“ Soy un hombre ateo, pero soy un escritor muy cristiano;
en mis novelas el perdón, la bondad y la solidaridad son esenciales”.
Eliseo Alberto
Hoy en el universo cultural cubano se recuerda a Eliseo Alberto Diego García-Marruz (La Habana, 10 de septiembre de 1951- Ciudad de México, 31 de julio de 2011), esencialmente en los ámbitos literarios y cinematográficos, al crecimiento de los cuales contribuyó con su obra poética, porque era esencialmente un poeta.
“De casta le viene al galgo” dirán muchos, pero lo cierto es que Lichi, tal y como todos le conocían, tenía una personalísima manera de interpretar la vida en verso, tanto en hechos como en palabras, y toda su prosa narrativa y ensayística está marcada por un aliento lírico que era raigal en el escritor y que es muy probable, fuera testamentario, al igual que su melancolía, algo que confesaba haber heredado de su padre el gran escritor cubano Eliseo Diego.
Es muy probable que también heredara de su padre la forma de hablar, en voz baja, acariciadora, una voz nacida para leer poemas, aunque en eso no pudo superar a su progenitor, pues casi nadie ha leído como él sus versos del alma.
Se inició en el mundo de la literatura como poeta con la obra Importará el trueno (1975), para publicar posteriormente Las cosas que yo amo” (1977), y Un instante en cada cosa (1979).
Pero si Lichi era un poeta, en todo el alcance del concepto, también era un periodista en toda su magnitud; su mirada, aguda, crítica y amatoria a la vez, se aprecia tanto en sus poemas como en sus novelas, ensayos y guiones cinematográficos.
Se graduó de Licenciatura en Periodismo por la Universidad de La Habana; fue jefe de redacción de la revista literaria El Caimán Barbudo, subdirector de la revista Cine Cubano, y director del Centro de Información del ICAIC.
Impartió clases en la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños, en Cuba, el Centro de Capacitación Cinematográfica de México, y el Sundance Institute, en Estados Unidos.
En total escribió cinco novelas, las cuales se han traducido a más de doce idiomas, y se han publicado cuatro compilaciones de sus artículos periodísticos; igualmente escribió los libros de memorias La Quinta de los comienzos e Informe contra mí mismo.
Al morir, dejó inédito el manuscrito Tratado Elemental de Ilusiones, e inconclusa una novela sobre los legendarios campeones cubanos José Raúl Capablanca, Kid Chocolate y Ramón Font.
Colaboró con Ediciones Unión en la publicación de una selección de entrevistas a su padre Eliseo Diego, en una de sus últimas visitas a Cuba, y el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) tenía en proceso de producción la cinta Esther en alguna parte, basada en su novela homónima, y dirigida por Gerardo Chijona, cuando se recibió la noticia de su fallecimiento.
Entre los reconocimientos más sobresalientes que sus obras recibieran se cuentan Premio La Edad de Oro por Algo del corazón; Premio Nacional de la Crítica 1983 a La fogata roja; Premio Casa de las Américas por Un instante en cada cosa; Premio Gabino Palma 1997 por Informe contra mí mismo, y Premio Internacional Alfaguara de Novela 1998 por Caracol Beach.
TENÍA UNA IMAGINACIÓN DESBORDADA Y ACARICIADORA
Al momento de su muerte, realizaba una columna periodística semanal en el periódico Milenio, de la capital mexicana, en cuya última entrega, 17 días antes de su fallecimiento, que tituló “Eso que llaman amor para vivir”, agradeció a todos aquellos que tuvieron relación con el trasplante de riñón que había requerido por una insuficiencia renal.
El escritor era un extraordinario conversador; a propósito la escritora Josefina de Diego García- Marruz, su hermana gemela, para más señas evoca: “Lichi tenía una imaginación desbordada y cautivadora y, también, un fino y criollo sentido del humor. Escribió con pasión, honestidad y rigor, y hechizaba a todo el que lo escuchaba” [1].
Lichi había radicado su residencia en Ciudad México desde el año 1988, y falleció allí el 31 de julio de 2011, debido a complicaciones derivadas de la operación de trasplante.
En cuanto a su última morada, su hermana comparte: “Quiso que sus cenizas reposaran bajo el centenario puente Cambó, ‘el puente de la tristeza’ como lo describió, con extraña premonición, en su primer libro, La Quinta de los comienzos, puente que había que cruzar para entrar y salir al pueblito encantado de nuestra infancia”. [2]
Se refiere al entonces pueblo de Arroyo Naranjo, donde vivieron los gemelos junto al hermano Rapi Diego, dos años mayor, y sus padres, desde 1953 hasta 1968, en la casa-quinta Villa Berta.
La escritora asegura: “Quiero recordarlo sonriente y apasionado, un enamorado fiel y constante de su país, de su historia y de su cultura, contándome sus fabulaciones maravillosas, reinventando nuestras vidas, con su voz cálida y tierna, jugando conmigo y con Rapi en ‘la quinta de nuestros comienzos’, siempre” [3].
Y también asegura que La Habana fue la tierra de la que nunca se fue: “Yo visito mi Habana todas las noches”, cuenta ella que el poeta confesaba.
[1]Eliseo Alberto. A través de la niebla de su vida, Josefina Diego, publicado el 30 de julio del año 2016, en el diario digital mexicano www.milenio.com
[2]Ibídem
[3]Ibídem
Deje un comentario