El sentido del humor de José Martí


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Aun nos debemos el destaque del sentido del humor del Héroe Nacional Cubano y socializar más su  valoraciones sobre lo cómico, la sátira y la caricatura editorial en particular.  Indagar, muy en serio, por qué declaró  a los 30 años: “¡Oh, Rabelais, grandísimo maestro! Riéndote con risa más sana y saludable que la de Voltaire, pondría yo su efigie culminante en cada plaza pública: para que los hombres se avergonzasen de no serlo y despertasen a sí, con lo que empezarán a ser felices”.

Como  ha planteado en varios trabajos la investigadora Marlén Vázquez Pérez,  aunque no es común  asociar con la risa a un autor como Martí, “una lectura detenida de su obra devela la veta humorística, y sobre todo, la capacidad e intencionalidad suyas para emplearla como arma comunicativa eficaz, en su batallar por las causas justas, en su cuestionamiento de la sociedad norteamericana de su época, en su crítica a la monarquía española, y también, por supuesto, en el plano personal, de intercambio amistoso, divertido, a través de las cartas que intercambiaba con amigos cercanos”.

Para el cronista bayamés  Fernando Figueredo  “aunque no era hombre festivo, ni de bromas”, “dentro de su seriedad”, Martí  hacía gala de un  “refinado sentido del humor”. Sentido que aquilató el criollísimo  Enrique Núñez Rodríguez en las “autocaricaturas literarias” desgranadas en sus misivas al estrecho amigo Fermín Valdés Domínguez,  con las que se ríe  de sus  propias orejas, separadas de su cara "más de lo normal", por los tirones que le dieron sus maestros.

Fina García Marruz descubrió un “sutil humor”  en  “descripciones, o retratos breves, que figuran a cientos en crónicas y cartas”, que son “salidas pintorescas y jugosas”, como el mismo las llamó, y que “parecen frases más que escritas, pintadas, y más que desarrolladas, sugeridas. Retratos psicológicos hechos a pincelazos maestros, prodigios de concisión”.

El investigador David Leyva González, ha  profundizado sobre sus escritos  como crítico de arte y cómo este sensible acercamiento a las artes plásticas influyó en su estética como escritor. También publicó un libro sobre la “sinuosa imagen grotesca” en la obra martiana, donde nos habla de “bocetos corporales”, “retratos sintéticos”, que como hacen los caricaturistas resaltan los “rasgos específicos que tipifican al sujeto”, “resueltos  con maestría  de breves trazos  y colores turbios como salidos de Goya”.

La académica Marlén A. Domínguez Hernández, ha señalado las aristas  simpáticas de hechos y anécdotas referidos por Martí en su prólogo a Los poetas de la guerra, y la valoración que hizo el  Apóstol de   “una característica con que ha sido descrito el ser cubano: la capacidad de reír en cualquier momento, e incluso de sí mismo, y de usar el humor como arma”.

El propio Martí, en su texto “Canto y dialecto”, publicado  en Patria en  mayo de 1892, apuntó  sobre la necesidad del humor  en los tiempos más duros. Al responder  a una carta “graciosísima” de un lector de Brooklyn afirmó: “El chiste de la forma no quita un ápice de mérito a su política sesuda. No todo ha de ser trompa épica y clarín de pelear”.  Para luego, ejemplificar y a valorar el humor de los mambises del 68: “¡Ah, aquellas noches de cuentos, y aquellas comedias, y aquellas conversaciones de la guerra, aquellos chistes de que los hombres se levantaban a derrotar al enemigo, o a morir!”

A la  “graciosísima”  carta de Q. Bana la califica de “valiosa” y confiesa que la depositó en la gaveta de “manuscritos de mérito”,  no porque “venga de risa… sino porque da su latigazo a espaldas cubanas, que es cosa que a Patria siempre ha de doler aunque sea en su cariño y honor, y de conveniencia y justicia.”

Otras veces más equiparó  al humor  con un látigo. “Al contemplar el vigor de su sátira  podría decirse que ha utilizado látigo en vez de pincel”, anotó sobre el  pintor vasco Eduardo  Zamacois. En 1882, al referirse a un popular  medio satírico inglés, nos legó su más conocida definición del humor: “Va el Punch detrás de los hombres, con un manojo de látigos que rematan en cascabeles”.

La primera evidencia de su aprecio hacia el humor y la ironía,   fue a la vez su primera incursión en el periodismo. Con Diablo Cojuelo que salió  de la Imprenta y Librería El Iris el 19 de enero de 1869. Aquello que no fue un simple “acto periodiquil” del adolescente habanero, sino una muestra del culto empleo  de la sátira para ridiculizar al poder español y a su coja “libertad de imprenta”. Sátira como un látigo, pero nunca cruel.

Ese fue el humor que ponderó, no la burla  que desdeña la ética, sino la virtuosa que azota para el mejoramiento humano. Para Martí no se debía  confundir “el chiste duro y decente con la infamia gratuita y descortés”. A la de su entrañable pintor Juan J. Peoli la calificó como una  “sátira inofensiva”, porque su exageración caricaturesca estaba siempre “templada por su alma bondadosa”.

Como esteta  supo aquilatar la  caricatura, que en su opinión era el “modo eficaz de hacer visible el defecto por su exageración”. “El arte sienta a su mesa a Daumier y a Hogarth”, expresó  en esa misma reseña  de  la novela satírica  “Mi tío el empleado” de Ramón Meza.

“La sátira puede usarse con buen provecho, como lo han hecho Kaulbach, Goya y Zamacois, pero la sátira y no la mofa”, declaró  en su reseña “El museo metropolitano”, publicada en The  Hour, en 1880. Precisamente,  en la elegancia de su burla encontró  la trascendencia de Zamacois, en su capacidad de zanjar la herida hecha con su filosa sátira, de seducir hasta a los que flagelaba, de imbricar “la penetrante visión de Rabelais”  con la “risa sana del creador de Sancho Panza”.

Por demás, apreció la sátira que está al servicio de la verdad  Por ello elogió al que se ha reconocido como “el primer- humorista norteamericano”:  “Mark Twain escribe libros de reír, henchidos de sátira, en donde lo cómico no viene de presentar gente risible y excesiva, sino de poner en claro, con cierta picardía inocente, las contradicciones, ruindades e hipocresías de la gente común, y en contrastar, con arte sumo, lo que se afecta pensar y sentir, y lo que se piensa y siente”.

 


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