Como hace dieciocho años, La Habana vuelve a ser sede del Coloquio Latinoamericano de Patrimonio Industrial, esta vez en su octava edición, entre los días 14 y 16 de marzo.
En Cuba el patrimonio industrial está en primer lugar relacionado con la minería y los procesos productivos vinculados con industrias azucarera, tabacalera y cafetalera.
La minería comienza desde inicios del siglo XVI con la extracción de oro, la explotación de hierro y, a partir de 1530, del mineral de cobre descubierto en los yacimientos de Santiago de Cuba. Los inicios de las industrias tradicionales cubanas datan de los siglos XVI y XVII, cuando empezó a desarrollarse una economía de subsistencia asentada en la producción agrícola. Las condiciones históricas contribuyeron a que la producción de azúcar de caña, tabaco y café cubanos creara en Europa una amplia demanda que motivó a los colonos a interesarse por aumentar estas producciones para su exportación.
Hacia finales del siglo XVIII se produjo un despegue industrial, destinado a satisfacer tales necesidades. El producto más solicitado fue el azúcar de caña. Inicialmente la molienda se realizaba en rudimentarios trapiches movidos por la tracción animal y, en algunos casos, por los esclavos negros africanos, hasta que se introdujo gradualmente el invento de la máquina de vapor. Para el siglo XIX los trapiches se habían modernizado y convertido en prósperos ingenios.
Pronto el territorio nacional se vio envuelto en la vorágine de la industria azucarera. Las mayores producciones se concentraron en los alrededores de la villa de San Cristóbal de la Habana, la llanura de Matanzas y el Valle de los Ingenios cercano a la villa de Trinidad. También se obtuvieron rendimientos significativos en algunas áreas del oriente cubano como Camagüey, Holguín y Santiago de Cuba. Las características geográficas, la fertilidad de la tierra de los valles, el acceso a los puertos para la exportación de azúcar y la mano de obra barata propiciaron el desarrollo pleno de esta industria.
La Revolución Haitiana tuvo un impacto imborrable en la historia caribeña y sus metrópolis. La caída de Saint Domingue como el emporio azucarero y cafetalero de relevancia mundial abrió paso al despegue de otros territorios, en particular de la isla de Cuba. La ruina de la economía haitiana, así como el alza de los precios del azúcar que la acompañó, favoreció el crecimiento de la producción azucarera cubana. Comienza una batalla territorial entre el azúcar y el tabaco que culminaría con el confinamiento de este último a zonas más alejadas de La Habana y tierras menos fértiles.
El siglo XIX inicia con una alta demanda de azúcar. El crecimiento demográfico y el fomento de la caña continúan en aumento. Aun cuando el café y el tabaco constituyen una fuente de ingresos a la Isla, el azúcar es el principal elemento colonizador de la centuria. El gran paso tecnológico lo aporta la Revolución Industrial y llega de Europa el ferrocarril.
Con el surgimiento del ferrocarril a Bejucal, en 1837, y luego a su destino final en Güines, en 1838, nace la expansión azucarera. Según Moreno Fraginals es el ferrocarril, y no la máquina de vapor aplicada al trapiche (1819), el primer elemento de la Revolución Industrial que transforma completamente las condiciones cubanas de producción. Con la introducción de este adelanto científico-técnico se da un fuerte impulso a la obtención de azúcar de caña y sus derivados, que en ese momento se encontraba frenada debido a que no existían las condiciones necesarias para el traslado de los productos. Cuba se convierte en pionera de ese medio de transporte en Iberoamérica y séptima a nivel mundial.
Los cultivos de café y tabaco incrementaron sus producciones, pero sin llegar a alcanzar los volúmenes del azúcar. Las vegas de tabaco de Pinar del Río, Villa Clara y Sancti Spíritus ganaron fama mundial. En estos lugares el paisaje ha permanecido casi invariable desde finales del siglo XIX; el verde color de los sembrados de tabaco solo es interrumpido por las casas de madera con techos a dos aguas donde se desarrollan las tareas de escogida y secado de la hoja que posteriormente se procesa para su consumo en fábricas especiales.
Las plantaciones cafetaleras, en busca de las mejores condiciones climáticas, se ubicaron en las zonas montañosas de la Sierra Maestra, en oriente, y la Sierra del Rosario, en Pinar del Río. Significativo impulso recibió este cultivo con el arribo a Cuba de los colonos franceses que huían de la Revolución Haitiana, los cuales aportaron su experiencia tecnológica e incrementaron el número de haciendas.
