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Elogio de las ciudades pequeñas


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Calles de Camagüey.

El descubrimiento y la certeza de los límites del planeta en que habitamos para responder a las crecientes necesidades de la sociedad humana, nos obliga también a repensar —entre las cuestiones más apremiantes—, cómo establecer las fronteras de los asentamientos poblacionales, cuánto debemos revalorizar su uso y pertenencia. Otra lógica, vinculada al respeto por los recursos naturales finitos: la protección de la capa de ozono, el agua, la energía aportada por fuentes renovables y variadas, etc., ofrece una nueva perspectiva al futuro habitante de una ciudad.

¿Deberá mantenerse el paradigma de las grandes ciudades (metrópolis y megalópolis) que desarrolló con entusiasmo y delirio el siglo XX? ¿Se justifican estas como concentradoras del hábitat de grandes cantidades de población —millones de habitantes—, de servicios, de zonas industriales altamente tecnificadas y complejas en las emisiones de desechos contaminantes, etc.?

O, por el contrario, habrá que sacar a la luz las viejas experiencias históricas de la práctica actual y futura, revalorizando a las ciudades pequeñas y medianas, que agrupan miles de habitantes, al máximo cientos de miles, que se encuentran en una relación fácil, armónica y sostenible con el medio natural, sobre todo con las tierras agrícolas, las pequeñas y medianas industrias, las artesanías, las actuales restricciones del transporte urbano, los correspondientes gobiernos locales, más cercanos a los ciudadanos y ciudadanas…

Estos problemas existen y se discuten ya en una parte del “primer mundo”; según tenemos noticia,  para algunos jóvenes científicos sociales europeos constituye una alternativa de vida el traslado hacia las pequeñas ciudades enclavadas en regiones rurales, por ejemplo en Francia.

En Cuba, sin embargo, muchas personas mantienen la aspiración de vivir en la gran ciudad, es decir, en la populosa “área metropolitana” de La Habana —esta última fue recientemente declarada una de las siete ciudades maravillas del mundo. Ello sucede no obstante el esfuerzo gubernamental por desarrollar similares recursos educacionales, hasta el nivel universitario, y culturales, atendiendo a las manifestaciones más diversas,  en todas las provincias del país; de ser este un país pequeño, con una población reducida y… envejecida.

Las pequeñas y medianas ciudades son las que caracterizan hasta hoy al urbanismo cubano, frente a la única ciudad capital realmente millonaria en población: La Habana.  Justamente esa sería una fortaleza frente al incierto futuro del cambio climático.

Pero, las aspiraciones y los prejuicios (generalmente irracionales), amén de un gran desconocimiento de parte de algunos gobiernos locales del potencial de recursos a tener en cuenta para su autodesarrollo actual y futuro, que podría dinamizar y hacer más atractiva la vida en su pequeña ciudad.

Nuestro archipiélago ha sido estudiado más de una vez por talentosos científicos, geógrafos e historiadores, como el Dr. Antonio Núñez Jiménez, quien observó y describió el país, casi palmo a palmo, señalando la belleza de sus paisajes naturales y la diversidad y extraordinario atractivo de sus pequeñas y medianas ciudades.

Este tema, sin lugar a dudas, merece una mayor aproximación y sobre el mismo debemos volver en un próximo artículo. Hubo bajo la colonización española una gran distinción entre las ciudades, las villas y los pueblos, todos ellos marcados por una jerarquización de tipo político en relación con el territorio a explotar y ocupar. De este modo nació una red urbana que poco tuvo en cuenta el aspecto demográfico.

Sin embargo, otros fueron los criterios en las clasificaciones posteriores, de la época republicana. El número de habitantes jugó un papel importante en su relación con los servicios brindados a la población, salud pública, educación no privada y cultura; particularmente, las urbanizaciones privadas, obligadas antes de 1959 a cumplimentar ordenanzas urbanas, contemplaron también la jerarquía económica social de sus posibles compradores y usuarios. De tal forma, nacieron los prejuicios contra barrios y los pequeños y medianos asentamientos.

La metrópoli habanera monopolizó el avance de la cultura urbana y en torno a ella se construyó un aura de privilegio. Con la instauración del gobierno revolucionario estos conceptos cambiaron, y durante años se dirigió la atención hacia la creación de mejores condiciones y servicios para todo el territorio nacional, con instituciones de educación, salud, culturales, científicos y deportivos que abarcan prácticamente todo el territorio nacional.

Sin embargo, las comunicaciones y el transporte urbano, intermunicipal y provincial no han alcanzado aún el nivel requerido para un disfrute eficiente, eficaz y total de los beneficios que posee un asentamiento local o de escala superior. Este es un aspecto deficitario y cuyas deficiencias organizacionales, y de disciplina laboral, golpea cotidianamente a la población y le roba el tiempo necesario para sentir y apreciar la calidad de vida que poseería si esta debilidad de la estructura urbana fuese superada.

Un medio de transporte ideal para este tipo de asentamientos, la bicicleta, todavía aparece en los mercados cubanos como un objeto de lujo, a disposición injustamente de los que poseen más cantidad de recursos monetarios para adquirirlas. Pocos y caros parqueos, falta de suficientes repuestos, al alcance del bolsillo popular completan este cuadro problemático.

Hay historia, experiencia y talento acumulados en nuestras ciudades pequeñas y medianas. Falta conocerlas, reconocerlas, y alcanzar soluciones adecuadas para ellas, manteniendo todas las ventajas que les otorgan sus características particulares. Es necesario enfocar este asunto, y profundizar en él, al menos, para que las propuestas de su mejor uso existan y puedan ser valoradas adecuadamente por los gobiernos locales y, sobre todo, por sus pobladores, en favor de una mayor pertenencia y autoestima.


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