Me preguntaba —puro ejercicio de imaginación— que hubiera dicho el compositor, director de orquesta y flautista cubano Luis Casas Romero (Camagüey, 24 de mayo de 1882 – La Habana, 30 de octubre de 1950), si escuchara su tema El mambí ejecutado, con arreglo y voz de Santiago Feliú (1962-2014). Pero me aventuraría a pronosticar que emoción sería la palabra protagónica en sus reflexiones.
De la delgada línea de la emocionalidad, despreciada por algunos creadores y críticos audiovisuales, emergió el videoclip El mambí, de Roly Peña y Alejandro Pérez, desplegado sobre telares de una acusada sobriedad escénica, desprovista de barroquismos y andamiajes superfluos. Sus creadores apostaron por desgranar signos ante el lector que ha de codificar narraciones, gestualidades, discursos, historias, elementos convergentes para el boceto de simbologías.
Se trata —todo un desafío— de la resignificación de una pieza considerada por los musicólogos de la isla, entre las más relevantes del patrimonio histórico y cultural cubano. Toda una alegoría que moldea, desde los eficaces andamiajes de la metáfora, las luchas independentistas de nuestros mambises.
Resulta esta entrega una solución estética desprovista de artilugios postmodernos, recurrente distingo en la presente década. La narrativa del videoclip evoluciona, hasta el epílogo, con los gramajes del blanco-negro, pintado con sobrias texturas de acento fílmico. Se visualizan legítimas apropiaciones de puestas en escena donde las cargas al machete, multiplicadas como forma de lucha en las gestas libertadoras ante la superioridad militar de las tropas españolas, tienen en nuestra cinematografía un destaque histórico.
Las escenas que responden a relatos colectivos emergen como pinceladas —de justificada intencionalidad—, dispuestas por una pátina de brillantez fotográfica. La nitidez y limpieza de estas zonas del videoclip, apuntan a subrayar ese cometido histórico presente en los núcleos dramáticos de la pieza.
En El mambí, están aparcadas las estrepitosas soluciones que distinguen al videoclip. Las huellas escénicas que edifican sus autores transitan por un tempo pausado, resueltas en secuencias entrecortadas, que encierran microhistorias de una denotada organicidad y poder de síntesis. Sus creadores se desprenden de los pilares aristotélicos del relato, articulado como un trazo sinuoso en el espacio temporal de poco más de tres minutos.
Roly Peña y Alejandro Pérez construyen unidades significantes que encierran valores simbólicos, culturales e históricos. Algunos de los capítulos-temas esbozados en esta entrega son la ya mencionada gesta independentista de los cubanos contra la colonia española; el amor, huella imperecedera que fortalece la familia; los pilares de la sociedad cubana, expresión de comunidad; la sensualidad, sello de una nación de mestizajes; la maternidad, expresión sublime de la vida; continuidad generacional y la defensa de los símbolos patrios. Estos signos convergen hacia el núcleo central: Cuba.
Para entender esta enorme palabra que nos ilumina, el abordaje geográfico sería insuficiente. En El mambí habitan símbolos que fortalecen los pilares de la nación. No es una entrega propagandística-patriotera, es una construcción sublime que nos define como un archipiélago, también isla, amenazada por la soberbia extrajera y el servil mercenario de turno.
Los cromatismos de las muchas puestas que concurren en el videoclip conforman un dramático mapa de escenas dispuestas como recortes de un vestuario de trazado artesanal. Son intervenciones que evolucionan en espacios interiores y en los “verdores” de un campo donde convergen actores principales y secundarios.
En el corto los actores no son protagonistas, se erigen como parte del capital simbólico de toda la puesta audiovisual. Están dispuestos como nexos dramáticos, reciclados sobre cuidadas prosas “fílmicas” en escenas dispuestas en tempos de corales dimensiones. Son vidas narradas por “el caos dramatúrgico” donde las historias, las muchas que cuentan los realizadores, ascienden con el rimar de la letra del maestro Luis Casas Romero, acrecentada por la voz de Santiaguito Feliú, un ícono de la trova cubana.
Lo no convencional de la narración apunta a poner al lector en cada momento, o unidad significante, en los aposentos de un discurso integrador, resuelta como pequeñas “estrofas fílmicas” que redefinen un gran verso pictórico-audiovisual.
