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En el centenario del diccionario de puertorriqueñismos


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Augusto Malaret Yordán

En este año 2017 se celebra el centenario de la aparición del Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, de Augusto Malaret. Y este fue el inicio de la labor lexicográfica de quien fue el primero en la elaboración de un diccionario de voces hispanoamericanas. Además, se cumplen cincuenta años de su fallecimiento.

 

Augusto Malaret Yordán, nacido en Sabana Grande, Puerto Rico, el 31 de julio de 1878, y fallecido el 23 de febrero de 1967, fue un maestro de escuela y abogado —posteriormente, llegó a ser registrador de la Propiedad hasta su jubilación— que se dio a la tarea de hacer un libro de las voces puertorriqueñas, el cual se publicó en 1917: el Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, editado hace cien años por las Sociedades Españolas de San Juan.

 

Provincialismo significa: ‘Voz o giro que únicamente tiene uso en una provincia o comarca de un país o nación’. Así, de provincialismos, eran los primeros diccionarios de voces y frases que fueron surgiendo en el siglo xix en la colonia española de Cuba o de países americanos que hacía pocos años habían adquirido la independencia de España. Como sabemos, el primero de estos fue el que publicó en Cuba Esteban Pichardo acerca de voces cubanas, en cuatro ediciones (en el período de 1836 a 1875). Poco después del diccionario de Pichardo, en diferentes países de Hispanoamérica se fueron publicando otros y, en algunos de ellos, se incluyó la palabra “provincialismo” como parte de su título.

 

A pesar de que Puerto Rico en 1917 hacía casi veinte años había dejado de pertenecer a España políticamente, Malaret incluyó en el título de su diccionario de voces puertorriqueñas el vocablo “provincialismo”, pues siempre consideró a España la cuna del idioma que en Puerto Rico se hablaba y hoy se continúa hablando. Y en esto de la defensa del idioma español hablado en Borinquen, Malaret se destacó.

 

Augusto Nicolás Malaret Yordán había nacido en medio de una familia pudiente; sus padres fueron Pedro Malaret y Rosa Yordán, quienes eran propietarios de haciendas cafetaleras y pudieron darle a su hijo una esmerada educación. Él comenzó sus años mozos a trabajar en esas estancias en que se cultivaba el café y así pudo ir recogiendo palabras y frases propias del campesino, esto es, del jíbaro, como se le llamó siempre al hombre de campo puertorriqueño.

 

En 1899 se desempeñó Malaret como redactor de un periódico local, La Luz de la Sabana, pero por poco tiempo, ya que después comenzó a ejercer como maestro de escuela y cuando se pudo destacar fue nombrado director de varias, en Sabana Grande, en Cayey, en Lares y en Ponce. A la vez, estuvo estudiando la carrera de Derecho y se graduó en la universidad en 1907. A poco se unió con otro abogado, José G. Torres, en un bufete de servicios jurídicos, el cual quedó establecido en San Juan. Al año siguiente comenzaron a aparecer en revistas especializadas distintos trabajos suyos de tema jurídico, como: “Condición jurídica de la mujer puertorriqueña” y “Desarrollo del Derecho escrito en Puerto Rico”. No obstante, la labor de ir recogiendo palabras y frases de su país nunca la abandonó, y en todo este tiempo fue acumulando cientos de fichas.

 

En su mente estaba publicar la recopilación de este trabajo, pero primero quiso estudiar acerca de la labor del lexicógrafo y consultó exhaustivamente trabajos de lingüistas tanto españoles como hispanoamericanos, entre ellos de Tomás Navarro Tomás (Puerto Rico), Pedro Henríquez Ureña (Santo Domingo) y Rafael Menéndez Pidal (España). Y así fue que pudo publicar el Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, en 1917, su primer trabajo como lexicógrafo. Malaret no podía concebir que el diccionario académico de 1914, solamente trajera cuatro voces consideradas como de uso en Puerto Rico, que eran: boliche, cuerda, macuquina y pardo —estas dos últimas también correspondían a Cuba, a pesar de que macuquina era una moneda que hacía unos cien años no se usaba, y pardo era una forma de llamar al mulato claro, algo que ya tampoco ni se mencionaba—. En la fecha en que se publicaron sus Provincialismos, se habían incluidos unos tres mil vocablos o puertorriqueñismos.

