El mundo la prefiere así


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Poco importa si en su tiempo fue o no buena actriz, o que un director la hiciera repetir cerca de cincuenta veces la misma escena, o si al morir llevó más de un secreto político a su tumba. 

Lo cierto es que Marilyn Monroe dotó al cine de la sensualidad pícara e inocente que le faltaba. Imprimió a la pantalla grande ese “toque” femenino y punzante de la mirada, la pose atrevida y el vedetismo que muchas imitaron.

El gran mito erótico de los años cincuenta nació en 1926. La  jovialidad y vivir desenfrenado y despreocupado que muchas veces había representado en el cine y fuera de él se corresponden poco con el verdadero perfil de su vida, marcada por las contradicciones y los complejos de una niñez y una juventud desgraciadas, afirman sus biógrafos.

Con un cuerpo de mil curvas, el cabello rubio y los labios rojos, La Monroe dominó a todo el mundo. Se alzó con tres Globos de Oro como mejor actriz de comedia por Una Eva y dos Adanes y los otros dos como la actriz favorita del público,  fue nominada en dos ocasiones a los Bafta británicos  y grabó sus huellas en el Paseo de la Fama de Hollywood en 1960.

No me importa vivir en un mundo de hombres, siempre que pueda ser una mujer en él, manifestó la actriz en cierta oportunidad. Y así fue, aunque miles la catalogaran la rubia más tonta de una generación, su vida fuera de las luces y el maquillaje demostró que no fue así.

Hoy,  su eterna imagen de glamour y sensualidad sobrevive a pesar de las críticas y las oposiciones y a su persona la acompañará siempre un imperturbable halo de misticismo.


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