El imperio que nació en el verano de 1776 culminó su primera fase de desarrollo en 1898, a punto de terminar el siglo XIX y cuando ya la nueva nación había superado su primer centenario. Para entonces, cuatro procesos les habían resultado exitosos y propicios para iniciar la vigésima centuria como la potencia prometedora en que se convirtió, según la psicología y la geopolítica de su élite hegemónica.
Primero: concluyó su expansión territorial.
Segundo: la Guerra Civil o de Secesión permitió el fin de la esclavitud y el camino quedaría expedito para el desarrollo de las formas capitalistas de producción.
Tercero: en la década de 1890 concluían las incesantes guerras genocidas contra los pueblos originarios iniciadas desde la misma independencia. Quedaban vencidas las naciones nativo-americanas, muchas exterminadas, otras reducidas drásticamente en número y asentadas en pequeñas reservaciones.
Cuarto: el epicentro de la Revolución Industrial, iniciada en Inglaterra a partir de 1732, se trasladó a los Estados Unidos en el siglo XIX acelerando su progreso económico.
Quinto: las migraciones de europeos y latinoamericanos permitieron mano de obra abundante en la industria, las minas, la agricultura, la ganadería y los servicios, así como el “robo de talentos” y personal para poblar el vasto territorio que habían conquistado.
De unos cientos de miles de kilómetros cuadrados que habían tenido las trece colonias originarias, llegaron a un país con cerca de nueve millones de kilómetros cuadrados.
Se inició la nueva nación como una alargada franja costera atlántica limitada por los escarpados Montes Apalaches, y de ahí, llegaron hasta el Océano Pacífico, se apoderaron de la inmensa cuenca hidrográfica del Mississippi-Missouri-Ohio, se hicieron ribereños de los Grandes Lagos al norte y del Golfo de México y el Estrecho de La Florida, al sur, a la vez que, con la adquisición de Alaska, se asomaron al Océano Ártico y a la Siberia Oriental rusa.
Todo ese inmenso país se logró, principalmente, a expensas de España e Hispanoamérica, como releja el historiador cubano Ramiro Guerra en un formidable ensayo. La América Latina tiene fronteras hoy con la América del Norte Anglosajona en el río Bravo o Grande del Norte pero eso fue a partir del Tratado Guadalupe-Hidalgo de 1848 y en 1853 con la compra del Gadsden o de La Mesilla.
La Florida había sido históricamente una colonia española. Dos conquistadores murieron a manos de sus pueblos originarios en el siglo XVI en el intento de apoderarse de la península: Juan Ponce de León en 1513 y Hernando de Soto en 1540 aunque los subordinados de éste último lograron fundar la villa de San Agustín y avanzar en la conquista. De hecho, esa ciudad es la más antigua fundada por los europeos en territorio de los actuales Estados Unidos, mucho tiempo antes del My flower.
En 1763 La Florida fue cedida por España a Inglaterra a cambio de La Habana pero el dominio británico se extendió por apenas veinte años. En 1783 fue recuperada por Madrid y se dividió en dos provincias: Florida Occidental, con las ciudades de Mauvila (Mobile) y Pensacola y Florida Oriental con su capital en San Agustín. En 1810 los criollos floridanos declararon su independencia y constituyeron una república, como parte del amplio movimiento independentista que se iniciaba por entonces en toda la Hispanoamérica continental pero ya eran muchos los anglonorteamericanos que se habían asentado en Las Floridas y posibilitaron la entrada de las tropas norteñas al mando del general Andrew Jackson que combatieron tanto a españoles como a los seminoles que se les opusieron y en 1821, mientras Simón Bolívar sellaba la independencia de Venezuela y garantizaba la de la Nueva Granada en Carabobo, José de San Martín proclamaba en Lima la independencia del Perú y México se convertía en imperio independiente, España firmaba con Estados Unidos el Tratado de Onís, cediéndole Las Floridas aceptando una compensación de cinco millones de dólares.
Pero Las Floridas no fue el primer despojo a Hispanoamérica. Antes fue La Luisiana, francesa desde inicios del siglo XVII hasta 1763 en que fue cedida a España y ésta la sostuvo hasta el Tratado de San Ildefonso en 1800 en que fue devuelta a Francia y ésta se la vendió a Estados Unidos por 15 millones de dólares, tres años más tarde. Tanto Las Floridas como La Luisiana, habían formado parte de la capitanía general de Cuba y del virreinato de la Nueva España.
El Oregón –actuales estados de Idaho, Washington y Oregón más las provincias canadienses de Vancouver y Columbia Británica- también había formado parte de la Nueva España. Disputado por Rusia, Francia e Inglaterra quedó definitivamente en manos de ésta última la cual cedió a Estados Unidos en 1846.
