El Che tenía confianza en las fuerzas internas de la Revolución, y también estaba convencido de la importancia de la colaboración internacional para desarrollar el proceso cubano. Las relaciones con los pueblos no solo lo fortalecían, sino también influían en el cambio que podía generar en el exterior su ejemplo. El pensamiento guevarista brilló en la arena mundial y fue uno de los portavoces más importantes de la proyección de la política cubana, en decisivas reuniones de orden económico, político, social y diplomático. Junto a Raúl Roa, el Canciller de la Dignidad, inauguró una nueva manera de hacer diplomacia revolucionaria. Estos representantes de la Cuba soberana nunca aceptaron las relaciones de subordinación o dominación a las potencias; además de conocer las diferentes posiciones de los gobiernos representados y poseer un dominio de las relaciones oficiales entre gobiernos y Estados independientes, tuvieron que aprender hasta dónde se podía negociar un tema o un documento puesto a debate, sin renunciar a los principios esenciales de la Revolución, aunque quedaran aislados en la votación; para ello debía demostrarse fuerza y claridad en los argumentos, y mejor, como era en el caso de ambos, si se hacía con elegancia y agudeza. Supieron intervenir en el momento apropiado, tuvieron valor para sostener las tesis presentadas, solidez de convicciones para someterse a la prueba de replicar con capacidad y responder adecuadamente, incluso, en la contrarréplica si hacía falta.
Dos discursos, como delegado de Cuba a la Conferencia del Consejo Interamericano Económico y Social de la OEA, en agosto de 1961, en Punta del Este, Uruguay, reafirmaron la posición de principios de Cuba en la arena internacional. Después de la victoria sobre la invasión a Playa Girón, el primero fue necesariamente largo, pero preciso, claro y directo, ante la mirada disimulada y temerosa de la mayoría de los delegados, pues estaba denunciando las maniobras yanquis para aislar a Cuba, con nombres y apellidos, dando pelos y señales de los cómplices del imperialismo, como nunca se había hecho hasta entonces por diplomáticos, que generalmente apelaban a ambigüedades y dobles raseros. Explicó la política económica de la Revolución y su objetivo fundamental de justicia social, y después pasó a exponer las incongruencias del informe presentado; declaró, ironizando sobre un imposible, que solamente sería viable una cooperación con la Alianza para el Progreso, la estrategia imperialista para América Latina en ese momento, cuando funcionara a favor de los pueblos,“en la medida en que signifique para América una real mejoría en los niveles de vida de todos sus doscientos millones de habitantes”, por lo que se infería que el dinero aprobado allí no iba dirigido a ellos, y para dar muestra real de una verdadera colaboración, emplazó a los Estados Unidos a eliminar el subsidio a los productos latinoamericanos. Se detuvo en los gastos que hacía Cuba en educación y prometió la liquidación del analfabetismo en la Isla ese año, ante algunas miradas incrédulas. El remate del discurso fue la lectura de las instrucciones secretas del Departamento de Estado de los Estados Unidos sobre el “Caso Cuba”, en el que involucraba a casi todos los países que ocupaban una silla en la reunión: un verdadero escándalo. Con esta lectura se le dio el tiro de gracia a la Alianza para el Progreso, un engendro para engañar a los pueblos.
El segundo discurso, a los pocos días de efectuado el primero y en el mismo lugar, fue para explicar la abstención en la votación del documento; no había razón para oponerse a una ayuda financiera que significaba casi una limosna de acuerdo con la real necesidad del continente, pero no existían las mínimas garantías para acoger esa ayuda y que se responda favorablemente a las denuncias que se habían hecho. El documento, aunque votado a favor, ya estuvo totalmente desacreditado. A partir de entonces, los imperialistas excluirían a Cuba de todos estos foros interamericanos, y comenzaron por maquinar su expulsión de la OEA.
