apóstol de Cuba y San Cristóbal de La Habana forman un sistema de ciudades en el que es preciso centrar la atención si pretendemos entender un proceso de conformación cultural que desborda el área geográfica del Caribe por erigirse en signo de toda Hispanoamérica.
¿Qué festejamos? El centro de la celebración, más allá de la antigüedad de ese complejo artefacto que encuentra particular expresión en la organización del espacio urbano y los edificios que definen sus manzanas, lo constituye la vivencialidad que atesora cada uno de sus elementos. En la relación que habitantes y visitantes foráneos establecen con plazas, parques, calles, paseos, avenidas y edificios, por solo citar algunos de sus elementos, están los cimientos para una permanencia y continuidad de los valores patrimoniales de los centros históricos. Es en la significación —y resignificación— que cada uno de ellos despierta en los individuos de diferentes grupos y sectores sociales donde está el valor axiológico de los exponentes que atesoran, de ahí que no deberíamos abordar el patrimonio cultural al margen de ello, pues en dichas relaciones está el aura que los acompaña.
Las cinco primeras ciudades: Baracoa, Bayamo, Trinidad, Camagüey y Sancti Spíritus, ya celebraron la insigne fecha, mientras Santiago de Cuba se prepara para el acontecimiento. Asomémonos a uno de sus edificios, una obra que aunque distante del área declarada Monumento Nacional en 1978, resulta prolongación cultural de un modo de ser que encuentra sólidas raíces en las primeras centurias: el Teatro Heredia.
El punto de mira, en plena concatenación con lo planteado, radica en el hecho de que el patrimonio construido, más allá del repertorio en el que por su función se inscribe —militar, religioso, civil o doméstico— y su carácter público o privado, se integra al imaginario a partir de las experiencias que desde la cotidianeidad se establecen con él. No es casual que muchas personas reconozcan una ciudad por su teatro y que por sus valores históricos y artísticos conquisten la condición de monumentos nacionales como en los casos del Sauto de Matanzas, inaugurado el 6 de abril de 1863, mediante la Resolución 3 de 1978; el de La Caridad en Santa Clara, que abrió sus puertas el 8 de septiembre de 1885, por Resolución 32 de 1981; el Principal de Ciego de Ávila, inaugurado el 2 de marzo de 1927, a través de la Resolución 175 del 2001; y el Teatro de Manzanillo, del 14 de septiembre de 1856, por Resolución 194 del 2004.
¿Existe relación entre una obra tan contemporánea como el Teatro Heredia y el Centro Histórico de la ciudad de Santiago de Cuba? Si entendemos la obra como prolongación histórica de los coliseos de la ciudad, entonces comprenderemos que tanto en lenguaje formal como en el sitio que ocupa en el ámbito cultural del territorio entronca con el continuo proceso de modernización local.
La connotación cultural del Teatro Heredia de Santiago de Cuba encuentra su génesis en el proceso de Ilustración que desde la segunda mitad del siglo XVIII arribó a la mayor de las Antillas, cuando el contacto con otras culturas despertó en el patriciado de las diferentes ciudades cubanas un renovador sistema de ideas arquitectónicas y urbanas. Fue la élite local, en estrechos vínculos con el Ayuntamiento como institución de máxima representación civil y a la cual en condición de concejales pertenecían, la que hizo del pensamiento ilustrado el instrumento para crear los símbolos del progreso en las patrias chicas y, probablemente sin tener conciencia plena de la significación que su quehacer tendría, crearon una imagen urbana que devendría orgullo de sus habitantes y futuras generaciones. Así, modernizar la ciudad colonial desbordó el cumplimiento de reales órdenes y cédulas y, atemperados a los contextos de las diferentes regiones del país crearon obras que pasaron a la historia como piezas enteramente fruto de la localidad, perspectiva desde la cual muchos de los proyectos de entonces sigan siendo hoy reconocidos con el nombre de su promotor. Parques, alumbrado, alcantarillado, plaza de mercado, cementerio y teatros, inscribieron a las villas cubanas en la modernidad, y a sus protagonistas en el catálogo de ilustres hijos. El caso del Museo Bacardí, en la ciudad que nos ocupa, es un merecido ejemplo de ello.