 

Crítico de su propia obra, se dio cuenta que muchas de las voces que había incluido como propias de Puerto Rico formaban también parte del léxico de países de Hispanoamérica, y otras eran voces españolas que habían caído en desuso en la Península.

 

Sobre esta base, continuó recopilando voces y frases de los países de Hispanoamérica, valiéndose de distintas fuentes, como eran los diccionarios de vocablos de diferentes países que a la fecha estaban ya publicados y, además, de la comunicación directa que sostuvo por correspondencia con estos mismos autores extranjeros o con especialistas del vocabulario regional de las varias naciones hispanoamericanas. De esta manera, Malaret pudo publicar, en 1925 —después de dieciocho años de intenso trabajo—, su Diccionario de americanismos, el primero de esta clase, que resultó un verdadero éxito, pues —como obra primigenia— fue consultado por muchos que estaban interesados en el tema y para los cuales fue una verdadera sorpresa, y para otros, también por pura curiosidad. El diccionario se imprimió en la ciudad de Mayagüez, Puerto Rico.

 

De más está decir lo que significó esta obra diccionaria que registraba voces y frases de todos los países de la América hispana. En ella aparecieron tanto aquellas voces propias de América que se usaban con el mismo significado en varios países como las que tenían disímil valor en naciones americanas, así como vocablos de uso en un solo país de nuestro continente. También quedaron registrados los diferentes significados que tenían en América algunas voces españolas y otras totalmente regionales, es decir, de exclusivas zonas de algún país americano. De igual manera, quedaron registradas algunas voces de idiomas nativos americanos que se habían incorporado al léxico habitual para sustituir palabras españolas.

 

El Diccionario de americanismos, de Augusto Malaret, fue un gran suceso en lexicografía, no solo para Puerto Rico —el país más pequeño de la América hispana—, sino para el resto de los países hispanoamericanos en su totalidad, así como para la propia España. Suceso que pudiera describirse como de reafirmación de la lengua española en las veinte naciones americanas —Puerto Rico incluido— que la tienen por lengua oficial.

 

En 1928, publicó Malaret su Fe de erratas de mi Diccionario de americanismos, donde no solo aprovechó para corregir lo que realmente eran erratas, sino también hizo algunas exclusiones de voces que resultaban arcaicas, así como varias adiciones que pudieron faltarle.

 

Seis años más tarde de la primera edición del lexicón de americanismos, en 1931, publicó una segunda edición—Imprenta Venezuela, de San Juan— corregida y ampliada, con el aporte de muchos lingüistas de nuestro continente.

 

En 1937, Malaret quiso rectificar aquellos vicios que dejó en su Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, e hizo una segunda edición, pero cambió el nombre, quizás para significar que era su trabajo totalmente nuevo y corregido, y así publicó entonces el Vocabulario de Puerto Rico.

 

No descansó el autor en su labor de corregir y ampliar los artículos de su libro de americanismos y para ello tuvo la colaboración de dos academias de Hispanoamérica: En 1942, 1944 y 1945 preparó diferentes ediciones de su “Suplemento al Diccionario de americanismos”, que fueron publicadas en el Boletín de la Academia Argentina de Letras, y otra edición del “Suplemento”, que fue publicada en el Boletín de la Academia Chilena de la Lengua, también en 1945.

 

Al año siguiente, en 1946, publicó la tercera edición de su Diccionario de americanismos, la cual estuvo al cuidado de Emecé Editores, S. A., de Buenos Aires, Argentina. Tiene esta tercera edición 838 páginas. En ella incluyó todas las ediciones del “Suplemento al Diccionario de americanismos”, cuatro en total, aparecidas en el Boletín respectivo de las academias argentina y chilena, pero también las aportaciones que hicieron eminentes lingüistas a quienes el autor les pidió su colaboración y hasta las de aquellos que desearon colaborar espontáneamente con el primer lexicógrafo de americanismos que había emergido para dignificar el idioma español hablado en Nuestra América.