Después de estas intervenciones el Che se hizo muy peligroso para Estados Unidos. Su pensamiento revolucionario en relación con la lucha revolucionaria en América Latina se hizo patente y maduró al conocer muy de cerca la falsedad y el servilismo de los gobiernos de la región. Convencido de ello, escribió en 1962 “Táctica y estrategia de la Revolución Latinoamericana”. Algunos principios expuestos allí revelan su radicalización ante la hipocresía y la farsa gubernamental de la gran mayoría de los gobiernos latinoamericanos y de sus representantes agrupados en la OEA. Los asuntos esenciales de la estrategia, teniendo en cuenta sus propias palabras, podían sintetizarse en los puntos siguientes:
- “la toma del poder es un objetivo mundial de las fuerzas revolucionarias. Conquistar el porvenir es un elemento estratégico de la Revolución”;
- “todos los antecedentes sirven para reafirmar una línea o una postura consecuente, con los grandes objetivos estratégicos”;
- “la certeza de la posibilidad del cambio revolucionario”;
- “debe pensarse fundamentalmente en la lucha armada”;
- “a quienes quieren destruirnos, no otra cosa que la voluntad de luchar hasta el último hombre por defendernos”.
Se trataba de objetivos claros y bien definidos: unidad entre propósitos y acción, confianza absoluta en el triunfo, uso de la fuerza si es necesario (y él lo sentía imprescindible de acuerdo con su experiencia) y sólida firmeza para lograrlo, que incluía la lucha hasta la muerte. Con estas direcciones, seguramente el Che estuvo conceptualizado como uno de los enemigos más encarnizados y amenazadores para los planes de dominación imperial.
El Guerrillero Heroico dejó bien claro el carácter continental de la lucha, y para él fue necesario fijar los principios expuestos anteriormente por la “confusión terrible entre objetivo táctico y estratégico”. Se sabe que los procedimientos tácticos no pueden prolongarse en el tiempo más allá de su momento adecuado, para que no afecten la perspectiva estratégica; en una época de gran dinamismo, efervescencia y rebeldía revolucionaria, muchos consideraban que era imprescindible catalizar las condiciones emergidas para la violencia revolucionaria, una respuesta a la imposición brutal y sanguinaria que padecían los más explotados. Baste repasar los acontecimientos de esta época para entender la afirmación de la lucha armada en el continente, y su extensión en la solidaridad con otros pueblos; el ejemplo paradigmático era el entonces Viet Nam del Norte, agredido militarmente por el ejército de Estados Unidos, así como la defensa que tenían que hacer pueblos desarmados frente a las intervenciones militares estadounidenses en Asia, África y América Latina. Por esta razón el Che sostenía una concepción planetaria de la lucha armada revolucionaria, pues se trataba de un enemigo común. No se podían cerrar los ojos ante las colosales injusticias en otros lugares, ni minimizar o seleccionar una u otra; dondequiera que un ser humano combatiera la injusticia social y la intervención de una potencia extranjera, había una razón para apoyarlo con las armas. Posiblemente una de las más categóricas denuncias escuchadas en la ONU sobre las maniobras de los imperialismos para perpetuar el colonialismo con ropajes de neocolonialismo, fueron dos brillantes intervenciones que hiciera allí: el discurso y la contrarréplica del 11 de diciembre de 1964, ante la XIX Asamblea General de las Naciones Unidas.
La acusación más directa entonces al imperialismo yanqui, al mencionar el caso del régimen colonial de Puerto Rico; la complicidad con el apartheid de Sudáfrica; la confabulación en el Congo y la traición a Patricio Lumumba; el complot que se cernía para incluir a las dos Chinas en la ONU; las maniobras junto a los revanchistas de la República Federal de Alemania para rearmarlos y que sirvieran de punta de lanza contra la URSS en el tema del desarme nuclear…: un verdadero rosario de verdades nunca antes expresadas de manera tan directa y condensada en esa tribuna. Las palabras del Che significaron un gravísimo peligro para la estrategia en política exterior de Estados Unidos, al poner en descubierto sus maniobras de dominación. En el final del discurso se refirió a las relaciones de Cuba con su poderoso vecino y leyó los cinco puntos fijados después de la Crisis de Octubre, para analizar el incumplimiento yanqui en cada uno de ellos. Orgulloso del pueblo que representaba, les espetó a algunos títeres allí sentados: “Cuba, señores delegados, libre y soberana, sin cadenas que la aten a nadie, sin inversiones extranjeras en su territorio, sin procónsules que orienten su política, puede hablar con la frente alta en esta Asamblea y demostrar la justeza de la frase con que la bautizaron: ‘Territorio libre de América’”.