En el siglo XIX las guerras de independencia provocaron inestabilidad en la economía cubana, los niveles de producción decrecieron al mínimo, lo que provocó la ruina de muchos propietarios. Debilitada en su base económica y política, a partir de la intervención norteamericana en 1898, la Isla quedó virtualmente en manos del capital norteamericano.
Cuba comienza el siglo XX con una industria azucarera devastada y el resto de las producciones afectadas. Rápidamente hubo un proceso de reorganización de la economía, se construyeron modernas terminales marítimas para facilitar la exportación del azúcar y se introdujo una nueva tecnología que en lo fundamental proviene de los Estados Unidos. Los dueños de pequeños ingenios, sin capital para enfrentar la crisis, quebraron y se produjo el proceso de centralización de la producción azucarera. La introducción de nuevos equipos contribuye al desarrollo de los centrales. A esa nueva imagen industrial del paisaje cubano, caracterizada por estructuras metálicas, se suman los asentamientos bien trazados y socialmente diferenciados llamados bateyes.
Durante casi todo el siglo XX, el país dependía de la producción de azúcar, casi toda sustentada por compañías norteamericanas. La recuperación de la economía cubana se extendió al resto de las producciones. Durante la primera mitad del siglo XX, el café y el tabaco continuaron elevando su prestigio en el mercado mundial por su calidad. Podemos mencionar las grandes fábricas de cigarrillos que datan del siglo anterior y prosperan en este periodo como: Partagás (ahora H. Upmann), La Corona y Regalías el Cuño.
Paralelamente surgieron y se perfeccionaron otras industrias, entre ellas, la minera con el yacimiento de cobre en la zona de Matahambre, en Pinar del Río (1912), y los yacimientos niquelíferos de Moa, en Holguín, algunas textileras como Ariguanabo, plantas para la generación de energía eléctrica, alimentos y otros productos de consumo.
Con el triunfo de la Revolución Cubana en 1959, se produce un cambio radical en todos los órdenes. La diversificación es la principal premisa del desarrollo industrial. Se crean nuevos sectores como la producción de maquinarias y la industria farmacéutica. En la esfera azucarera se inician procesos que conducen a la unificación de la agricultura cañera con la industria y aparecen los complejos agroindustriales (CAI). En las industrias tradicionales se introducen nuevas tecnologías, que en su mayoría provenían de los países de la comunidad socialista europea.
Este panorama sufrió un viraje radical a inicios de la década del noventa del siglo XX, cuando el país se vio inmerso en una profunda crisis económica, al perder su principal mercado como consecuencia del derrumbe del socialismo en la Europa del Este y la extinta Unión Soviética. Esta situación afectó seriamente la conservación del patrimonio en general y, de manera particular, del industrial, que quedó descuidado y desprotegido antes otras prioridades. Algunas fábricas se paralizaron y cerraron. La tecnología, al estar obsoleta, en muchos casos quedó abandonada, y los inmuebles sufrieron deterioros por falta de mantenimiento. Otras lograron insertarse en los nuevos planes económicos creados acordes con la disponibilidad de los recursos nacionales.
Entre las industrias tradicionales, la situación más crítica la presentó la producción azucarera que enfrentó un proceso de reorganización, el cual condujo a la paralización total de más de la mitad de los centrales del país. Es en este sector donde se localizó el mayor peligro de deterioro y pérdida del patrimonio industrial.
La protección del patrimonio histórico cultural y natural de la nación ha sido una preocupación constante en la política estatal cubana. Un paso relevante en la reorganización de la sociedad fue la aprobación de la Constitución de la República en 1976. Las dos primeras leyes muestran la madurez social alcanzada en el reconocimiento del valor del patrimonio y su salvaguarda: Leyes No. 1 de Protección al Patrimonio Cultural y No. 2 de los Monumentos Nacionales y Locales (1977).
Las acciones iniciales encaminadas a la protección y conservación del patrimonio industrial las ejecutó la Comisión Nacional de Monumentos mediante la declaratoria de 37 de estos bienes como monumento. Tres de ellos fueron reconocidos por la UNESCO Patrimonio Mundial: Trinidad y el Valle de los Ingenios (Sancti Spíritus, 1988) importante ejemplo del desarrollo urbano y de la evolución de un territorio a partir del desarrollo de la industria azucarera; el Valle de Viñales (Pinar del Río, 1999), famoso por sus paisajes naturales tabacaleros, donde la arquitectura vernácula asociada a la producción de tabaco es un componente esencial; el Paisaje Arqueológico de las Primeras Plantaciones Cafetaleras del Sudeste del Oriente de Cuba (Santiago de Cuba y Guantánamo, 2000), exponente de los asentamientos de la cultura de plantación del café.