Comentaba al principio sobre la emocionalidad como estela por donde transcurren los derroteros de El mambí. Resulta prominente este recurso —también eficaz— para conectar con lectores cautivos, permeados de simbología trunca, fragmentada, insulsa. Entre los aliados de este recurso subvalorado, están las fortalezas de la visualidad y los acentos narrativos que conforman su estructura.
Un elemento protagónico en este videoclip es la presencia de la bandera cubana. En torno a ella se edifican planos cerrados, situaciones dramáticas, gestos encumbrados o parlamentos de justificada economía y fuerza. Nuestra bandera es uno de los ejes simbólicos que se avista en este corto. Se mueve, in crescendo, copando al final los límites de la pantalla.
Sobre el pulso del asta, los trazos asincrónicos de la bandera y sus vibraciones de plurales movimientos o entrecruzados protagonismos, se vierte todo el potencial creativo de un descollante equipo de realización dispuesto a cerrar una erguida intencionalidad: enaltecer los valores de la enseña nacional.
En este punto y final del videoclip se resuelve entroncar el concepto nación con la geometría de sus encendidos telares. Es parte de una evolución dramática que distingue a la pieza audiovisual, reforzada con la belleza del tema, pintada con economía de palabras. El texto de Casas Romero es poético, sentido, enamorado. Discurre desde lo conversacional, también anecdótico. Una suerte de monólogo de historias resumidas con los acentos de un narrador excepcional: Santiago Feliú.
El trovador destraba sus tonadas melódicas, de envolturas proféticas, intimistas para un público ausente, que se conectará desde los primeros acordes y las respuestas fotográficas. Música e imagen están dispuestas sin manifiestas jerarquías, se entrecruzan en los imperceptibles granos de la pantalla para entablar un dialogo de prominentes escalones semióticos.
El corto tiene un momento descollante que toca las raíces del llanto, nuevamente la emoción irrumpe en los aposentos de El mambí. El solo de trompeta —interpretado por el músico Alexander Abreu— resulta otra respuesta simbólica al subrayado recurso. Los realizadores lo incorporan en un momento excepcional. La bandera cubana, que ha estado ondeando en buena parte del audiovisual, está flanqueada por las manos de los actores principales del videoclip. El impacto de bala sobre la mujer —que no solo significa muerte, también transición escénica—, cambia el curso final de esta entrega.
Alexander Abreu le imprime una nota mayor al himno nacional con un arreglo instrumental que irrumpe, dramatiza, conmueve. Todo un punto y seguido del epílogo para desplegar en el cuadro de la pantalla la enseña nacional, con los tres colores que le distinguen; hermosa, heroica, esbelta.
¿Qué se avista en la antesala de realización de este videoclip? Un trabajo en equipo, un estudio minucioso de los recursos pertinentes para la materialización de cada palmo del corto. También, una investigación cultural e histórica, traducida en soluciones que pernoctan en sus andamiajes audiovisuales. El arte final es una articulada narrativa de lo esencial, de lo que resulta prominente mostrar al lector de este siglo.
Los directores Roly Peña y Alejandro Pérez edificaron con El mambí una descollante pieza para la arquitectura del capital simbólico que apremia actualizar en la isla. Un empeño, siempre necesario para posicionar otras luces en las raíces de nuestra cultura, contaminadas por zonas de mediocridad o respuestas “artísticas” de un delgado anclaje intelectual y creativo. Apremia labrar un armazón de lo simbólico con piezas como estas, donde converjan todas las expresiones del arte, la cultura y el pensamiento. Y cada una ha de transitar a paso de relojería y en escalonada presencia.
El mambí (Letra)
Autor: Luis Casas Romero
Allá en el año noventa y cinco,
y por las selvas del Mayarí,
una mañana dejó el bohío,
y a la manigua se fue el mambí.
Una cubana que era su encanto,
a quien la noche llorando vio,
al otro día con su caballo
buscó sus huellas y le siguió.
Aquella niña de faz trigueña
de ojos más negros que la maldad,
unió su fuego a mi fiereza,
y dio su vida a la libertad.
Un día triste cayó a mi lado;
su hermoso pecho sangrando vi,
y desde entonces fue más ardiente,
Cuba adorada mi amor por ti.
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