El matrimonio sagrado está presente en la mitología universal y en casi todos los sistemas mitológicos conocidos. Dentro del Imaginario Popular cubano, tanto en su mitología como en algunas líneas de pensamiento religioso, también es posible constatar claras alusiones a estas sacralizadas relaciones matrimoniales en sus más diversas categorías.
Las mitologías de los distintos pueblos del mundo son depositarias de varias clases de motivos matrimoniales. Uno de ellos, “la unión del cielo y la tierra, daba como resultado la creación del mundo; otro lo ha sido el matrimonio de los primeros ancestros, como revelador del origen de los hombres; también, el matrimonio de los dioses, que implicaba relaciones de jerarquía dentro de determinado panteón. Pero además, está el matrimonio del héroe cultural, que aparece a menudo con implicaciones para alcanzar tales o cuales fines culturales y por último, las relaciones matrimoniales entre los astros (casi siempre el sol y la luna), que la mayor parte de las veces ha tenido un sentido cosmogónico”. (1)
En no pocas de las religiones arcaicas mesoamericanas, la relación del chamán con sus númenes tenía rangos matrimoniales. De la misma forma que lo tenía en la Grecia antigua, la relación de las sacerdotisas con sus deidades. Esta relación de matrimonio fue préstamo temprano para posteriores religiones. Así veremos a las monjas católicas practicando bodas ceremoniales con Dios, como fundamento de los rituales de su iniciación; de la misma manera que los sacerdotes realizan sus bodas con la Iglesia. Quedaría entonces la sacralización del matrimonio como metáfora de las normas; del establecimiento de reglas del orden; aunque también de la fecundidad; y la obtención de premio o conquista.
Pero la aventura milenaria del alma germinó además en tierras de La Mayor de las Antillas, donde fuesen de una u otra manera congregándose con el transcurso del tiempo, diversos grupos humanos provenientes de distintas etnias aborígenes, del Continente Americano y más tarde, después del encontronazo de la Conquista, también de África, como si fuesen convocados a estos espacios compartidos en medio del Caribe, para iniciar la extraordinaria aventura de lo que mucho después llegaría a ser la nación cubana. Las mitologías de ambos pueblos también dejaron constancia en sus respectivas memorias folclóricas, del “matrimonio sagrado”.
El matrimonio sagrado en la mitología aborigen
Huión y Maroya
Cuéntase que en los más remotos tiempos, Huión (el Sol), solía abandonar de cuando en vez la caverna donde se guarecía para elevarse al cielo y alumbrar a Ocón (la Tierra), ya por aquel entonces pródiga y feraz, pero huérfana aun del ser humano. Tuvo Huión, unos dicen que el deseo, otros la necesidad de crear al Hombre, para que le admirase y adorase, esperando su salida y viese en él al poderoso señor de la luz, el calor y la vida. Al mágico conjuro de Huión, ayudado por Maroya (la Luna), surgió Hamao, el primer hombre y Guanaroca, la primera mujer, quienes desde los fértiles valles y las altas montañas les saludaban con respetuosa alegría. (2)
Caonao
Hijo de Hamao, el primer hombre, y Guanaroca, la primera mujer, aquel niño creció para convertirse en hombre fuerte y saludable. Pero vivía en medio de la profunda tristeza de la soledad, puesto que no tenía una compañera a quien prodigarle sus caricias. Vagando por los montes se encontró un árbol del cual pendían frutos en abundancia. Sintió unos deseos irresistibles de probarlos y tanto le gustaron, que comenzó a recolectarlos en un catauro de yagua, cuando un rayo de luna, hiriendo los frutos amontonados en desorden, hizo brotar de ellos un ser maravilloso. Era una joven y hermosa mujer. Caonao se enamoró desde el primer instante, la desposó y convirtió en amorosa madre de sus hijos. Aquella segunda mujer se llamó Jagua, palabra que significa riqueza, manantial, fuente y principio. También con este nombre se designó el árbol de cuyo fruto salió ella y por cuyo hecho se le consideró sagrado. Jagua, la esposa de Caonao, fue la que dictó las leyes a los indocubanos, les enseñó las artes de la caza y la pesca, el cultivo de los campos, el canto, el baile, y la manera de curar las enfermedades. Guanaroca fue la madre de los primeros hombres; Jagua la madre de las primeras mujeres. Los hijos de Guanaroca, madre de Caonao, engendraron en las hijas de Jagua y de aquellas primeras parejas salieron todos los humanos que pueblan la tierra. (3)
