Dicen sus biógrafos, con toda la razón del mundo, que fue brillante abogado, aplaudido tribuno, sutil conversador. Que era hombre de sólida cultura, cosechada en viajes y libros. Que en el periodismo fue un pionero, y mantuvo una columna dedicada al juego ciencia.
Y dicen más: que lo mismo cultivó el espíritu que el cuerpo, por lo cual se le conocía como diestro en la cabalgata y hábil en el manejo de las armas.
Claro está, ninguno de los que historiaron su existencia ha podido olvidar su heroísmo fundacional. Es un bayamés precursor. Es Carlos Manuel, el Padre de la Patria.
Ah, pero alguno que otro biógrafo no recuerda que también tuvo amable trato con las musas. Que el verso no fue extraño a aquella vida singularísima.
Carlos Manuel, amigo del verso
¿Cómo podría haber sido Céspedes ajeno a la poesía amatoria, si él fue un sempiterno enamorado? Recordando a Darío, es imprescindible decir que plural fue la celeste historia de su corazón.
Así dicen los versos de su poema “Amor callado”: “Más bella es la mañana, / un sol más puro el horizonte dora / cuando ligera, ufana, / gentil y seductora, / al prado vas, lindísima cubana. / Tu rostro peregrino, / tu talle esbelto que la brisa ondea, / ese fuego divino / que vivo centellea / en tus ojos al rayo matutino; / y ese pie que liviano / la verde yerba y margaritas huella / y tu artística mano, / la gracia que destella / todo tu ser, querube americano; / esa aureola ardiente / que en torno te rodea esplendorosa, / oh, estrella refulgente, / oh, purpurina rosa, / oh, azucena del trópico inocente”.
También la musa patria
Sí, Carlos Manuel de Céspedes cantó a la amada en inspirados versos. Pero Cuba, cercana y doliente, no podía ser lejana a su musa.
Así, entona loas a dos grandes símbolos patrios: al río Cauto, que lo ve “peinando lirios y regando aromas”. Y al Turquino, que llama “monte altanero”.
Para siempre, hasta la muerte revólver en mano, cantará sus versos del “Himno Republicano”: “A las armas, valientes cubanos. / Despertad, ya retumba el cañón / y a los golpes del rudo machete / brame herido el hispano león. / Que la virgen desdeñe al amante / que no vuele a la lid con valor, / que la madre coloque en la mano / de su hijo el puñal vengador. / Por profundo rencor afilado / el cuchillo de acero arbolad / y en los potros soberbios tendidos / con sus cascos los cráneos pisad”.
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