Dentro del patrimonio inmaterial, la Tumba Francesa, tradición músico-danzaria de inmigrantes haitianos y colonos franceses que surgió en las plantaciones de café del sudeste de Cuba, forma parte de la Lista Representativa del Patrimonio Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO. A su vez, la improvisación de décimas, acompañada del punto cubano, de procedencia rural, y las lecturas de tabaquería, oficio aún vigente en el proceso industrial del tabaco, están reconocidas como Patrimonio Cultural de la Nación.
Se inicia a finales de los años noventa del siglo XX, la orientación de realizar el inventario nacional del patrimonio industrial. Hasta ese momento la protección se había ejercido de manera aislada, dirigida solo hacia conjuntos y bienes de excepcional valor arquitectónico o histórico. El trabajo constituyó un reto para los especialistas que se enfrentaron a evaluar tecnología e inmuebles. La información confirmó que los exponentes más valiosos tenían relación directa con el desarrollo de las producciones tradicionales. Se identificaron otras industrias contemporáneas como las fábricas de productos alimenticios, bebidas, licores, generación de energía eléctrica, perfumería, textil, papel, farmacéutica, transporte ferroviario, minería e instalaciones portuarias, pesca, así como algunos bienes del patrimonio mueble (autos, locomotoras, entre otros). Con respecto al patrimonio industrial activo, la realización del inventario contribuyó a la concientización sobre su valor.
En el 2002, al ponerse en marcha un plan de reconversión de los centrales azucareros, se propuso convertir en museo algunos de los que serían desactivados, lo cual constituyó un paso importante en la conservación de este patrimonio. En ese año se creó el Museo Nacional del Ferrocarril, institución propietaria, y que desarrolla la labor de investigación, estudio y conservación, de disímiles piezas vinculadas a la historia del transporte ferroviario en Cuba. Mientras, la Resolución 02 del 2004, del Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, declaró las locomotoras a vapor Patrimonio Cultural de la Nación, comenzando así un proceso para su rescate, reubicación, conservación y protección.
Es de destacar la declaratoria como Monumento Nacional, en 2007, del sistema de Acueductos de La Habana y los Planos Inclinados de Mayarí, en Holguín, paradigmas de la ingeniosidad de la arquitectura industrial cubana que perduran hasta la actualidad.
Varias infraestructuras portuarias de La Habana están actualmente en proceso de cambio de uso. En los últimos años, algunas muestran soluciones urbanísticas y de interés social que hacen muy visible la importancia del patrimonio industrial. Tal es el caso de la transformación de varios espigones antiguos del puerto en sitio para el mercado de artesanías (Almacenes San José), una nueva minifábrica de cerveza (Almacenes de Madera y Tabaco), así como la renovación técnica del sifón del alcantarillado de la Bahía, construido en 1912 y considerado una maravilla de la ingeniería civil cubana. Acciones similares experimentan zonas, instalaciones industriales, portuarias y ferroviarias en otras ciudades como Cienfuegos, Camagüey y Santiago de Cuba.
Una obra de gran aceptación ha sido la recuperación de la antigua fábrica de aceite El Cocinero, (antes compañía de electricidad de La Habana), símbolo del rico patrimonio industrial habanero, devenida en el proyecto cultural Fábrica de Arte Cubano (FAC), espacio cosmopolita considerado un laboratorio artístico para el entretenimiento y la creación contemporánea cubana.
Los edificios industriales, en especial los centrales azucareros, las fábricas de tabaco, y sus asentamientos han conformado espacios significativos de la nación. Generaciones enteras de cubanos han despertado cada mañana con el pitazo de la locomotora, la sirena de la industria, la campana del central o la mina. Los lectores de tabaquería han instruido y entretenido a miles de obreros. Los tostaderos de café durante años han deleitado a los cubanos con su producción (Pilón, Regil).
La experiencia y el prestigio de Cuba en la gestión patrimonial deben continuar siendo una fuerza para la recuperación del patrimonio industrial, la promoción de sus valores culturales y su supervivencia con nuevos usos. Una solución acertada en la rehabilitación de esos edificios y tecnologías antiguas permitiría mantener espacios e instalaciones reconocidas por la comunidad, además de ahorrar nuevas inversiones y usar esos recursos para fortalecer vínculos sociales y culturales tanto en las ciudades como en las montañas.
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