Para los cubanos, más que la bailarina, Alicia Alonso es como un símbolo patrio. Pero su arte ha ido más allá de las fronteras geográficas de su pequeño país y ha irradiado sobre otros muchos círculos del mundo. Ella no sólo ha honrado a Cuba, sino que representa un monumento de las artes del que deben estar orgullosos todos los iberoamericanos.
Con su maestría, Alicia Alonso ha llevado nuestras culturas a los más escogidos salones, y lo ha hecho sin traicionar nunca sus esencias. En sus inicios profesionales, en nacientes compañías de los Estados Unidos, decidió no ceder ante las presiones que la convocaban a cambiar su nombre latino por otro de sonoridades rusas o inglesas. Con esta determinación, engañosamente sencilla, Alonso logró atraer los ojos de los públicos y de los críticos acostumbrados a la expresión y los físicos de los danzantes de otras latitudes; apuntó sus particulares maneras danzarias, sus líneas y su fuerza, amparada por un grado de académica perfección apenas sin precedentes. Alicia Alonso demostró, en una época llena de prejuicios culturales y raciales, que los latinos tenían un lustre que aportar al baile “clásico” y, de esta manera, contribuyó a abrir las puertas del mundo del ballet a cientos de artistas de Iberoamérica.
Solamente en la valoración del desempeño de Alicia Alonso como ballerina encontraríamos razones suficientes para la celebración. Pero ella no se conformó con la halagadora condición de artista admirada. Alonso se empeñó en darle a su país el arduo prodigio de una compañía de ballet. Ya se escuchan proverbiales en los recuentos las dificultades que enfrentó la artista en el desarrollo de su propósito. Pero, finalmente, alcanzó que su compañía progresara hasta convertirse, junto a su país, en uno de los centros de ballet más admirados de América, con el respaldo de un complejo sistema de enseñanza supervisado por ella, y cristalizado todo en la reconocida escuela cubana de ballet.
Alicia Alonso es también la fiel celadora de la gran tradición histórica del ballet. Con destreza de restaurador, ha tomado las obras clásicas de su arte y ha despejado sus esencias para el encanto del público contemporáneo. Junto a su compañía ha compartido su arte por todo el mundo, sin tener en cuentas mezquinos criterios de selección y, cuando ha aparecido ante ella la posibilidad de desarrollar el ballet clásico en cualquier sitio, ha prestado pronta ayuda.
En una ocasión escribí: “Cuando Alicia entra en el país de esas maravillas, después de haber hallado como una llave perdida, impulsada por la corriente de las aguas de toda esa pérdida, cuando —ni cisne ni ángel— entra, con su noble medida humana, al reino de esa gravedad vuelta gracia, convirtiendo sus dos reinos hostiles en reinos comunicantes, dan ganas de desear que el júbilo que pronuncia con sus ojos de egipcia, que parecen pintados al carbón para un bajorrelieve funerario, o su boca rajada que ha agradecido los aplausos de los escenarios más exigentes del mundo, sea el de la naturaleza triunfante, que desde los comienzos se esforzó por romper la pesantez del polvo, ciegamente bailando en los átomos del rayo de luz.”
Eso debe ser, es, Alicia para nosotros: naturaleza que triunfa, el sobresaliente ejemplo de lo que puede hacer un artista comprometido, la bailarina, en la defensa del más justo afán.
2012
*Este texto, cuyo original permanece en la Colección del Museo Nacional de la Danza de Cuba, se publica por primera vez.
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