Abandonamos la Cueva de Juan Ramírez a las 5 de la mañana y con la fresca el 14 de abril de 1895. Seguimos andando por el lecho del río Tacre durante tres kilómetros para facilitar el avance por estas lomas de tupida vegetación. Esta zona tiene clima húmedo y la sensación de calor a veces es insoportable. Por el camino visualizamos cocoteros, platanales, palmas reales, bijiritas, guacaicas y zorzales. Estamos en plena campiña cubana.
Desde que desembarcamos por Playitas de Cajobabo hace tres días, hemos recorrido más de quince kilómetros.En este trayecto he podido reconocer en la casa de los Leyva la hospitalidad del campesinado y el amor para con nuestra lucha. Anoto en mi diario: “Yo no olvidaré nunca todo lo ocurrido esta noche, pero mucho menos el encuentro con esta gente, este fogón y este café”.
Después la fatigosa marcha sobre la loma de El Yayal, junto a nuestra ya incipiente tropa. No caben dudas que “subir lomas, hermana hombres”. Comimos jutía con naranja agria. Todos mantenemos la moral intacta.
Al salir del Tacre pasamos por el Sao del Najesialdonde encontramos los primeros combatientes en nuestro recorrido: la tropa dirigida por el baracoense Félix Ruenes. Seguimos camino y nos adentramos en un monte más tupido y a lo lejos, loma abajo, el rancho de Miguel Aguirre y Nina Tavera. El General decide pernoctar en los alrededores de esta casa y en un terreno de no más de veinte metros cuadrados de extensión y a ciento veinte de altura sobre el nivel del mar. Hay disputas en la tropa para decidir a quién le toca hacer la guardianocturna. Duermo en mi hamaca y a los pies de esta mi jolongo, fusil y 100 tiros.
El alba del 15 de abril nos sorprende en ajetreo de campamento. Ya más sosegado decido escribir cartas a nuestros hermanos de lucha Gonzalo de Quesada y Benjamín Guerra. En ellos tengo cifradas las esperanzas de coordinar las expediciones con la lucha en nuestros campos. Han de enviar más armas que hombres, pues estos sobran en Cuba dispuestos a empuñar un fusil. En cada expedición ha de venir un cubano con experiencia en estos avatares de la manigua. En estos momentos de definición se ha de cortar de raíz la intriga en la emigración, nada debe impedir el esfuerzo de la guerra.
A media tarde sale Gómez del campamento y llama a Paquito y a Guerra y juntos van hacia la cañada, donde ya los espera Ruenes. Insisto en acompañarlos pero el General me pide que los deje solos. ¿Será algún peligro?Al rato Ángel Guerra me llama con el rostro marcado por el júbilo, no entiendo que ha ocurrido. Me uno a estos hombres de guerra transitando por una vereda de platanales y con la cañada abajo. Se me acerca Gómez y dice que además de reconocer en mi al Delegado, “el Ejército Libertador, por él su jefe, electo en consejos de jefes me nombra Mayor General. Lo abrazo. Me abrazan todos…"
La ficción narrativa no resta rigor histórico al relato anterior de los sucesos aproximados al nombramiento de José Martí como Mayor General, el más alto grado militar del Ejército Libertador. Podemos decir que no fue un otorgamiento halagador al patriota, sino una justa reverencia al principal organizador de la Guerra Necesaria.
Nuestro Héroe Nacional fue un estudioso de las confrontaciones que le antecedieron. Las guerras napoleónicas, las independentistas de Latinoamérica, la de Secesión norteamericana…pero su principal fortaleza consistió en el análisis riguroso de las Guerra de los Diez Años, sus aciertos, desaciertos y sus lecciones. Podemos decir que sin cursar ninguna academia poseía un pensamiento militar propio y avanzado que resultó en la organización exitosa de una guerra de liberación nacional.
Reconocer en Martí al Mayor General, unificaba el pensamiento civil con el grado militar y esto fue muy acertado por parte de la figura de otro imprescindible, Máximo Gómez Báez. Se comprendía que en una guerra solo se reconocen como jefes a quienes sean capaces de enfrentar los mismos peligros que sus tropas. A eso fue Martí a la guerra y por ello murió.
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