Masío y Mancanilla
Otra versión del mito de los primeros aborígenes que poblaron el mundo, nos dice que Masío y Mancanilla serían la primera pareja humana, descendientes directos de Huión y Maroya, quienes les ubicaron en Okón (la Tierra) con el encargo de poblarla y aprovechar sus frutos. Basada en esta versión del mito de la primera pareja, una leyenda originada en la región de Trinidad, en la provincia de Sancti Spíritus, cuenta como de este matrimonio nacieron dos jimaguas, Masío quiso nombrarles como Agabama y Guaurabo respectivamente, pero Mancanilla en cambio, prefería llamarles Táyaba y Manatí. Durante algún tiempo por ello discutieron sin acuerdo, y como los jimaguas estaban destinados a regar las llanuras de la zona (donde se encuentra ahora buena parte del Valle de los Ingenios, Patrimonio Cultural de la Humanidad, N. A.), intervinieron en el desacuerdo Hullón y Maroya, quienes les aconsejaron denominarles Agabama-Manatí y Guaurabo-Táyaba, desde entonces esos ríos tienen nombres compuestos. (4)
Yayael, el hijo del innominable Yaya
Era Yaya deidad cosmogónica de la etnia arauaca, antepasado mítico, que representaba la causa primera de la vida, sumo principio vital, agricultor ancestral que diferenció a las plantas, enseñó la manera de domesticarlas y el momento propicio para las siembras, así como la influencia de Hullón (el sol) y Maroya (la luna) en los ciclos agrícolas; fue el primero en labrar la tierra y cosechar sus frutos; el que dio al hombre el conuco.
Su verdadera denominación se desconoce, por ello es un espíritu innominado, en realidad, innominable, ya que su nombrarle significaba desventura. Su propia representación gráfica no es frecuente, por el temor a que trajera infortunio; mas algunos indocubanos se atrevieron a plasmarlo mediante un ídolo columnar, en cuyas manos sostiene una vasija, de esa manera, sus ojos semejaban el grano de café, al igual que su boca, aunque algo más alargada. Fue tratado de derrocar por su propio hijo, Yayael, con la intención de usurparle sus poderes, mas sus planes fueron descubiertos por el propio Yaya, quien lo desterró a un lejano país. Insistió el joven con su ambición de continuar conspirando contra su padre, por lo que este finalmente le dio muerte y puso los huesos de Yayael dentro del fruto seco de una güira. Pero ocurrió cierta vez que la mujer de Yaya, por torpeza volcó la güira. Entonces, en lugar de las osamentas de Yayael, brotaron de la vasija vegetal cientos de peces de variados colores y tamaños, la pareja comió de éstos, los que devinieron en alimento básico de los aruacos (etnia sudamericana, orinoquense de donde procede la última oleada de los aborígenes de Cuba). De manera que la recordación del hijo rebelde, es el símbolo de la vida que viene de la muerte; pero también el cemí marcado por la tragedia de tener que decidir entre el ejercicio del poder y el amor filial. (5)
El matrimonio sagrado en la Santería cubana
Por parte de nuestros ancestros africanos, de quienes aún perviven diversas líneas de pensamiento mágico-religiosas que difunden sus secretos conocimientos y modos de vida, está la Regla de Ocha (Santería cubana). Dentro de esta respetada, difundida y popularizada corriente de pensamiento devocional existen varios mitos y leyendas relacionadas con la sacralidad matrimonial, la prohibición de matrimonio, e incluso con la ruptura de los códigos y reglas a los cuales ésta unión sagrada conlleva y simboliza.
