Si la abuela Inés de Calendario se despidió con “Suavecito” de Ignacio Piñeiro, debiéramos re-encontrarnos cada 8 de mayo con nosotros mismos, en ese devenir del que afloró nuestro Son. Para el “alma divertir”, para imantarnos con nuestras más sublimes intensidades y para orientarnos con ese orgullo patrio. Debería de morir “quien por bueno no lo estime”, quien con su latir no vibre.
A su ritmo se expande y se contrae este archipiélago. Cuajan en su vaivén estas islas sedimentadas y golpeadas permanentemente, por olas más silenciosas que los huracanes, pero igual de diluyentes y fragmentadoras. En diástoles y sístoles del ser y estar, del resistir y el aplatanar. Ha sido así desde que fue la señal, el gemido del clímax del criollismo musical, de la madura “mulatez” de esta nación, del abrazo fecundo de lo hispano y lo africano.
Con hibridez vigorosa nació el Son, como el congrí y las mulatas. Un sonar fraternal de voces y cuerpos, del espíritu y sus instrumentos”. Con la redondez del solo y el coro, de la música y el baile, de cuerpos variopintos en una misma emoción. Llámese como se llame, Changüí, Chivo, Sucu sucu, o Son.
Según Danilo Orozco los sones fungieron como vehículos integradores de rasgos y procesos. El “ marco de acción de los sones ha engendrado necesidad histórico-cultural de la interacción con muchos otros tipos genéricos y sus nutrientes, de los cuales toma, da, integra, sintetiza, pero también dispersa, fragmenta , decanta, con profundos y singulares resultados a nivel de códigos expresivos”. Un proceso y una función que no ha parado aun.
Se vislumbran en el género, y en las agrupaciones que lo cultivan, las trazas de lo que se integró, de las savias y fibras acrisoladas, del fuego y de la leña, del caldero y el bandeo en que ebulló. De una voluntad de expresarse, con lo que fuera, con una botija o una marímbula, con una botella o un machete, con un taburete o un bongó… Con cualquier cosa se armaba una “bunga”.
Hay en su clave un anhelo igualador, de sincopar los orígenes, de re-mover lo que distancia, de confraternizar y diluir las pieles de las diferencias, con una proyección interactiva y participativa. Como brotación en un vivir más libre y natural, más suelto de las convenciones y el academicismo.
El Son es del pueblo, expresión de la resiliencia de los de “abajo”. Fue rechazado por la burguesía, negado en los salones habaneros por partida triple, por ser oriental, de las clases más humildes y de origen africano. Pero se impuso a base de persistencia y contagiosa sabrosura. No le fue fácil, pero se coló en el alma nacional.
Es el ritmo más representativo de la música bailable de Cuba. Por su vitalidad y ductilidad para interactuar y fundirse con otras expresiones de nuestra autoctonía, devino en el tronco más ramificado de nuestra música.
Motivaciones más que suficientes para celebrar este orgullo sonero, cocinado y sentido, conjugado en presente, en cada soplo del espacio-tiempo. Con reafirmaciones identitarias y el disfrute se sus nuevas expresiones, de su constante enriquecimiento y actualización. En cada cuerpo y en cada armonización colectiva de fe, esperanza y amor.
Cual se vivenció recientemente, cuando se impusieron los récords nacionales y mundiales de mayor cantidad de personas en todo el país bailando en Ruedas de Casino simultáneamente y el de mayor cantidad de Ruedas de Casino, también al unísono.
Aunque el jolgorio de mayo debe incluir también indagaciones, que se prodiguen los festejos con más informaciones y reflexiones, con los más inteligentes y consensuados resguardos. Para que continúe siendo patrimonio y devoción de los más jóvenes, orgullo de los cubanos estén donde estén.
Lo enarboló Adalberto Álvarez, una de las principales motivaciones del “Día del Son Cubano” ha de ser resaltar al “padre de todos los géneros de la música popular bailable” y reconectarlo con la juventud, revitalizar el calado que siempre ha tenido el son entre quienes nacieron en Cuba, en momentos en que otros géneros y ritmos foráneos han ganado preferencia y espacios en la Isla.
Enaltecer a los grandes exponentes por lo que se escogió ese día, a propuesta del “El Caballero del Son”. Socializar el legado musical del santiaguero Miguel Matamoros (1894-1971)) y del pinareño Miguelito Cuní (1917-1984).
Como también de otras figuras cimeras de nuestra cultura, cuyo estilo de creación e interpretación ha devenido patrón o modelo sonero. Hablemos de Ignacio Piñeiro, Arsenio Rodríguez, Julio Cuevas, Benny Moré y la Sonora Matancera, Escuchemos a Félix Chapottín, , María Teresa Vera, el dúo Los Compadres, Compay Segundo, Lilí Martínez, Rubén González, Pancho Amat, los Septetos Nacional, Habanero y Santiaguero, o el Buena Vista Social Club…
“Esa fecha es emblemática, y nos dio la cobertura necesaria para que se sintieran representados todos los soneros a lo largo y ancho de la Isla. Porque el 8 de mayo no rendimos homenaje solamente a Cuní y a Matamoros, sino a todos los soneros, a todo el son de Cuba, el de oriente y el de occidente, el más tradicional y el más contemporáneo El homenaje es a todos, y lo que pretendemos es que cada año se vayan resaltando las figuras que más se conocen, y también otras que se conocen menos, pero que son tan importantes como las más famosas” —aseguró en su momento el inolvidable Adalberto Álvarez.
Que no les suene a “cosa de viejos”, sino a vacuna contra lo ajeno-diluyente y lo extraño-fragmentador. Que sea cuestión de prolongarnos, desde nuestras raíces hacia nuevas expresiones de lo cubano, desde el mito del “Son de la Má Teodora” hasta el himno de “Me dicen Cuba” de Alexander Abreu y su Havana de Primera. Más bien, redescubrirnos en acumulada potencialidad.
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