Si no me falla la memoria nuestro primer encuentro fue en una de las presentaciones que hacía en los años ochenta el saxofonista Nicolás Reinoso en el bar Antillas –también llamado Las Cañitas—del hotel Habana Libre; allá por el año 1984.
Tenía entonces diecinueve años y aquel lugar se había convertido en una opción de disfrute, sobre todo los viernes en las noches. Tengo la certeza de que era un viernes el día de nuestro primer encuentro porque en ese entonces me “infiltraba” entre los estudiantes de música y “tarugos” de orquesta –hoy les llaman técnicos o utileros—que preparaban el escenario del cabaret Turquino donde ese día se presentaba el grupo del pianista Víctor “Pucho” López llamado Raíces nuevas, que tenía como invitado regular a un cantante llamado Adán Rey que por aquellos años era “el símbolo sexual” del momento.
En aquellos años Gonzalo Rubalcaba y Horacio “el Negro” Hernández eran parte del grupo Sonido contemporáneo; que era el nombre que había dado Nicolás Reinoso a su nuevo proyecto tras abandonar Afrocuba. En aquellas presentaciones, uno se podía encontrar lo mismo entre el público que a punto de subir al pequeño escenario, a importantes figuras de la música cubana de aquel momento o legendarias; actores, directores de cine o pintores. Y es que Nicolás, como decían mis mayores, “era socio del muerto que ambia del matador”. Y entre sus seguidores estaba el fotógrafo Elio Ojeda que siempre se ocupaba de reseñar con su cámara parte de aquellas sesiones entre un cubalibre y otro.
Mi amistad con Elio Ojeda, el fotógrafo, realmente comenzó a fortalecer en la hoy desaparecida sala de Té de la UPEC y en ello tuvo mucho que ver el gusto por el jazz y la música cubana en general.
Y esa pasión de Elio por el jazz provenía de los años sesenta cuando comenzó su carrera profesional y su relación con un director de cine llamado Mario Barba que además era su vecino. Fue Mario Barba quien le introdujo en el Club Cubano de Jazz para que hiciera un foto reportaje destinado a la revista Bohemia el día que se presentó por vez primera en Cuba el baterista norteamericano Max Roach.
Y como diría el mismo Elio, aquello del jazz se convirtió en una adicción indetenible que combinaba la escucha con hacer fotos indiscriminadamente de cada reunión del Club Cubano de Jazz hasta su desaparición.
Y cuando todo parecía acabar llegaron las noches de los lunes en el Johnny Dreams, club que estaba a unas cuadras de su casa y que administraba un señor de apellido Molina que siempre merodeaba por el CCJ, su colección de fotos y amigos músicos dedicados al jazz en Cuba creció de modo indiscriminado.
Elio Ojeda fue parte de aquella comisión de personas que fue a ver al entonces director de lo que hoy conocemos como la Casa de Cultura de Plaza para que les permitieran a algunos músicos reunirse y “descargar” los domingos por la tarde en el teatro de aquella institución. Descargas de jazz que serían el embrión del Festival Jazz Plaza.
Durante cerca de dos años, domingo tras domingo, Elio Ojeda fue fotografiando cada reunión –entre un trago y otro por supuesto—cada momento importante que ocurría; hasta que se decidió organizar el primer festival y él entendió que su aporte al mismo, además de “improvisar con la cámara” era organizar un evento “paralelo” en el que la fotografía y el jazz estuvieran hermanados.
Así nació “el Foto Jazz”; que no fue más que una convocatoria a los fotógrafos a exhibir sus fotos relacionadas con el jazz en Cuba y la tarea de su vida jazzística. Lo curioso es que en el momento fundacional del Foto Jazz él y Mario García Joya eran prácticamente los únicos fotógrafos seguidores del jazz en serio y que acumulaban una cantidad interesante de negativos como para hacer una exposición responsable, interesante y trascendente.
El Foto Jazz fue creciendo en la medida que crecía el Festival y el trabajo de Elio se hacía cada vez más difícil, sobre todo por la incomprensión del papel que estaba jugando la fotografía como única memoria testimonial del mismo.
Del jazz solo se hablaba en los días del Festival; aunque curiosamente estaban pasando cosas muy interesantes en la música cubana de los años ochenta. Más de un importante jazzista cubano de hoy debe sus primeras imágenes públicas al lente de Elio Ojeda y al Foto Jazz. Las pocas fotos que se conocen del paso de importantes figuras de la música internacional que vinieron en esos años fueron obra suya que después exhibía en el lobby de la Casa de cultura de Plaza.
En una de las tantas oportunidades que lo visité me sorprendió su inmenso archivo que contenía más de dos mil negativos, unas mil fotos impresas solo de momentos del jazz cubano desde el mismo momento en que fue por vez primera al Club Cubano de Jazz (CCJ). Entonces me contó la historia de muchas de ellas, y su relación con algunas de las personas que aparecían en las mismas; y cómo había clasificado sus negativos por instrumentos, por formatos y por figuras.
Sin embargo; llegados los años noventa el Foto Jazz fue desapareciendo en la medida que el Festival de Jazz cambiaba de nombre, de presidente y adquiría cierto gigantismo que lo alejaba de la visión de sus fundadores. Y si desaparecía el Foto Jazz también desaparecía el trabajo y la figura de Elio Ojeda. Aun así, siguió cámara en mano recopilando gestos e historias hasta que poco a poco se anunció la muerte de la fotografía como él la había aprendido: a golpe de intuición y ser sorprendido por lo que aparecía en el negativo en el momento de ser revelado.
Según mis registros de aquellos fundadores del Festival Jazz Plaza solo Bobby Carcassés y Elio Ojeda son los únicos sobrevivientes.
Bobby fue y es el mentor de muchos músicos que hoy admiramos –lo mismo que Felipe Dulzaides, del que no se habla—y Elio Ojeda fue el que atrapó el momento en que muchos debutaron o hicieron su primer solo importante, lo mismo bajo los reflectores del teatro Mella –entonces su principal subsede por la cercanía a la Casa de la Cultura de Plaza—que en la poca iluminación de los Jardines del mismo teatro; que en el ambiente íntimo del Johnny o del Maxim.
Ha ya más de diez años que no dedico tiempo a visitar a Elio Ojeda en su casa. Las pocas noticias que tengo de su vida las debo al amigo Tony Carrera cuyo estudio de grabación está situado frente a su casa.
Es innegable que la vida y el mundo del jazz le han pasado la factura del olvido. Sería un crimen de lesa cultura que su archivo fotográfico; que es la historia visual del jazz cubano de casi cincuenta años; se pierda o, peor aún, sea saqueado y expatriado ilegalmente.
Sería como mutilar a la música cubana, y al jazz en general.
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