Batá y Changó
En los patakíes se cuenta que Changó necesitaba una mujer para casarse. “Batá por su parte, anhelaba un esposo. Ambos por separado fueron a consultar a Orúnmila, para que este les adivinara y aconsejara cómo hacer para conseguir sus deseos. Según el mito muy antiguo de la tradición oral yorubá, del signo de Ifá Idí Igbe, el numen les aseguró a ambos juntos y también, por separado, que fueran al río cercano al mercado, e hicieran allí su mejor ofrenda para alcanzar sus deseos. Ambos independientemente el uno del otro, fueron a realizar las orientaciones de la deidad; junto a la orilla de la corriente fluvial oraron, ofrendaron y mutuamente se oyeron. Ambos pedían lo mismo; entonces al verse se enamoraron. Alborozados decidieron casarse en ese momento; entonces, según la leyenda, Batá se convirtió en un tambor, que Changó nombró Iyá. Así fueron felices. De esa unión surgieron dos hijos: Itólele y Okónkolo, los otros tambores rituales”. (6)
La castidad de Yewa
La vergonzosa Yewá (también Yegguá) posee sus dominios en las sepulturas y la muerte. La castidad y la virginidad son sus símbolos identificativos, por ello muy pocas mujeres aceptan ser hijas de esta deidad, ya que tendrían prohibición total de matrimonio y deberán conservar su virginidad, bajo pena de ser infelices por el resto de sus días. “Esta divinidad de la santería, pudorosa, retraída, decorosa y seria se puede reconocer en algunos de los caminos de Yemayá: Olokún, Gunle, y Asesú; así como para algunos, en su sincretismo con Nuestra Señora de Monserrat. Aunque otros aseguran que está muy cerca de Oyá y de Babalú Ayé, porque es una divinidad muertera. Habita en la cesta de fibra, que es su recipiente mágico. En el caracol está su fuerza o aché, así como en el kachí, manilla de cuero con pequeños caracoles (cauris) y el kachá (manilla solo de caracoles). Se vincula con los metales y con el color rosado. Su número cabalístico el 11 y sus múltiplos. Gobierna los viernes y los 27 de abril y 13 de mayo, de cada año. Entre las plantas vinculadas a Yewá están la dalia, el lirio y la maravilla. Se le sacrifican gallinas y palomas”. (7)
El incesto, como transgresión mítica
Para no pocos estudiosos e intelectuales, el mito es un modo específico y necesario de densificar totalizante y expresivamente el mundo, cuyo valor de real más allá de conservar restos de memoria ancestral, busca afanosamente configurar de manera expresiva los horizontes orientadores del existir humano. Si el matrimonio sagrado contiene metáforas de un orden establecido y reglas que deben seguirse, el incesto mítico es visto para muchos especialistas de estos temas, como trangresión del orden establecido. Según el conocido antropólogo e investigador belga Claude Lévi-Strauss, “El incesto es en el mito, una interpretación figurada del exceso o del desequilibrio, que busca autoequilibrarse. Un ansia de estructura que juega el papel de naturalidad mediante la supresión de los vínculos sociales, y la disolución de una situación inicial social (egoísmo contra socialización). Pero, también, es un paso previo, necesario para romper un orden e instaurar otro mejor. La ruptura de todo orden está, así, representada en la del orden social”.
El pájaro Guani (también Guaní)
Para muchos, es encarnación viva del Guanín (preciada aleación metálica de oro plata y cobre del pueblo aruaco). Cuenta un mito de ésta etnia del Orinoco, que al principio de los tiempos el Guaní era un pájaro muy común, de plumaje poco atractivo. Cierto día este pequeño alado se compadeció de Maroya (la Luna), quien se había escondido del todos, avergonzada debido a sus amores incestuosos, por lo que eternamente habría de llevar el rostro manchado. Guaní con valentía, tomó en su pico a Hiali hijo de la Luna, (el que se ha tornado brillante), y lo llevó al cielo para que su padre Hullón (el Sol) lo conociera. “Por eso, esta diminuta ave fue premiada por Maroya a lucir un bello plumaje tornasolado con el que aparece en la floresta cubana. El Guaní o zunzuncito (quizás también la otra especie de esta familia, el zunzún, que es el mayor de los colibríes que habitan en Cuba, N. A.) se representan en láminas y tubillos de la mencionada aleación de oro bajo con superficie tornasolada. El mito de que son protagonista tanto el pajarillo Guaní, como la aleación Guanín, denota el rechazo que se había producido hacia la endogamia, debido a las relaciones incestuosas por parte de los aruacos”. (8)
Albeborael Guahayona
Se cuenta que Guahayona una vez enfermó por haber tenido relaciones incestuosas, pero sanó y se cambió de nombre por Albeborael Guahayona. “Personaje de extraordinaria importancia porque introdujo la exogamia, mediante ardides y artimañas, separando así a las parejas incestuosas, logrando enlaces exogámicos. Curó incluso de su propia enfermedad de llagas, con la ayuda de la curandera y maga Guabonito, quien le obsequió, además, las joyas más preciadas para las etnias arauacas: las cuentas de calcita y la aleación de oro, plata y cobre (Guanín). Guahayona comprendió a tiempo que los males de su pueblo estaban asociados a las relaciones intertribales, debido a que había descendido de idénticos padres, Caguama y los Cuatro Gemelos, con el agravante de que la primera a su vez había nacido del esputo seminal (guanguayo) lanzado por Bayamanaco a las espaldas de Deminán Caracaracol. Guahayona está representado en láminas doradas en forma trapezoidal o de elipse y joyas de cuentas y colgantes de calcita”. (9)
El Incesto de Orula
En una de las versiones de la mitología que recoge los fundamentos de la Regla de Ocha (Santería), a Orula se le conoce también como Ifá, Orunla, Orumila y otros. Es el santo de la adivinación, el señor o dueño del tablero Ifá, e incluso el tablero mismo en toda su facultad adivinatoria para reconocer el porvenir de los consultantes. “Esta deidad debió pasar largos años enterrado hasta los hombros frente a una Ceiba, condenado por su padre, debido a que cometió incesto con su madre”. (10) Aunque en otras versiones del mismo mito, solo fue una tentativa fallida de incesto. Lo importante es que al final es perdonado y regresa de su exilio, dotado del poder de las predicciones. La presencia de la ceiba durante esta prueba no es casual, pues de su madera se fabricó el primer tablero de Ifá.
