Acompañado de su inseparable Leica, el legendario fotógrafo franco americano, Elliott Erwitt, acaba de pasar unos días en la capital cubana. Nacido en París, en 1928, e hijo de inmigrantes rusos judíos, Elio Romano Erwitz —quien años después cambiaría su nombre—, estudió fotografía en Los Ángeles y en Nueva York y se internó en los círculos más distinguidos de la fotografía estadounidense.
Erwitt, considerado por Robert Capa como «el maestro del momento oportuno», ha sido uno de los puntales de la fotografía de los últimos sesenta años. El gran fotógrafo lo invitó en 1953 a integrar la prestigiosa agencia Magnum, atendiendo a que el joven tenía la particularidad de «estar siempre, por casualidad, en el lugar adecuado y en el momento oportuno».
De joven, lo cautivó la pasión por capturar imágenes y decidió estudiarla en serio. Ya había tenido contactos anteriores con la fotografía y sus resultados eran sorprendentes. El propio Capa, para muchos su mentor, le presentó algunos contactos fundamentales como Edward Steichen, Roy Stryker y Henri Cartier-Bresson, uno de los maestros imprescindibles de la fotografía mundial y fundador, también, de Magnum.
Aunque sus inicios fueron más cercanos a la fotografía sensacionalista y de celebridades, su trabajo enrumbó hacia la fotografía de prensa, llegando a ser corresponsal de diversas revistas importantes. Pero un nuevo suceso provocaría un cambio determinante en su vida: la guerra de Corea, donde aprendería a confiar más en sus instintos y en la veracidad del reportaje como hecho documental, que en la técnica. De esta etapa diría: «Las fotos bien hechas, las que te llegan, no necesitan retoques». Eran fotografías diferentes, y con ellas ganó su primer premio.
Desde entonces, Erwitt intentará captar el momento excepcional como acto determinante de su producción artística con lo cual, desde la década de los sesenta, se expandirá a otros campos como la realización de documentales, programas de televisión y la producción de libros. En esos años también visitó por primera vez La Habana —como corresponsal de Newsweek—, e inmortalizó en algunas de sus célebres instantáneas la figura de Fidel Castro y del Che Guevara. Cuba le dejó un recuerdo grato e imborrable, el que ha vuelto a experimentar en esta última visita.
Hoy, con 87 años, ya no busca el golpe deslumbrante de la imagen. Se recrea en «documentar la vida de una isla en pleno cambio, donde he encontrado a la gente más cordial y generosa de espíritu del Caribe». Siente nostalgia y desea regresar otra vez. Mientras tanto, ha ideado un proyecto de apoyo a los nuevos fotógrafos, titulado The Elliott Erwitt Havana Club 7 Fellowship, que permitirá «explorar la condición humana en Cuba a través de la fotografía documental», pero sin retoques digitales; como se muestran en realidad. Algo que Erwitt ha tenido como máxima: «Mi enfoque es el mismo de siempre. Sigo revelando en blanco y negro y sin cámaras digitales […] porque, cuando una foto es buena, ya está. No necesita nada más».
La historia de la fotografía lo recuerda por muchas de sus imágenes conocidas: los retratos de Marilyn Monroe, Bob Dylan, Nikita Jrushchov, John y Jacqueline Kennedy, Richard Nixon, Simone de Beauvoir, Fidel y el Che, y también por sus numerosas monografías y sus cuatro libros dedicados a los perros y a las manos y a las piernas de sus dueños. Un artista inconforme; en toda la extensión de la palabra.
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