Cuando Agustín de Itúrbide proclamó el Imperio de México el 16 de septiembre de 1821, Tejas era parte de la provincia de Tamaulipas y la Alta California era una enorme provincia que abarcaba todo el noroeste del naciente imperio. Ambos espacios, corrieron a la larga, la suerte de Las Floridas. Estaban invadidos de colonos anglonorteamericanos establecidos desde antes de la independencia y continuaron llegando después y establecieron la esclavitud que había sido abolida por los mexicanos. Una extraña alianza de los llamados anglotexanos con los criollos que poblaban el país, declararon la República de Texas el 2 de marzo de 1836 y derrotaron a las tropas del general Santa Ana, el propio presidente mexicano. Pare entonces, los llamados texanos eran, casi todos, angloamericanos recién llegados a Texas que ni siquiera conocían el país. Fue un despojo.
En 1848 ocurrió un proceso similar en la vecina Alta California que desencadenó en la proclamación de la República de California y la inmediata y descarada intervención del general Polk al frente del ejército de los Estados Unidos. La invasión llegó hasta la misma Ciudad de México y obligaron a los mexicanos a firmar el Tratado Guadalupe-Hidalgo. En conjunto, entre Tejas y la Alta California, México perdió el 52 % de su territorio, o sea, más de la mitad.
Como vemos, la frontera norte de Hispanoamérica llegaba hasta limitar con Alaska y bordeaba los Grandes Lagos, la cuenca del Mississippi también era Hispanoamericana dentro de las fronteras coloniales y todo ello fue a manos del naciente imperio del 4 de julio.
La expansión territorial se cerraba en 1867 con la compra de Alaska a Rusia por 7,2 millones de dólares, un territorio de más de un millón de kilómetros cuadrados.
En 1898 estaba el imperio listo para desplazar definitivamente al capital inglés de América Latina y apoderarse de sus economías. Ya lo habían comenzado a ensayar con la Conferencia Monetaria Internacional Americana de 1889. También miraba el imperio hacia el Pacífico.
Al declararle la guerra a España en 1898 intervinieron militarmente en las guerras de independencia de Cuba y Filipinas que duraban ya treinta años y además, en Puerto Rico y Guam y todas esas islas pasaron a su dominio por el Tratado de París del 10 de diciembre de ese año, mientras, un atentado fabricado al rey maorí de Hawaii, permitió convertir ese archipiélago oceánico en protectorado estadounidense el mismo año 98.
La intervención en Panamá logró su separación de Colombia convirtiéndose en república independiente en 1903 que cedió la construcción de un canal interoceánico y su control, explotación y dominio a perpetuidad a los Estados Unidos.
En 1915 ocupaba a Haití y al año siguiente a República Dominicana. Cuando retiraron sus tropas diez años después, dejaron tiranías sangrientas a su servicio.
Intervinieron y ocuparon Nicaragua. Esta vez, sí lo lograron, pues en 1856-57 el filibustero al servicio del Tío Sam, William Walker trató de ocupar sin éxito, toda Centroamérica. Al salir de Nicaragua, en 1934, sin derrotar al rebelde “Geenral de hombres libres” Augusto César Sandino, dejaban la dinastía de los Somoza y la Guardia Nacional para extender su dominio, de forma indirecta.
En 1948, se fundó la Organización de Estados Americanos (OEA) con sede en Washington, para entonces ya económica y políticamente estaba garantizado el dominio estadounidense en casi toda la geografía americana y la nueva organización, era un mecanismo de dominio político para garantizar sus intereses.
Estados Unidos emergió reluciente de dos guerras mundiales. En la primera, intervino en sus postrimerías, en 1917 para sustituir a Rusia en el bloque de la Triple Alianza con Francia y Gran Bretaña, cuando ya la suerte estaba decidida a favor de este bloque frente a la Entente. En la segunda, mientas la Unión Soviética tenía más de 27 millones de pérdidas en vidas humanas, Estados Unidos apenas unos 300 mil. Ninguna de las dos conflagraciones tuvo acciones bélicas dentro de su territorio.
La Revolución Cubana, que triunfaría el primero de enero de 1959, marcó el inicio del fin del poder imperial de los Estados Unidos en el continente americano, sobre todo, después de la aplastante derrota de la invasión por Bahía de Cochinos, derrotada en su último punto de resistencia: Playa Girón, apenas 66 horas después de iniciada.
La Revolución Cubana fue una influencia directa también para el movimiento por los derechos civiles de los afroamericanos en las décadas del 60 y el 70.
La isla que ambicionó la élite de las trece colonias desde que la conocieron con la ocupación británica de La Habana en 1762, catorce años antes del 4 de julio de 1776 y que lograron su pleno dominio el primero de enero de 1899, se les desarraigaba sesenta años después. Pero existe el bloqueo económico, comercial y financiero y toda clase de agresiones políticas y diplomáticas. Luego existe deseo imperial de reconquista.
Viet Nam, Irak, Afganistán, Siria, Nicaragua, Bolivia, Venezuela… sus tentáculos han estado y están por doquier, pero ningún imperio ha sido eterno en la historia de la humanidad.
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