¿Qué edad puede tener un hombre que ha vivido tantas y tan desgarradoras vidas? Si son los años transcurridos desde que por primera vez vio la luz, no hay dudas que hoy suman 80 los que hoy cumpliría Enrique Molina, ese gran actor nuestro que, sin embargo, nos dejó hace dos septiembres con innumerables existencias asumidas, exclusivamente, desde lo más profundo de su ser.
Porque, sin técnica alguna, solo apelando a sus recursos emocionales, se nos hizo por siempre inolvidable con su Silvestre Cañizo de la telenovela “Tierra Brava” o el Lenin de la teleserie “Relatos sobre Lenin”, por solo mencionar dos de los personajes en los que los únicos elementos comunes fueron el talento y la entrega del actor a la hora de encarnarlos, no solo desde los rasgos fisonómicos, sino sobre todo desde la sicología.
De esa entrega sin límites a su profesión destaca, entre muchos, el recuerdo de las numerosas cirugías a las que se sometió para interpretar un José Martí que nunca llegó a materializar por la irrupción en nuestro país del llamado Período Especial y, con él, la imposibilidad económica de desarrollar ese proyecto.
El Movimiento de Artistas Aficionados, el Conjunto Dramático de Oriente y la Televisión Cubana fueron etapas en la trayectoria de Molina, quien a comienzos de los años 70 irrumpió en el cine con “El hombre de Maisinicú”, medio que lo acogió en una treintena de filmes.
Sin embargo, es de la pequeña pantalla de la que este artista dijo siempre sentirse deudor, no solo por la merecida popularidad que le granjeó sino, fundamentalmente, por lo que le aportó para su desempeño en ese y otros escenarios.
La medalla por la Cultura Cubana, el Premio Caricato de Actuación Masculina y el Premio Actuar por la Obra de la Vida, fueron algunos de los reconocimientos que alcanzó en varias décadas de trabajo.
Más, los de mayor trascendencia son, sin lugar a dudas, el constituir insoslayable referencia para los actores cubanos de todos los tiempos y el agradecimiento de un público que lo disfrutó en esas múltiples vidas que encarnó, tal como si volviera a nacer en cada llamada a escena.
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