Las alamedas de la dignidad, de la rebeldía y de la lucha por la verdad se han reabierto en Chile. Lo preconizó aquel digno Presidente hace más de cuarenta años atrás; aquel mandatario de fuerte arraigo popular y proverbial estatura, quien nada tuvo que envidiar al Quijote al combatir no contra supuestos enemigos atrincherados en fortalezas o en disciplinadas huestes recorriendo polvorientos caminos, sino contra un sinnúmero de elementos humanoides o neofascistas armados de odio, codicia y muerte.
Desde el pasado octubre y acompañando a las llamadas fiestas navideñas y de fin de año el Chile de Allende, de la Mistral, de Neruda y del gran O’Higgins parece querer perpetuarse en la memoria histórica no sólo de ese país, sino también del mundo entero, para demostrar y trasladar su infeliz y cruda realidad.
Una vez más son los jóvenes. Algunos quizás, reservorios o descendientes de aquellos quienes otrora en un capitalino estadio de juegos y, antes de ser torturados y asesinados, supieron hacer prevalecer su militancia ideológica y política con estoica valentía. Y, en esta lucha contra el poder de unos pocos, ya suman más de dos meses. Inicialmente, el pasado 18 de octubre, en protesta contra el aumento injustificado del pasaje del Metro y con un lema de combate: “Evadir, no pagar. Otra forma de luchar”. ¿La respuesta del gobierno de Piñera? Represión. Una represión que ha ido en aumento y en la que las tropas (!perdón, hordas!) de Carabineros —al igual que décadas atrás—, han mostrado su fuerza de hienas sangrientas disparando balines y bombas lacrimógenas contra los jóvenes manifestantes, en específico y muy directamente, contra sus ojos.
Hoy y, desde la primera protesta de octubre pasado, la batalla se concentra en la Plaza de la Dignidad. Jóvenes en franco desafío —y hasta con cantos y bailes—luchan contra multitudes de uniformados en una gran batalla campal.
Medios de prensa informan que “según cifras del gobierno, a dos meses de este estallido social ya son 15 mil los detenidos y 22 mil, según cifras de organismos de Derechos Humanos”. A esto hay que agregar más de 300 personas con daño ocular, o que han perdido sus ojos, y centenares torturadas o golpeadas.
“El pueblo, ¿dónde está? El pueblo está en la calle peleando por su dignidad”, es una entre otras consignas, y es que la realidad de lo que acontece en Chile ya resulta evidente e ineludible. La nación-vitrina neoliberal ha dado al traste mostrando su real y único rostro. Y contra él, la resistencia de todo un pueblo, de los trabajadores humildes, de los campesinos y desposeídos, de la juventud contra la represión neofascista, contra la politiquería de Piñera y de sus antecesores neoliberales, contra el apoyo de Washington
La apertura de las nuevas alamedas por la justicia, la unidad y la solidaridad de un pueblo ya han dejado de ser un sueño, una aspiración latente de aquel Presidente quien desde La Moneda, en desigual combate contra militares traidores y mercenarios a sueldo, supo ofrendar con valor vida y ejemplo.
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