Es verdad que hay hechos culturales y acontecimientos culturales. Y qué diferentes son. Y qué temperatura tan contraria poseen. Lo que vi el día 29 de diciembre de 1991 en el Gran Teatro de La Habana fue un verdadero acontecimiento cultural. Yo que creía que había visto tanto, que en realidad he visto tanto, sentí esa tarde que una sensación nueva y vieja a la vez se apoderaba de pronto de mí, devolviendo a mi caja de resortes sensibles, un tesoro que creía perdido. Giselle, el clásico Giselle, interpretado por sus más genuinas exponentes. Todas a un nivel altísimo de ejecución y de entrega. Los 150 años de uno de los ballets más populares creados por el romanticismo cuando éste estaba en su esplendor. ¿Y quién que es, no es romántico, como dijo el poeta? Giselle esa tarde del 29 nos volvió a entregar ese ingrediente de romanticismo lírico que alimenta y prodiga nuestra vida.
Una Giselle cromática, con el mejor inventario de personajes que cualquier ballet pueda mostrar; todos ya legendarios. El Ballet de Cuba abrió el telón de fondo en un arcoiris cuya huninosidad revivió un lenguaje que pudo haber sido decadente o superado. Gracias a la versión coreográfica de Alicia Alonso ese lenguaje concentra, articula y sostiene un poema que cumplía siglo y medio. Lautréamont quiso decir que la poesía estaba hecha por todos. Y no dejó de tener razón. Pero siempre existe alguien que la renueva, que le da un singular toque de magia, y ese toque se lo dio a Giselle nuestra primera artista Alicia Alonso.
La tarde del 29 en el Gran Teatro se produjo un acontecimiento mágico y no exagero. Yo sentí esa levitación. Criaturas etéreas habitaban la espesura del escenario. Y el público lo sintió así. Varias hornadas de danzantes hicieron gala de su ejecución. Y entre ellos, con su aureola de leyenda, pero como una más, apareció Alicia. Sustancia espiritual delpoema. Su escena de la locura, primero, luego su descenso a la rumba, como evaporándose en un humo que estoy seguro que todos vieron, conmovió al público que esa tarde tuvo el privilegio de estar presente. No sé si los elementos racionales e irracionales de lo sagrado se dieron la mano en aquellos minutos. Pero lo sagrado como esencia, eso que está más allá de lo visible, estuvo presente en el viejo Coliseo Tacón. Más razón para que con el arco y la lira acabemos de escribir la novela, que a gritos nos pide la figura de Alicia Alonso. La novela de su vida. No quisiera confiscar este deseo para mis fines. Pero creo que Alicia merece el homenaje de un gran novelista, y también desde luego, el de la imagen en celuloide. Todo en ello está marcado por códigos poéticos. ¿Es real, es irreal?, nos preguntamos. De tan real se nos vuelve irreal, como aquella tarde en que, junto a su compañía, la de ella, bailó como nunca. Ello ve lo invisible y esa invisibilidad es la que nos entrega con su cuerpo. Yo creo que Alicia no es Giselle. Más bien Giselle es Alicia. Y no digo más porque temo revelarles el secreto de su arte. Y de su vida. Recuerden que el poeta es un brujo. Témanle.
1991
*Texto escrito a propósito de la función del Ballet Nacional de Cuba efectuada el 29 de diciembre de 1991, que conmemoró los cincuenta años del estreno de Giselle, en la que Alicia Alonso y primeras figuras del Ballet Nacional de Cuba encarnaron, alternativamente, los principales roles de esa obra. Publicado en: Cuba en el Ballet, La Habana, Vol. 3, No. 1, enero-marzo, 1992, p. 18.
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