Fue bajo la égida de la Ilustración que Santiago se incorporó al sendero marcado por la modernización de ciudades en Cuba y América Latina en relación con el teatro. Y en armonía con ello inauguraron los santiagueros su coliseo el 30 de junio de 1850 bajo el nombre de Teatro de la Reina Isabel II (hoy Teatro Oriente), con emplazamiento en la céntrica calle Enramada casi esquina a Padre Pico, colocándose en las coordenadas de sus hermanas villas: La Habana, lucía el Teatro Tacón (1838); Trinidad, en la calle Gutiérrez, entre Desengaño y Rosario, el italianizante Teatro Brunet (1841) y Sancti Spíritus, en las márgenes del Yayabo, y Puerto Príncipe, en la calle Jesús, María y José, el Teatro Principal (15 de julio de 1839 y 2 de febrero de 1850, respectivamente).
Dialogaba Santiago de Cuba además con aquellos centros urbanos que, jóvenes aún, sostenían un abierto diálogo con la cultura desde el teatro. Pinar del Río, aunque con modestos materiales, poseía el Teatro Lope de Vega (1837), el mismo que hacia el 28 de noviembre de 1898 se convertiría en el Teatro José Jacinto Milanés; Cienfuegos contaba con interesantes antecedentes al Teatro Tomás Terry (12 de febrero de 1890), como el nombrado Isabel II (1840) y La Rosa, reconocido luego como Teatro Avellaneda (12 de abril de 1860); la ciudad del Guacamayo su espléndido Teatro Manzanillo y Sagua la Grande, el Teatro Lazcano, devenido luego Teatro Principal (1860-1864).
Específicamente en el área urbana de Santiago, el teatro como instalación cultural alcanzó un desarrollo paralelo al de las artes escénicas, a lo que se sumó el séptimo arte; de ahí la proliferación de inmuebles en la tipología de cine-teatro, como el Teatro Novedades (hoy Martí) —con sede en Santo Tomás entre Trinidad y Habana— que se inaugurara en 1905 como establecimiento para espectáculos públicos y funciones cinematográficas. Sin embargo, solo dos de esas obras marcan los antecedentes del Heredia como coliseo de Santiago de Cuba: el ya enunciado Teatro de Isabel II o El Reyna (1850), como cotidianamente se le reconoció, y el Teatro Aguilera (1949). Un asomo a cada uno de ellos valida al Heredia como una obra arquitectónica que enriquece el patrimonio cultural de la nación.
Los historiadores subrayan como motivo para crear el Reyna el hecho de que el huracán de 1846 echara por tierra el espacio existente para los espectáculos en la villa, con sede en el mismo sitio en que se levantara el nuevo edificio y para el proyecto de obra llamaron los santiagueros al comandante de ingenieros Manuel Heredia Ivonet, santiaguero que por su currículo debía ser uno de los más capacitados en el arte de construir; recordemos que en el siglo XIX la arquitectura está a cargo de maestros de obras o ingenieros militares, y son estos últimos los autores no solo de los inmuebles del repertorio militar en la isla sino también de emblemáticos edificios como los teatros y las plazas de mercado. De modo que el Reyna fue expresión de la modernidad decimonónica en Santiago de Cuba y desde su inauguración, con la comedia Trabajar por cuenta ajena, del español don Mariano Zacarías Cazurro (1824-1896) (1) y la obertura de la ópera cómica Los diamantes de la corona, del compositor francés Daniel-Françoise Esprit Auber (1782-1871) (2), devino un centro de recepción del acontecer cultural nacional e internacional a lo largo de su historia; basta citar que para su reinauguración en 1915, bajo el nombre de Teatro Oriente, sus cortinas se corrieron para la puesta en escena de La Traviata, ópera en tres actos con música de Giuseppe Verdi (1913-1901) y libreto de Francesco María Piave (1810-1876) que tomaba como punto de partida la novela La dama de las camelias de Alejandro Dumas (1824-1895). Bastaría repasar la programación cultural del Oriente para entender la síntesis cultural de una ciudad que en sus inmigraciones había recibido la impronta de Italia, Francia y Estados Unidos desde entrado el siglo XVII.
El Teatro Aguilera, por su lado, se erigió en paradigma cultural de los años 40 del siglo XX al devenir crisol de un sistema de asociaciones e instituciones como la Sociedad Filarmónica (1939), Pro Arte de Oriente (1940), Sociedad de Estudios Superiores de Oriente (1943) y el Patronato Pro-música Sinfónica (1945), entre otras. El proyecto estuvo a cargo del arquitecto Ramiro Oñate, quien con miras en Estados Unidos colocó a la obra en la novedad tecnológica de la arquitectura y la ingeniería santiaguera y, en un lenguaje monumental moderno, concibió el edificio desde una estructura de acero proveniente de la América Steel Corporation of Cuba. Pero más allá de una manifiesta sobriedad en los muros, el ritmo de grandes vanos rectangulares y el uso de paños de cristales, su renovación estaba en el confort de los servicios que brindaba. A la comodidad de un lunetario para mil quinientas personas, un magnífico sistema de audio y el aire acondicionado, el Teatro Aguilera ofreció a los santiagueros la proyección cinematográfica en cinemascope y, en aras de una mayor polifuncionalidad, acogió en los bajos del edificio un club subterráneo con el nombre Subway Aguilera.