Los enviados de los gobiernos de Costa Rica, Nicaragua, Panamá, Colombia, Venezuela y, por supuesto, Estados Unidos, replicaron con diferentes tonos. Cada intervención fue respondida usando el derecho de contrarréplica, en una de las más altas lecciones de diplomacia de la Revolución Cubana. El discurso de contrarréplica del Che fue una pieza ejemplar, porque dirigió mensajes personalizados y ofreció a cada cual lo que merecía, teniendo en cuenta su actuación frente a las presiones del gobierno de Estados Unidos. Terminó con una anécdota sobre el expresidente de Bolivia, destituido la víspera por un golpe militar; días antes había explicado que “tenía que romper con Cuba porque los Estados Unidos lo obligaba a ello”, y concluyó que en esa situación valdría la pena reiterar las palabras de la madre del último califa de Granada a su hijo ante la pérdida de la ciudad: “Haces bien en llorar como mujer lo que no supiste defender como hombre”.
El mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, publicado en el suplemento especial de Tricontinental el 16 de abril de 1967, resultó posiblemente el colofón para activar una operación de la CIA para liquidarlo. Precedido por dos epígrafes: “Crear dos, tres… muchos Vietnam, es la consigna” y “Es la hora de los hornos y no se ha de ver más que la luz”, este último tomado de José Martí, fue un cristalino y enérgico llamado a la lucha armada, a la que se había incorporado desde hacía más de un año, predicando, como siempre, con el ejemplo. Después de un recuento de la situación político-militar del mundo, llegaba a la conclusión de que no había más salida que la lucha armada. De su ideario, de sus denuncias y acusaciones en todos los foros, pasó a la acción en el combate. El pensamiento radical del Che ―radical significa “ir a la raíz”― conducía a la lucha armada revolucionaria y sus convicciones se habían fortalecido frente a las reiteradas humillaciones de los desposeídos; no tenía ningún otro compromiso que no fuera con los ideales emancipatorios, y no veía ninguna otra manera viable de conducir la lucha revolucionaria con alguna posibilidad de éxito que no fuera mediante las armas. Su breve epistolario de esa época revelaba igualmente esa posición y nadie logró persuadirlo de que podían existir otras alternativas. En esa literatura confidencial que no miente, se aprecia ese único pensamiento, desprovisto de la perniciosa vanidad que tanto daño ha hecho y sigue haciendo a las izquierdas.
Los espacios íntimos o privados del Che nunca fueron diferentes a los públicos o sociales, porque mantenía una manera de ser transparente y de impecable coherencia. Aunque a algunos podían parecer duras o ásperas ciertas respuestas, su compromiso se dejaba ver con claridad en la acción y en la palabra, desde el discurso público a la correspondencia personal. Las cartas intercambiadas con Camilo Cienfuegos en los últimos meses de la insurrección en Cuba demuestran su autoexigencia y precisión para las obligaciones; allí mantuvo su sentido de austeridad, disciplina y discreción, siempre subordinándose a la línea estratégica principal de la lucha. En cartas de mayor rigor o severidad, como la escrita a Enrique Oltuski el 3 de noviembre de 1958, a pocos días del triunfo, se pone de manifiesto la audacia del Che al tratar puntos de vistas discrepantes con absoluta sinceridad y firmeza, con autoridad moral y convicciones, aunque supiera que ello traería serias disconformidades. Cartas posteriores, ya en el triunfo revolucionario, como la que redactara a Haydée Santamaría por donarle los derechos de autor de Pasajes..., o las que le respondiera a Ezequiel Vieta para comentarle sobre un elogio que le hizo, indican el desprendimiento y la sencillez de un hombre que ni sabía mentir, ni quería alimentar egoísmos o vanidades, y muy atento a rechazar lo que se conoce en Cuba como “guataquería”. Las cartas a sus padres, a su mujer o a sus hijos manifestaban la ternura y el amor, consecuente y conectado con su pensamiento revolucionario radical, del que nunca se desprendía. He aquí la profunda ligazón entre su ideología revolucionaria expresada en público, y la consagrada a la intimidad de la familia. No hubo doble moral porque la moral siempre ha sido una sola, y estaba persuadido de que cuando hay más de una, no hay ninguna.
