«Pero entonces siempre, vamos entonces siempre
a conversar un poco en las extrañas islas de la noche
a la orilla más pura de la calma».
La orilla de la calma
Eliseo Diego
Hace ya 28 años que el gran poeta cubano Eliseo Diego, no está en el mundo material, sin embargo perdura cada vez que alguien lee un poema suyo y sueña convocado por ese hombre bueno, noble y puro que fue el autor que inmortalizara la Calzada de Jesús del Monte.
Oír los poemas que escribió, en su propia voz, profunda y queda— voz nacida para tal faena y para enseñar— es un gran regocijo espiritual; observar su mirada de ojos pequeños pero locuaces, da mucho paz y escucharlo hablar de la poesía y de la vida, que para él fue lo mismo, era un privilegiado aprendizaje.
Considerado uno de los más grandiosos poetas de Latinoamérica, fue también narrador, ensayista y realizó traducciones de prestigiosos exponentes de la literatura universal, y versiones de obras valiosas escritas para niños.
Fue uno de los fundadores y desarrolladores de la revista Orígenes, dirigida por José Lezama Lima y José Rodríguez Feo; durante los diez años en que se publicó, fue esta la revista cultural más importante de su época en Cuba, mérito al que contribuyó sin duda alguna Eliseo, junto a Gastón Baquero, Cintio Vitier, Fina García Marruz, Virgilio Piñera, Octavio Smith, entre otros notables escritores cubanos.
Muy ponderada ha sido su producción poética, pero sus cuentos también son motivo de énfasis; cuentos poéticos, pues la vocación de bardo, salía de su alma siempre, fuera cual fuera el tema, y más cuando se refería al hombre y sus insondables entresijos.
A propósito, confiesa Eliseo en el prólogo a su cuaderno de cuentos Divertimentos, publicado en 1946, solo precedido de En las oscuras manos del olvido (1942), sus dos primeros libros, considerados ambos prosa poética:
«No sé qué valor se dará hoy a estos brevísimos relatos, pero si digo que su autor fue mi maestro de poesía, es porque me enseñó —no por poseerlos él, sino por intuirlos— los tres golpes mágicos que después me han servido para entreabrir, ya que no abrir de par en par, sus puertas: la concisión o sequedad del golpe, la fuerza del impacto, y finalmente esa suprema tensión del golpe de vista en que uno atrapa, como a un relámpago, lo que vislumbra huyendo por la tiniebla del silencio adentro».
En 1949 publica el poemario inmortal En la Calzada de Jesús del Monte, al que le siguen sus similares Por los extraños pueblos, (1958), El oscuro esplendor (1966), Versiones (1970), Los días de tu vida, (1977), A través de mi espejo (1981), Inventario de asombros (1982), y Veintiséis poemas recientes, (1986).
En 1988 sale de la imprenta un título entrañable: Soñar despierto, que son poemas de Eliseo para los niños y es ilustrado por su hijo mayor Constante Diego, Rapi, libro merecedor del el Premio de la Crítica de ese año.
Cuatro de Oros su último libro de poemas, se publica en México, en 1990, aunque posteriormente, en noviembre de 1993, aparece La sed de lo perdido, antología poética de Eliseo que incluye poemas inéditos.
En 1967 había salido a la luz un volumen hermoso en lo formal y en su letra: Muestrario del Mundo o Libro de las Maravillas de Boloña, (poesía y prosa poética); luego su cuaderno de cuentos Noticias de la Quimera, en 1975, y el Libro de quizás y de quién sabe (ensayos breves y prosas poéticas), en 1989, que también conquista el Premio de la Crítica.
Póstumamente son publicados en México, En otro reino frágil (1999) y Poemas al margen (2000).
Una de las singularidades de la poética de Eliseo es su capacidad de engrandecer la cotidianidad humana, es decir la vida real, al sacar a la luz el misterio de las cosas en su dimensión trascendental, mostrar la maravilla del arcano como experiencia esencial, gracias a su curiosidad por conocer el alma de esas cosas que nos envuelven.
La memoria, los recuerdos, la añoranza, la melancolía, la vuelta al pasado como elemento raigal, todo dentro de una honda reflexión, del verdadero significado de la vida, pueblan las páginas escritas por el poeta.
Sus obras todas son tributos a la lengua española, por su perfección tanto conceptual como formal, la armonía y melodía de sus versos, su robusta riqueza expresiva; elegancia, refinamiento y sencillez, nunca contrapuestos; su esmerada búsqueda de la palabra precisa, y su pureza de sentimientos y fe, eterna.
Recibió justamente, por su vida consagrada a la literatura y a la cultura cubana, con una extraordinaria influencia en las generaciones de escritores y lectores que lo procedieron, el Premio Nacional de Literatura en 1986, y en 1992 la Universidad del Valle, en Cali, Colombia, le otorgó el Doctorado Honoris Causa.
En julio de 1993, la Universidad de Guadalajara, el Fondo de Cultura Económica, y el Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, le confieren el Premio de Literatura Latinoamericana y del Caribe Juan Rulfo, que en la actualidad y desde 2006, se entrega con el nombre de Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances, como reconocimiento al conjunto de la obra de los escritores galardonados.
El 27 de noviembre, Eliseo recibe el Premio «Juan Rulfo» durante la celebración de la VII Feria Internacional del Libro de Guadalajara, en México. Anteriormente solo habían recibido este lauro el chileno Nicanor Parra y el mexicano Juan José Arreola, en el caso de Eliseo, el fallo del jurado fue unánime, y lo eligió entre 195 candidatos.
El primero de marzo de 1994 fallece en ese país Eliseo Diego, a consecuencia de un infarto del miocardio vinculado a un edema pulmonar agudo; a los dos días sus restos son trasladados a Cuba, y el viernes 4 de marzo recibe cristiana sepultura en el Cementerio de Colón (en la calle B entre 10 y 12), en La Habana, muy cerca de la tumba de su amigo José Lezama Lima.
Muchas acreditadas plumas han expresado sus consideraciones sobre Eliseo Diego; son conocidas las frases que le dedicaran José Lezama Lima, Cintio Vitier, Octavio Paz, o Gabriel García Márquez que haciendo alarde de su profesión de periodista precisó: «es uno de los poetas más grandes de la Lengua», pero hay un criterio bien especial, es del poeta chileno Jorge Teillier (Lautaro, 24 de junio de 1935-Viña del Mar, 22 de abril de 1996):
«Tuve la fortuna de leer algunos poemas de su libro En la calzada de Jesús del Monte, que se editó por primera vez en 1949, y me sentí deslumbrado. Hay algo misterioso y casi clandestino en la voz de Eliseo: es un soplo subterráneo que hace vibrar los vasos comunicantes entre la vida y la muerte. “Ah el terrible esplendor de estar vivo”, como dice en uno de sus textos».
Y ciertamente el poeta supo, como pocos, del esplendor de estar vivo, y más aún, de estar vivo después de la muerte, pues su recuerdo, en su poesía, como enseñó, acompaña la vida en su misterio de cada día.
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