«La vida es una escalera interminable al futuro, donde el camino correcto sigue al frente». Con este pensamiento se inicia una de las tesis más difíciles que he podido tutelar. Y no difícil por el hecho de complejidad, que en esto todas lo son, sino por la multiplicidad de matices y las largas jornadas de trabajo que condujeron, finalmente, a los resultados de un ejercicio limpio y coherente, muy personal y evocador.
En busca de la felicidad, de la artista Duliet Carmona Hernández, presentada en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro, no intenta atraer a un público particular, conocedor de las dolencias o del uso de algún material específico. Por el contrario, alude a lo más personal de cada individuo y ofrece, en garantía, los recursos propios del arte, con los que ella ha resuelto —no sin dificultad— vencer y demostrarse que las posibilidades se crean.
Si bien este ejercicio dibuja un nuevo paradigma para Duliet, lo cierto —lo más importante, tal vez— es que le ha permitido liberarse de una carga muy fuerte que la marca y perder, con ella, una buena parte de sus miedos. Por eso, se plantea una verdadera búsqueda de la superación y el auto conocimiento, al intentar configurar su propia identidad detrás de cada una de las piezas, al reconocer y desafiar sus límites sociales y personales como artista y como ser humano, teniendo en cuenta la fusión cuerpo-material-espacio. También, al utilizar en su obra un material como portador de contenido que ha formado parte importante de su vida.
Su historia es como cualquier otra, llena de venturas y de calamidades, muy atada a la de su pueblo natal, Minas de Matahambre, una de las mayores extractoras y exportadoras de cobre del país. La cercanía, desde pequeña, a metales y chatarras le permitieron crecer en una suerte de Paraíso para desconocidos, sin una idea específica de la historia tan espectacular que llevaba a sus espaldas, lo que constituye el eslabón más importante de esta tesis y de su propia identidad.
Y en este sentido comienza a definirse la historia que teje En busca de la felicidad; el encuentro con el otro yo, las barreras, las pérdidas y los espacios recurrentes. Para Duliet, «la vida es una base de recuerdos que llenan los espacios de un mañana probable para todos, excepto para nosotros mismos». Ella, concentrada en reflejar su identidad, alude a una serie de objetos creados con la intención de traducir lo individual en lo colectivo. El todo, en este caso, se encuentra en las diversas relaciones, a veces contradictorias, que circundan nuestra vida. De ahí que, toda identidad del objeto sea temporal, relativa y pasajera; solo el movimiento, la mutación de los objetos, es lo absoluto y permanente.
Por eso, sus piezas —esculturas armadas con el molde de su cuerpo— relacionan lo emocional con lo objetivo. Sin pretender ser un caligrama de sus dolencias físicas, recurre al modelado con estructuras de cobre y latón. De esta manera, con once piezas asume la ortopedia como uno de sus antecedentes a partir del análisis de férulas reales para distintas afecciones, que transforma tanto en apariencia como en material y con las que anula cualquier tipo de funcionalidad médica. Son piezas escultóricas, basadas en algunos principios técnicos de la orfebrería, que, a pesar de ser creadas a partir del cuerpo, no están destinadas a lucirse o utilizarse, sino a ser un referente de su subjetividad.
Y aunque cada pieza pretende ser una máscara de sus emociones, En busca de la felicidad es, en resumen, una vía de comunicación que la artista abre con su público, en el intento por superar sus límites, por vencer sus miedos, sus debilidades, por prevalecer a su pasado y por sobreponerse a sus dificultades.
Sé que hoy para Duliet se abre un camino diferente, tal vez cargado o vacío. Será ella, solo ella, quien decida llenar esas expectativas y recorrerlo. La felicito por su determinación y su constancia. Pretendió buscarse y lo hizo. Se encontró y hoy está lista para continuar.
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