Así, hasta abril de 1966, año en que quedó en ruinas a causa de un incendio, el Teatro Aguilera compartió con el Teatro Oriente el latir cultural de Santiago de Cuba y devino recepción de cuanto acontecía tanto en otras ciudades cubanas como en el área internacional. Posterior a esta fecha el antiguo Teatro Reyna recuperó su carácter de jerarquía y aunque existían otros edificios en la tipología de cine teatro, se concentraron en él los espectáculos y galas culturales. Inmerso en su explotación y ajeno a serias intervenciones de mantenimiento, el Oriente terminó por colapsar en los años 80, quedando Santiago de Cuba en un estado que encuentra paralelo en las acciones del huracán de 1846. Hacía falta pues, un nuevo coliseo; un teatro a la usanza de los palacios de convenciones existentes en las grandes capitales de América Latina.
Sería el Teatro José María Heredia y Heredia la instalación que vendría a dar respuesta a la necesidad de un nuevo coliseo en Santiago de Cuba y como sus dos anteriores inmuebles, apostaría por una modernidad propia de su tiempo. Novedad que, en primer orden, establecía urbanísticamente una ruptura con el área legada por el período colonial al inscribirse dentro de la creación de nuevos centros cívicos en las ciudades cubanas. Se trataba de conjuntos que por su funcionalidad social, exigía de espacios inexistentes en los centros históricos y que, precisamente por estar despojados de un compromiso histórico tanto en lo urbano como en lo arquitectónico, posibilitaba la expresión de nuevos lenguajes. Las plazas de la Revolución pasaron a ser el núcleo de áreas de desarrollo y a su entorno se planearon instituciones sede del Gobierno, el Partido, salas polivalentes y teatros; proyecciones que en cada territorio alcanzaría particularidades propias.
Los rasgos que distinguen al Heredia como joya arquitectónica que enriquece el patrimonio cultural cubano es preciso buscarlas, en primer lugar, en su autor. El Teatro Heredia fue el cierre de la fructífera carrera de uno de los arquitectos más contemporáneos de la Isla: Antonio Quintana Simonetti (1919-1993), el joven que apostara por una arquitectura contemporánea desde 1944, cuando en el patio de la Escuela de Arquitectura de La Habana participa de la Quema de los Vignola, acción protesta al neoclásico, el lenguaje empleado por los ingenieros militares para la construcción de los teatros del período colonial. Emblemáticos edificios entregó Quintana a la historia de la arquitectura cubana entre los que se distinguen en la capital el Edificio de 23 y 26 (1952), el del Retiro Odontológico (1953), —hoy edificio Julio Antonio Mella de la Universidad de La Habana—, la sede del Seguro Médico (1955) —actualmente del Ministerio de Salud Pública y la Agencia Prensa Latina—, el Edificio de Malecón y F (1967), el diseño general del Parque Lenin en los años 70, la Casa de los Cosmonautas (1975) en Varadero y el Palacio de las Convenciones de La Habana (1979).
En el quehacer de Quintana late la búsqueda —y el encuentro— de una arquitectura cubana; de un sistema constructivo que con centro en la funcionalidad del edificio se atempere a las condiciones climáticas de la Isla. De ahí sus principios de tratar al edificio desde una volumetría en permanente diálogo entre lo interior y el exterior con un valor expresivo que le ubica en las coordenadas de la vanguardia plástica cubana. Los juegos de espacios verticales y horizontales, el sistema de balcones y las galerías, junto al reconocimiento de los valores de la historia de la arquitectura cubana hacen de las obras de Quintana verdaderos signos identitarios; pretensión que subrayan el color, las celosías, los arcos de medio punto, los óculos, y esa continuidad que reinó en la casa cubana y su patio central. Todo ese legado ocupa un importante espacio en El Heredia. Una obra que no solo está concebida hacia su interior sino también al exterior, basta reconocer en ella esa especie de mirador desde el cual se descubre el latir de los santiagueros en torno a la Plaza Antonio Maceo.
