El Lago en la escena y…


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BNC. Lago de los cisnes. Foto: Nancy Reyes. 28-6-14.

El ballet de los ballets: El lago de los cisnes está por estos días del segundo mes anclado en la sala Avellaneda del teatro Nacional (Plaza de la Revolución). En coincidencia con el clásico, no lejos de allí, en el Museo de la Danza (G y Línea, El Vedado), los amantes del ballet tienen la oportunidad de alcanzar con la vista un interesante documento relacionado con esta obra: el programa impreso original del estreno de la versión completa de El lago de los cisnes, creada hace 120 años por Marius Petipá y Lev Ivanov, y que tuvo lugar en el Teatro Marinski, de San Petersburgo (Rusia). Precisamente a partir de ese instante nacieron todas las versiones posteriores de la obra… Conjuntamente con el programa se muestra un retrato de la época de Piotr Ilich Chaikovski, con el autógrafo manuscrito original del compositor que creó la música del clásico y del cual, este año se conmemora el 175 aniversario de su nacimiento

Algo relevante para “aderezar” históricamente la reposición de esta pieza, cuya presencia nuevamente en las tablas cubanas invita a la reflexión sobre la vigencia de sus postulados estéticos y los rasgos de interpretación que admite en la actualidad.

La versión cubana de El lago de los cisnes, con coreografía de Alicia Alonso, escenografía de Ricardo Reymena y vestuario de Francis Montesinos y Julio Castaño, resume los aspectos esenciales que han hecho perdurar este título a lo largo de la historia de la danza: el triunfo del amor y del bien sobre el mal, la integración de plástica, coreografía y dramaturgia, que determina su depurado resultado artístico. Y, sobre todo, las extremas exigencias técnicas e interpretativas, a las cuales deben responder tanto las primeras figuras como el cuerpo de baile. No sin razón expresó el destacado crítico suizo Antoine Livio, al presenciar la coreografía cubana de esta pieza en París, en 1984: “hay que ver El lago de los cisnes por el BNC para saber lo que la palabra magia representa, lo que la palabra danza puede expresar, que la palabra arte existe”.

Como en sus otras reconstrucciones de afamadas piezas coreográficas del pasado: Giselle, Coppelia, La fille mal gardée, el Grand pas de quatre..., Alicia Alonso sabe aprehender la médula estilística y conceptual de la versión original de Petipá e Ivanov, para insuflarle ese aliento de contemporaneidad y síntesis que tanto se agradece hoy. En su versión del Lago, la estructura argumental/coreográfica/musical de Petipá/Ivanov/Chaikovski se realiza en tres actos y un epílogo.

Algo de la historia

Dijo en una ocasión el coreógrafo George Balanchine (Rusia 1904-EE.UU. 1983): “Petipá e Ivanov son para el bailarín lo que es Shakespeare para el actor: si usted puede triunfar en sus coreografías, es la insinuación de que usted puede triunfar en cualquier otra cosa”. Marius Petipá y Lev Ivanov colaboraron en tres ballets: Cascanueces (1892) —donde Petipá solo realizó el libreto—, El despertar de Flora (1894) —del que Alberto Méndez partió para elaborar su obra humorística A escena— y El lago de los cisnes (1895). El primero y el último con música de Chaikovski.

Petipá (1818-1910) dominó el ballet ruso cerca de 50 años y bajo su régimen —tiranía, según algunos historiadores— alcanzo su más alto nivel la danza académica clásica. Ivanov (1834-1901) fue una figura con una carrera menos llamativa, pero un creador de una sensibilidad extrema y de una excepcional musicalidad. Nacido en Moscú, se le considera un pionero del ballet sinfónico —incluso se señalan sus dos actos “blancos” de El lago de los cisnes como la primera composición coreográfica de este tipo —, y un maestro en el diseño espacial para el cuerpo de baile.

Petipá e Ivanov llegan a El lago de los cisnes en el San Petersburgo de los primeros años de la década de los 90, pero el ballet había tenido su estreno en Moscú, en 1877. Con la coreografía del austriaco Wenzel Reisinger, esa primera versión había sido un sonado fracaso. Chaikovski muere en 1893 y tres meses después, para una función en honor suyo, es Ivanov quien concibe una nueva puesta en escena del segundo acto de la obra. Es tanto el éxito alcanzado, que Petipá decide montarlo completo compartiendo ambos la labor coreográfica: él se ocupó de los actos primero y tercero, e Ivanov del segundo y el cuarto. La acción de este ballet se ubica en el último tercio del siglo XV, en un lugar de la Europa Central.

El 27 de enero de 1895 se estrena la versión y comienza la historia de un título que es para la escuela rusa lo que es Giselle para nosotros y La bella durmiente para los ingleses. Un ballet que ha tenido numerosas versiones —más de cincuenta—, se ha mantenido como el “clásico” de mayor éxito de público y es, además, una de las más duras pruebas para una bailarina clásica porque la obliga a interpretar dos personajes diametralmente opuestos en una misma función. Odette —el Cisne Blanco— es una figura eminentemente romántica que personifica la pureza y la bondad, y para su interpretación la bailarina necesita elevada espiritualidad, esencia poética y absoluta femineidad. Odile —el Cisne Negro— exige la fuerza suficiente para evidenciar el carácter demoniaco del personaje.

De acuerdo con la estética del Romanticismo, el argumento de esta obra resulta una cándida historia que suma prodigiosas transformaciones, encantamientos y seres malignos, pero en que aparece el amor como fuerza triunfante sobre los más terribles poderes. El lago de los cines es una de las obras maestras de la historia del ballet, y perdura en el tiempo como ejemplo de excepción en el estilo y los modos expresivos de la danza de toda una época.  

Las funciones de esta temporada de El lago de los cisnes, brindan la oportunidad de confrontación con el desempeño de noveles figuras que en la actualidad crecen en las filas de la compañía cubana, en la que coexisten varias generaciones de artistas.

El pasado fin de semana cruzaron por la escena, de la mano de los protagónicos del Lago, nombres ya reconocidos del quehacer danzario cubano: Anette Delgado, Sadaise Arencibia y Amaya Rodríguez en el doble papel Odette-Odile junto con Dani Hernández, José Lozada y Arián Molina (príncipe Sigfrido). Mientras que esta semana estarán figuras de la talla de Gretel Morejón/Alfredo Ibáñez (este viernes 20, 8:30 p.m.), Estheysis Menéndez/Dani Hernández (sábado 21, 8:30 p.m.) y cerrarán la temporada el domingo (5:00 p.m.) Viengsay Valdés/Víctor Estévez.

Cada una de las bailarinas que vistan el doble rol de Odette\Odile, reclama la más justa valoración de sus facultades y aportes individuales. Y ello no implica concesiones, sino un criterio inteligente que permita al espectador seguir sus ejecuciones, no con el ánimo de establecer comparaciones inútiles, sino de descubrir lo que sus personalidades artísticas son capaces de darnos: en una podrá predominar el virtuosismo, en otra, el lirismo de los actos “blancos”, en otra, la precisión del estilo, la fuerza del teatro, y, en el conjunto de todas, la excelencia compartida. Corresponde ahora a los intérpretes revalidar estas opiniones en las jornadas anunciadas para el Teatro Nacional.


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