Recordemos que en “El Socialismo y el hombre en Cuba”, había expresado: “Déjeme decirle, a riesgo de parecer ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un revolucionario auténtico sin esta cualidad. Quizás sea uno de los grandes dramas del dirigente; éste debe unir a un espíritu apasionado, una mente fría, y tomar decisiones dolorosas sin que se contraiga un músculo”. Bien podría este comandante victorioso y joven de una pujante Revolución, heroico y respetado jefe militar que condujo la importante batalla de Santa Clara, una de las decisivas para la caída de la dictadura, consagrado al trabajo después del triunfo, dedicarse a disfrutar de los beneficios bajo los laureles conseguidos con la victoria. Sin embargo, su pensamiento y convicciones sobrepasaron tan simple lógica; inconforme e insatisfecho con lo realizado hasta entonces, continuó bregando para contribuir al triunfo socialista en otros países. Quizás por ello el Che despierta sentimientos encontrados: es admirado y reconocido por muchos revolucionarios diferentes entre sí, e incluso, hasta por adversarios honestos, capaces de darse cuenta de las manipulaciones para desfavorecer su imagen; pero también sus más encarnizados enemigos se han concentrado en borrar su ejemplo, por eso, hasta desaparecieron sus restos.
Después de la muerte del Ernesto Che Guevara los gobiernos sucesivos de Estados Unidos han gastado sumas millonarias para intentar aniquilar su imagen. Posiblemente haya sido el enemigo en que más han malgastado recursos para desaparecerlo. Enemigos o adversarios de la Revolución Cubana de diferentes estaturas; traidores y mercenarios, tanques pensantes y agentes de todo tipo, han participado para presentarlo como hombre criminal, asesino, cruel, vengativo y sin escrúpulos. Extrayendo frases de contexto, omitiendo parte de una información o mintiendo miserablemente, han intentado construir a un “falso mito”, “el Robin Hood latinoamericano”, “sin ideología definida”, “ejecutor de enemigos”, “sin capacidad militar”, “déspota con sus subordinados”, “con temor a enfrentar a Fidel”…, y hasta han puesto en duda la autenticidad de sus diarios. A pesar de todo este esfuerzo, paradójicamente la imagen de Ernesto Che Guevara se ha extendido hacia todos los sitios del mundo y se ha multiplicado en las más diversas causas revolucionarias del planeta.
Tuve una sorpresa cuando un banquero italiano de pensamiento derechista, padre de un amigo, me confesó que no compartía los criterios del Che en el orden económico, financiero o político, pero lo respetaba y hasta lo admiraba por decir lo que pensaba y hacer lo que decía, y porque su pensamiento, palabra y acción mantenían una línea continua; me aseguraba que esa férrea coherencia era impresionante y nunca la había conocido en nadie. Salvador Allende analizaba su respeto al Che de manera semejante, aunque tuvo muchas coincidencias ideológicas y políticas con él, y llevó hasta las últimas consecuencias sus ideales con su final en La Moneda. A pesar de la estrategia de denigrar su ejemplo, borrar su valioso legado y enmascarar mediante simuladores su profundo pensamiento, muchos hombres y mujeres le guardan respeto y admiración al Guerrillero Heroico porque defendió sus ideales con la vida; otros se sorprenden de que un hombre de sólida y refinada cultura fuera también un hábil y audaz militar, y un político de gran estatura, tal vez sin percatarse de que solo de esta manera se puede llegar “hasta la victoria siempre”.
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