 

Esta tercera edición contiene un largo y enjundioso prólogo bajo el título de “Nota Preliminar”, escrito por Luis Alfonso, quien en su oportunidad llamó a Malaret “el diccionarista de América”.

 

Otras obras nos legó el puertorriqueño Augusto Malaret y en todas ellas está su sello hispanoamericano. Unas son relacionadas con el idioma y otras de variado corte, y aquí las tenemos: La libertad de conciencia (1909), Medallas de oro (1927 y segunda edición, 1938) —libro que contiene distintas reseñas biográficas de puertorriqueños ilustres—, Por mi patria y por mi idioma (primera edición Cádiz, 1932, segunda edición San Juan, 1942), Lexicón de fauna y flora (1961).

 

También colaboró con diferentes trabajos acerca de la lengua española, que fueron publicados por distintas academias americanas o por instituciones reconocidas de varios países, entre ellas: la Universidad Católica del Perú (1933, 1935); la Academia Chilena de la Lengua (1933, 1935); la Academia Panameña de la Lengua (1935); Revista Javeriana, de Bogotá, Colombia (1935, 1938); Universidad Católica Bolivariana, de Medellín, Colombia (1936, 1938, 1939, 1940, 1943); la Academia Argentina de Letras (1937, 1940 y 1943-1945); la Universidad de Antioquia, en Medellín, Colombia (1940, 1941 y 1942); la Academia Colombiana de la Lengua (1942); el Instituto Caro y Cuervo, Bogotá, Colombia (1945).

 

Augusto Malaret recibió distintos premios por algunas de sus obras, como:

 

  • Por la obra Derecho escrito en Puerto Rico, medalla de oro en el Certamen del cuarto centenario de la Colonización Cristiana, 1908.
  • Por Libertad de conciencia, única mención honorífica de prosa en el Certamen literario de la logia Aurora, en Ponce, 1909.
  • Por el Diccionario de provincialismos de Puerto Rico, fue premiado con medalla de oro y diploma de honor por las Sociedades Españolas de San Juan de Puerto Rico, en 12 de octubre de 1916.

 

Ahora voy a ofrecer algunos de los puertorriqueñismos que Malaret incluyó hace cien años en su Diccionario de provincialismos de Puerto Rico:

 

Barrunazo: Golpe, porrazo.

Tostonear: Recortar el pelo sin arte.

Cantazo: Trago grande de licor.

¡Angelina!: Expresión que denota que se aprueba alguna cosa o que se cae en la cuenta de algo.

Andullo: Tamarindo maduro, sin la cáscara, envuelto en hojas de plátano.

Carcomillo: Envidia.

Pestillo: Novio, pretendiente.

Sangrigordería: Impertinencia.

Zorullo o Sorullo: Cierta arepa.

Tartagazo: Trago grande de licor.

Reguerete: Confusión, desorden de algo. 

Pasarrato: Pasatiempo.

Malango: Inhábil, torpe.

Lambeojos o lameojos: Adulador.

Choreto: Abundante.

Sananería: Bobería, sandez.

Bayoya: Bulla, bochinche, discusión acalorada en que nadie se entiende.

Bayoyar: Armar bayoyas.

Bayoyero, bayoyera: Amigo de bayoyas.

Andana: Diente que sale sobre otro.

Bebón, bebona: Bebedor.

Camarero: Nombre despectivo que se da a los delegados a la Cámara de Representantes (Cámara baja) de la Legislatura insular.

Tujureo: Treta, engaño.

Carato: Champola, esto es, refresco hecho con pulpa de guanábana, azúcar y agua (que también se hace cambiando el agua por leche y es más sabroso).

Busconear: Escudriñar.

Cuica: Comba, esto es, juego de niños que consiste en saltar una cuerda, que se hace pasar por debajo de los pies y sobre la cabeza del que salta.  2. La cuerda de este juego. (En Cuba corresponde al juego de la suiza, y también la propia cuerda, es decir, la suiza).

                          

 


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