Si la Dimensión Latina decide hacer un disco en Cuba, lo lógico será que sea con temas cubanos, escritos y bailados por los cubanos; y para cerrar el ciclo lo adecuado sería dejar en manos de un músico cubano de estos tiempos la producción discográfica, la selección de l repertorio, los arreglos y hasta algún que otro detalle de última hora. Y si había la posibilidad, que siempre la hay, que alguna casa discográfica de la Isla se involucrara en tal asunto.
La lista de posibles productores para el disco en cuestión pudo haber sido amplia. Se pudo haber manejado nombres como el de Adalberto Álvarez –a fin de cuentas, su orquesta fue la que compartió tanto en La Habana como Caracas, en los años ochenta, el público y el swing de hacer música como Dios y los bailadores mandan en tiempos que la salsa “brava” campeaba por su respeto—o cualquiera de los otros productores conocidos como “pesos pesados”: bien pudo ser Emilio Vega o Juan Manuel Ceruto o Dagoberto González o el mismo Germán “risita” Velazco; no fue ninguno de ellos. Sin embargo, la ruleta se detuvo en Manolito Simonet, que además de su probado talento, ha ganado espacio como productor discográfico, más allá de su propia orquesta.
Designado un productor, tocaba la hora de seleccionar el repertorio que más se ajustara al perfil musical de orquesta y que de alguna manera mostrara hasta qué punto no existían divergencias entre el trabajo precedente de la Dimensión Latina y la contemporaneidad de la música cubana. Sencillo: se trataba de demostrar hasta dónde la timba y la salsa no eran o son antagónicas y hasta qué punto lo cubano de hoy podía o puede funcionar más allá de la Isla; no como casos aislados, sino como un todo. Sería un disco de música cubana “actual” hecha por una orquesta no cubana.
El riesgo vale la pena.
Cesar “albóndiga” Monje correría con el grueso de los arreglos y Simonet, por su parte, convocaría a los invitados y se encargaría del repertorio. Todo estaba listo para que Puño cerrado, nombre inicial del CD, se comenzara a volver una realidad y fuera el primer paso para cambiar algunas dinámicas de la música popular cubana de estos tiempos.
Puño cerrado no es solo el más reciente disco de la afamada orquesta venezolana; es igualmente un parteaguas dentro de la música popular bailable cubana. Intentaré argumentar.
Lo primero que queda definido es que se trata de un disco de música salsa en la que interactúan –armónicamente– dos conceptos de la música para nada yuxtapuestos y enfocados en satisfacer al destinatario final: el bailador de ambos países y del mediterráneo caribeño; incluso en aras de la proverbial ambición de sus productores: a los seguidores de esta música en todas partes del mundo.
Como segundo elemento importante es justo reconocer que la mayoría de los temas seleccionados fueron bailados por los cubanos en los años ochenta del pasado siglo; lo que valida un momento en la historia musical que precedió lo que será posteriormente conocido como timba. Así llegan éxitos de la orquesta Revé, de los Van Van, de Adalberto Álvarez; pero también hay boleros; sí, boleros cantados al estilo de Vladimir Lozano, el mismo que en esos años se nos hizo popular cuando acompañó al sonero venezolano Oscar de León en su mítica visita a Cuba en 1983.
Dos grandes aportes, entre otros valores, deja este fonograma, licenciado por BIS MUSIC, al entorno de la música cubana de estos tiempos.
Primero que nunca han existido aquellas “contradicciones históricas, ideológicas y culturales” que llevaron en determinado momento a satanizar al movimiento salsa y a sus cultores. Lo que confirma que la salsa fue, además de una forma de rebeldía musical con alto impacto social y cultural en el entorno latino de los setenta y parte de los ochenta, una continuidad lógica de cierta zona de la música cubana que estaba fomentándose en los núcleos urbanos de algunas importantes urbes y que fue potenciada por razones extramusicales. Y que los grandes “patriarcas” de ello responden a los nombres de Arsenio Rodríguez y Mario Bauza.
Segundo –y aquí la mula hace una reverencia a Genaro– que, aunque el sonido cubano haya corrido de forma paralela al movimiento surgido en la ciudad de New York; para nada ha mostrado antagonismo con las vanguardias musicales cubanas de la segunda mitad del siglo XX y de la actualidad. Todo indica que timba y salsa en algún momento se unificaran como formas de expresión del Caribe urbano, más allá de imperativos comerciales o de otra índole.
Tal vez una de las puertas de acceso a esta convergencia se encuentre en la dinámica musical de este disco y en la empatía musical que ha generado entre sus actores (Dimensión Latina/Simonet/BIS MUSIC) que se refleja en la buena vibra que rodea este fonograma.
Como cierre, quisiera llamar la atención en el último corte del disco. Aquí Simonet se botó mucho más que Carraguao como productor y creador. La versión en tiempo de rumba del clásico Llorarás, con la intervención del grupo Rumbatá, es una obra maestra dentro de la discografía cubana de estos últimos veinte años; y debiera servir de punto de partida a una real fusión –no esa de la que alardean en nuestra música algunos cuyo talento se refugia en búsquedas de café con leche sin sal y muy edulcoradas– musical que abra la ruta de retorno de la música popular cubana a una originalidad a punto de caducar ante la monotonía sonora que se nos impone.
Cerrar el puño y alzar el brazo correcto también es una forma de hacerse notar por parte de los músicos desde tiempos inmemoriales. Es una forma de decir “…esto es un tronco de tema…”. En honor a la más estricta verdad afirmo que, este es el disco que la salsa y la música cubana se debían desde hace más de medio siglo, para cerrar un ciclo y abrir la ruta al futuro.
La hora de la música ha sonado… “los machos están de regreso”… es tiempo de timba, rumba, salsa y son… seamos consecuentes. Así lo afirmo.
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