El silencio de los cueros, otra vez


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Ha muerto el sábado 2 de junio en la Habana Eugenio Arango; o simplemente Aranguito como era conocido en el ambiente musical cubano. Su muerte sorprendió a muchos que le conocíamos desde al menos más de cuarenta años; que es tiempo suficiente para valorar la impronta de un hombre en el entramado de la cultura cubana; específicamente la música.

Un viejo axioma del periodismo y que se confirma día a día es  aquel que reza  “…entre dos grandes noticias de un mismo tema siempre hay una de ellas que opaca la otra (…) aunque posteriormente se justiprecie la excluida en un comienzo…”. Tal vez este es el momento de hacer valer esa justicia.

La cultura cubana estuvo sometida a un “luto masivo” (frase acuñada en cierta oportunidad por el periodista Ariel Larramendi cuando en una sucesión de horas fallecieron algunas importantes figuras de la misma. Primero nos sorprende la muerte de la musicóloga Laura Vilar. Sin reponernos del dolor Corina Mestre deja un vacío inmenso en el mundo de la actuación y la declamación y se apaga la vida de Eugenio Arango, conocido como Aranguito en el ambiente musical cubano de estos tiempos.

Demasiadas pérdidas sensibles como para que una de ellas no tuviera toda la notoriedad pública que el caso merece. Es el caso de Eugenio Arango.

Coincidentemente ese día hubiera cumplido años también otro Arango, al que debía su nombre y al que todos conocieron como “Totico” Arango, un hombre que es considerado una leyenda dentro del universo de la rumba cubana sobre todo entre la comunidad de músicos cubanos que realizó un trabajo de leyenda en la ciudad de nueva York  desde los años sesenta hasta los noventa.

A Eugenio Arango –lo mismo que a sus hermanos-- le conocí a mediados de los años ochenta en las rumbas que organizaban cada domingo la familia de “los Aspirinas” en el poblado de Guanabacoa; el lugar en el que había nacido y donde gozaba ya de un prestigio bien ganado.

Había aprendido de su padre el dominio de la ejecución de los tambores de fundamento abakuá y en aquel mundo mágico de su terruño natal supo de la ejecución de los tambores. Su abuela materna le enseñó los secretos de los cantos religiosos y eso le convirtió en un apwon solicitado en cuanta actividad cultural o religiosa que se organizara en la villa.

Yo ignoraba, en ese entonces que había estudiado percusión en el conservatorio Guillermo Tomás y que era uno de los alumnos escogidos por el mítico percusionista cubano Giraldo González para transmitirle “sus secretos” dentro del mundo de la rumba y la música afrocubana. Desconocía, además, que Giraldo era “ecobio” de su padre y su tío y le había enseñado a fabricar sus propios tambores;  que en ese entonces estudiaba en el ISA.

Aranguito –aún no acepto su partida—es parte de una generación de músicos, en especial de percusionistas, que son parte de los diversos cambios que fueron ocurriendo en la música cubana a partir de los años ochenta del pasado siglo. Una generación que ha aportado nombres como el de Oscarito Valdés, Osmany Sánchez, Horacio “el Negro” Hernández, Miguel Ángel “Angá” Díaz, Giraldo Piloto, Ernesto Simpson, Roberto Vizcaíno, Coquí García, Calixto Álvarez, Samuel Formell y otros tantos que harían esta relación interminable.

Todos influenciados por la maestría de músicos como Guillermo Barreto, Enrique Pla, Walfrido de los Reyes, Changuito y un hoy olvidado Blas Egües en la ejecución de la batería y sus vínculos con la música cubana y el jazz. Pero que bebieron igualmente de la impronta de muchos rumberos que se fueron incorporando al sistema de enseñanza musical cubano; y aquí reaparece la figura de Giraldo Rodríguez, cuya historia está vinculada a los estudios de Fernando Ortiz y cuyo trabajo tuvo el mismo impacto en nuestra cultura que el de Jesús Pérez, Trinidad Torregosa y Obdulio Morales.

Sin embargo; fue a partir de los años noventa que Aranguito se fue haciendo notable en el panorama de la música cubana cuando entra a formar parte del grupo de Pablo Milanés como percusionista y debo decir que la dupla Osmany Sánchez/Eugenio Arango aportó a la música de este trovador una fuerza polirrítmica brutal, en la que destacaba sobre todo su ejecución de los tambores batá.

Aranguito –como muchos de su generación-- tenía deudas culturales y musicales con sus orígenes y junto a sus hermanos se unieron para  hacer uno de los discos más completos e interesantes que reflejan las diversas etapas de la música afrocubana y su relación con el jazz: Los hermanos Arango y las Estrellas de folklor (producido por BIS MUSIC); y como colofón asumió el compromiso de al menos cada cierto tiempo dedicar unos minutos ( en ocasiones eran semanas)  para intercambiar con los estudiantes del conservatorio Guillermo Tomás a los que transmitía parte de sus conocimientos; apelando a cierta máxima martiana relacionada con la educación.

Esta primera propuesta discográfica fue la oportunidad justa para que descubriéramos sus dotes de apwon o de ejecutante de toda la batería de tambores afrocubanos más allá de la intimidad familiar acompañado de los Aspirinas (aquellos que siempre le tuvieron en cuenta) o que hiciera uno de los solos más interesantes de tambores acompañando al gran Gregorio (Goyo) Hernández en un rezo abakuá.

Eugenio Arango no fue un instrumentista mediático como otros de su generación, ni su influencia está a flor de piel. Su mayor virtud era siempre sonreír. Debe ser esa la razón que hace que sus compañeros de música y vida siempre le tengan presente y  en el momento que vuelvan a sonar los cueros en Guanabacoa se le invoque.

Hoy no hay silencio en los cueros; Aranguito está ejecutando un solo que habrá de perdurar en los tiempos.

 

 

 


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