Mis recuerdos de los días luminosos del Primero de enero del 59, de Playa Girón, dе la lucha en el Escambray, del internacionalismo y de todos los momentos gloriosos de mi país en los que he tenido el honor de participar, siempre han estado íntimamente ligados a las notas vibrantes del Himno Invasor. Su ímpetu, su capacidad de convocatoria y su facultad de exaltar el espíritu patriótico y sacar lo mejor de nuestro pueblo, siempre ejerció en mí un sentimiento, casi mágico, que permanece intacto hasta el día hoy.
Yo conocía bastante sobre la historia de la aguerrida marcha, pero no fue hasta hace algún tiempo que tuve la oportunidad de leer una intervención de su autor, el general de brigada Enrique Loynaz del Castillo, en una conferencia dedicada a la Sociedad de Artes y Letras Cubanas, celebrada el 12 de febrero de 1943, que hizo que me decidiera a escribir esta crónica sobre la génesis del Himno Invasor.
Cabalgaba la columna invasora por los llanos camagüeyanos con el Titán de Bronce al frente, cuando el quince de noviembre de 1895, el general Antonio Maceo Grajales ordenó un parada en tierras de una finca que previamente había revisado la avanzada invasora. Quiso el destino que La Matilde, propiedad de José Ramón Simoni —padre de Amalia, el gran amor de “El Mayor”, Ignacio Agramonte—, se convirtiera en el marco perfecto para la creación del glorioso peán.
Contaba Loynaz del Castillo que Maceo, altamente respetuoso del gobierno civil de la República, asignara al Presidente Salvador Cisneros Betancourt y al Consejo de Gobierno, la magnífica casa de vivienda de la hacienda, instalándose él con su tropa en una cercana arboleda inmediata a los establos, donde ubicó su estado mayor al mando del general José Miró Argenter.
Relató el general Loynaz, joven comandante en aquel entonces y ayudante del Lugarteniente General que, apenas acampados recorría la elegante mansión con algunos amigos y descubrieron en las paredes del inmueble ciertos escritos llenos de improperios con los que las tropas españolas, que recién habían abandonado el lugar, pretendían denostar a las huestes mambisas. Igualmente narró, que en una ventana blanca y azul encontraron, bajo una pirámide con la bandera española, unos hermosos versos que uno de los oficiales cubanos intentó borrar y a quien el joven comandante disuadió de inmediato arguyéndole que las letras y las artes, bajo cualquier bandera, son dignos de respeto. En ese momento, sobre la otra hoja de la misma ventana, el enardecido comandante dibujó una bandera cubana y debajo de ella escribió las patrióticas estrofas:
“A Las Villas valientes cubanos: // que occidente nos llama al deber. // De la Patria arrojar los tiranos. // ¡A la carga: a morir o a vencer!...” Que inmortalizarían la combativa marcha.
Sensibilizado por sus propios versos, el joven oficial decidió buscar una música apropiada a tan, según sus propias palabras, altiva y enardecedora letra. Sin poseer conocimientos musicales, tras largas horas de solitario ensayo, se fijó en su mente la melodía y se dirigió a ver a su jefe y compañero de cuarto en Costa Rica —donde lo había salvado de morir en un atentado— y se lo presentó diciéndole: “General, aquí le traigo un himno de guerra que merecerá el gran nombre de Usted; déjemelo tararear.”
“Pues bien”, le respondió el Titán de Bronce. El general Maceo la escuchó con detenimiento y, poniendo su mano sobre la cabeza del novel compositor, le manifestó: “Magnífico, yo no sé de música, para mí es solo un ruido, pero esta me gusta. Será el Himno Invasor. Sí, quítele mi nombre y recorrerá en triunfo la República”. Y luego agregó: “Véame a Dositeo para que mañana temprano lo ensaye la banda”. Ante la indicación del jefe el comandante Loynaz objetó, “General, tiene que ser ahora mismo, porque mañana se me puede olvidar la tonada como me ha pasado otras veces”, a lo que Maceo respondió, “Está bien, vaya y tráigame a Dositeo.”
A los pocos minutos se presentaron ante el Lugarteniente General el capitán Dositeo Aguilera, director de la banda de música de la Columna Invasora y el comandante Loynaz del Castillo.
El Mayor General Maceo, dirigiéndose al capitán Aguilera le dijo: “Lo he llamado para que la banda toque un himno de guerra que se lo va a cantar el comandante Loynaz. Váyanse por ahí, siéntense en una piedra donde nadie los moleste, y trabajen hasta que la banda toque exactamente el Himno Invasor. Apúrenme eso.”
Después de poco más de una hora de trabajo, ya Dositeo había transcrito al pentagrama la letra y la música del recién compuesto himno y marchó con los integrantes de su banda para instrumentarlo tal como lo había ordenado el jefe.
Al día siguiente la columna invasora ya tenía un himno que enardecería a los bravos mambises en su marcha triunfante desde el Camagüey hasta la Vuelta Abajo y sus compases servirían de marco musical, cuando el toque de “a degüello” llamara a la carga por la libertad de la Patria.
Tres años después de la llegada del ejército invasor a la occidental población de Mantua, la capital de Cuba lo escuchó, entre el retumbar de las salvas de artillería que saludaban la entrada del Ejército Libertador en La Habana, sin embargo, todavía habría que esperar más de medio siglo para ver cumplidos los sueños de soberanía y libertad plena de nuestros próceres.
Publicado: 8 de diciembre de 2017.
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