El Heredia fue construido entre 1986 y 1991 en la intercepción de la Avenida de las Américas y la Avenida de los Desfiles y desde su inauguración se inscribió como una obra de la arquitectura contemporánea que enriquece el patrimonio material e inmaterial de Cuba. Además de una sala principal, con capacidad para 2 mil 452 personas, tiene tres salas equipadas para encuentros de diferentes naturalezas; además de espacios de indiscutibles valores culturales como el Café Cantante Niágara, se habilitó en este coliseo el Bar de las Estrellas, dossnack bar, una pista bailable bautizada con el nombre del popular músico santiaguero Pacho Alonso; una Galería de Arte que con su nombre rememora a Armando Rodríguez, y el Ancón Literario.
Aunque la obra fue entregada el 13 de agosto, su espectáculo inaugural no tuvo lugar hasta el 23 de agosto, en homenaje al aniversario de la Federación de Mujeres de Cuba, momento que contó con la actuación de Elena Burke, Sara González con el grupo Guaicán y el santiaguero José Armando Garzón. Pero este fue solo el inicio de un continuo acontecer en el despertar de nuevos lazos entre habitantes de la ciudad y visitantes al teatro: las compañías el Ballet Nacional de Cuba, el Ballet Folclórico de Oriente, el Ballet Folclórico Cutumba, Teatro Danza del Caribe, La Colmenita, Circo Nacional de Cuba, cantautores como Pablo Milanés, Silvio Rodríguez, Argelia Fragoso, Polito Ibáñez, David Blanco, Moneda Dura, Buena Fe, Rosa Fornés, Farah María; Héctor Téllez, Miguel Ángel Piña, Alfredo Rodríguez y Luis Carbonell. A ello se añaden un sistema de eventos entre los que se distinguen el Congreso de la Asociación Cubana de Enfermería, el Simposio Internacional de Comunicación Social, el Festival Internacional de Coros, el Festival Internacional del Bolero, el Festival del Caribe, el Taller Internacional de Poesía Caribeña, el Coloquio “El Caribe que nos une”. Un panorama cultural que no pudo frenar el ciclón Sandy a finales del año 2013.
Desde sus inicios estuvo el Heredia en la cima del pensamiento cubano, baste citar algunos de los puntos que ocuparon la agenda de trabajo del IV Congreso del Partido Comunista de Cuba, celebrado en este edificio entre los días 10 y 14 de octubre de 1991: el período especial y el proceso de rectificación; el impacto que causó en el país la desaparición del campo socialista; la entrada de los creyentes en el Partido, el papel de la ciencia en función del desarrollo de la nación, el mercado libre campesino y la lucha contra el delito, entre otros.
Antropológicamente, el Heredia ha desbordado en su uso la funcionalidad tenida en cuenta por su proyectista; así, desde su potencialidad espacial, deviene en sitio de preferencia para una quinceañera que desea celebrar su fiesta en el Niágara; acoge piezas del Museo Nacional del Transporte, entre ellas un Ford A- Modelo Roadster – de 1930 que donara el General de Ejército Raúl Castro Ruz en 1989 y el Ford T. Bird Modelo Hard Top. USA, de 1956, que perteneciera a la artista Rosita Fornés; y es el templo en que los graduados de la Universidad de Oriente reciben el diploma que les acredita como profesionales, un instante que desborda a los egresados e invade a familiares y al claustro de profesores que participa en ello.
No hay espacio para la duda, el Heredia es ese personaje del que con cariño se habla en la antigua villa de Santiago Apóstol de Cuba, en el Oriente Cubano y en el resto de las regiones de la mayor de las Antillas. Está presente en el Heredia, amén a la distancia que le separa de la vieja ciudad, el legado de los coliseos creados y fomentados por los santiagueros en períodos anteriores, particularmente el Reyna y el Aguilera. Es el Heredia el signo de modernidad al que está llamada la humanidad; el futuro que con solidez descansa en el pasado de las patrias chicas.
No sorprenderá pues, que ocupe el Heredia un lugar de distinción en los festejos por los 500 años de la fundación de la Ciudad Héroe.
NOTAS:
(1) Esta pieza forma parte de la colección de Comedias Escogidas para el Museo Dramático Ilustrado publicado por Vidal y Compañía en 1863. Cazurro fue autor además de las piezas Los dos doctores (1850), obra en dos actos y en verso aprobada por la Junta de Censura de los teatros del reino en 1849; y La pensión de Venturita (1850), en tres actos y en verso; entre otras.
(2) Autor de alrededor de 70 obras para la escena, óperas, ballets y música religiosa. Les Diamants de la couronne fue estrenada el 6 Marzo 1841 por la Opéra-Comique, en Paris.
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