El erudito investigador, ensayista y antropólogo cubano Rinaldo Acosta, en su preclara y enjundiosa obra Temas de mitología comparada, aborda “Una variante recogida en África en la cual relata que Obatalá era el señor del Cielo y Odudua la tierra-Madre. El Cielo se unió a la Tierra y surgió así la segunda pareja, Aganju, la Tierra seca, y Yemaja, la Tierra húmeda. En otra variante anotada en Cuba por L. Cabrera, Agayú Cholá y Yemayá son los hijos de Obatalá, pero no se identifica a éste con el cielo ni se menciona la maternidad de Odudua (Oduduwa). Agayú vivía en el desierto. De la unión de Yemayá y Agayú nació un hijo, Orungán, que concibió una pasión incestuosa por su madre. Orungán trató de violarla, pero ésta logró escapar (en otras variantes se consuma el incesto). Perseguida por Orungán, Yemayá corre hasta que, exhausta, cae de espaldas al suelo (o muere, de acuerdo con otra variante). De sus senos brotaron dos fuentes de agua, que formaron la laguna Osa. Su vientre creció de manera desmesurada, hasta que reventó: de él salieron quince orishas que modelizan distintos objetos y fenómenos naturales (y que, por ende, representan al cosmos en su conjunto)”. (11)
Alegóricas coincidencias
Los estudiosos de la mitología y el folklore reconocen la existencia de “numerosas coincidencias entre imágenes, temas y mitos pertenecientes a culturas muy distantes entre sí en el espacio y también, a veces, en el tiempo”. (12) Es válido y sería bueno “señalar que la ciencia actual rechaza la pretensión de explicar todas estas analogías a partir de las ideas del difusionismo (la migración de los motivos a partir de ciertos centros culturales prestigiosos), aun cuando la difusión de los fenómenos culturales es un hecho comprobado y que desempeña un importante papel” (13).
Pero, ¿qué alcances tienen estos arquetipos y mitologemas? ¿Hasta dónde han llegado a grabarse en el interior de la mente humana? Si tiempos hubo en los cuales el mandatario supremo, era ciertamente mirado como descendiente directo de los dioses, donde esta sacralidad luego alcanzaba plenamente a su conyugue; actualmente, en lo más profundo de las mentes de nuestros contemporáneos, y en los más variados lugares del mundo, hay no pocos humanos permeados de manera subconsciente de aquella creencia original. Se nota cuando aún, después de tantos siglos transcurridos, las más diversas formas de gobiernos, sistemas políticos y sociales transitados, aun suele rodearse al primer mandatario de cierta aureola de sacralidad, que sigue haciéndose extensiva a su pareja (cual matrimonio sagrado) y les dota ambos de “facilidades”, para que sus gobernados (o leales súbditos), en ocasiones pasen incluso, desde el lógico y natural respeto heredado, a los más variados grados de “sublime adoración”. Tal es la profunda inserción de esta alegoría del Matrimonio Sagrado en el alma de los pueblos.
Notas
(1) Vladimir N. Toporov y otros: Árbol del Mundo. Diccionario de imágenes, símbolos y términos mitológicos. Colección Criterios. Casa de la Américas, La Habana. 2002, p. 279.
(2) M. R. Glean y Gerardo E. Chávez Spínola: Catauro de seres míticos y legendarios en Cuba. Ed. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cubana Juan Marinello. La Habana, 2005, p. 273.
(3)Ibídem, pp. 118-119.
(4) M. R. Glean y Gerardo E. Chávez Spínola: Ob. cit., pp. 257-258.
(5) Ibídem., p. 532.
(6) Ibídem., pp. 89-90.
(7) Ibídem., p. 537.
(8) Ibídem., p. 253.
(9) Ibídem., pp. 38-39.
(10) Ibídem., pp. 277-278.
(11) Rinaldo Acosta: Temas de mitología comparada. Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1997, p. 31.
(12) Ibídem.
(13) Ibídem.
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