Acercarnos a El salto mortal de la escritura, el Premio Alejandra Pizarnik del 2014, se convierte en una ingente valoración de este libro escrito por Alberto Marrero, y que ya constituye una de sus últimas y más preciadas elaboraciones poéticas.
Muy rápido podemos entender que se trata de un libro recientemente estructurado, donde el verbo se va a caracterizar por no temerle a la palabra cruda, a los temas filosóficos contradictorios, siendo, por lo tanto, abarcador de plenitud de pensamiento, y una fluidez de imágenes que, con certera asociación, dibujan los panoramas del exterior como devenidos del interior, y por ende, con una subjetividad identificadora del buen poeta o poeta mayor.
Por eso, desde el principio, su libro se valoró en el concurso Alejandra Pizarnik como un magnífico ejemplo de destreza y autenticidad, que facilitaba la elección al jurado.
La noción de la propia vida, instalada como proyección del autojuicio, en Marrero es síntoma de penetración en el conjunto vital de la existencia humana. Él revela la actuación de lo humano. Es como un sigilo la forma en que siempre encabalga la condición humana al hecho del acto.
Como un idioma particular, rehace la vida con la experiencia de su memoria, y surgen comparaciones asombrosas. En un poema dedicado al viejo Bukoswki, trata con claridad el idioma de ese poeta y dialoga desde el instinto.
Alberto maneja las esencias poéticas, en un perenne homenaje de técnica depurada. Su barroquismo no es exagerado, sino que describe desde los olores desafiantes hasta el más pertinaz soportal apuntalado.
Lo objetual es siempre código para el diálogo en El salto mortal de la escritura. Su poesía asume todos los pretextos para enlazar la imagen con el contenido, de forma que no hay vaciedad.
El arte, no de describir, sino de trasladar el sentido otro, constituye una tónica de estos poemas, pletóricos de imágenes traslaticias. El hilo óptico de Marrero todo lo desenvuelve en su álgida apreciación, totalmente personal, con la escritura cruda que hace.
Así como la fascinación de la literatura árabe tiene Las mil y una noches, Marrero, sabia y sintéticamente, testimonia al mundo en sus múltiples historias. El poeta trata el tema contemporáneo de nuestra emigración como un hecho implosivo, de eterna memoria.
A veces su paisaje puede estar cargado como nubes grises, cuya solución es el estallido o la soledad. Una hormiga o un muro, no importa. Sentimos la contención de la sensibilidad marreniana en todo el libro.
Lo poético fundamental no constituye una normativa o ley en los escritos de Marrero. Pero, efectivamente, siempre en sus rodeos neuronales, lo que más abarca es la maravillosa presencia de imágenes innovadoras.
La poesía que se hilvana con su tiempo y es, además, renovadora, posee la virtud de desmitificar la letanía, repetición o imitación de las modas de una época. En ese sentido, Alberto Marrero responde a la autenticidad mayor.
Poesía interiorizante, habla de los temas recónditos para la comprensión humana, y traza la comunicación a través de otras realidades cuya estructura introduce una metaforización particular.
No es de extrañar que Alberto Marrero, a poco de llevarse el premio Alejandra Pizarnik, haya obtenido también el Premio de Poesía Nicolás Guillén del 2014.
Su presencia se hace cada vez más especial en las letras cubanas. Su dimensión está en que sin entender la vida como un recurrente escape o huida, él se introduce en las mentalidades de los conjuntos, de los paisajes que nos rodean, y nos habla de una nueva manera del ser humano, abriendo y cerrando puertas, intuyendo penas y alegrías, techado todo por la gloria o desesperanza del país, pero sintiendo el respeto mínimo porque sus transeúntes son perfectamente definidos para acompañar al lector que lo agradece.
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