Se afirma por gran parte de los estudiosos de la música cubana que la década de los años cincuenta del siglo XX fue la más grande y fabulosa que ella ha vivido. Se podrá estar de acuerdo o no con esta afirmación, pero lo que sí es innegable es que en el período de tiempo de diez años los acontecimientos musicales y extramusicales vividos en Cuba no se han vuelto a repetir.
Pero los cincuenta trajeron mucho más que música y grandes algarabías sonoras; sin embargo, esta década no sería nada sin la llegada del Cha Cha Chá y la compra del boleto solo de ida para la ciudad capital de Rafael Lay, para todos sus músicos.
Para nadie es un secreto que fue la orquesta América la que inauguró la era del Cha Cha Chá; pero su reinado duró menos que un merengue a la puerta de un colegio, pues Enrique Jorrín, su creador; y Ninón Mondejar —director y dueño de la orquesta América que lo popularizó y donde Jorrín era violinista— se enfrascaron en una interminable disputa sobre el asunto de la paternidad de la criatura musical y toda la lipidia vino por los dividendos económicos que se avecinaban. Pero la América quedó solamente como referencia para los bailes de Prado y Neptuno por un tiempo; Jorrín probaba fortuna fundando su propia orquesta y dejaba el espacio para la entrada de La Orquesta Aragón.
El ritmo creado por Jorrín, soy partidario de definir sintetizado, pues ya estaba en el ambiente musical el proceso evolutivo del Danzón —primero con los aportes de Romeu y posteriormente con el trabajo del flautista Antonio Arcaño y su orquesta Las Maravillas— tiene que coexistir con un fuerte gusto por los conjuntos y el espacio que venían ganado las jazz band “a lo cubano” entre los bailadores y por si fuera poco el feeling hace su entrada triunfal con las grabaciones de Miguel de Gonzalo y junto a este movimiento que renueva la canción cubana y el bolero en particular aparece la genialidad de Dámaso Pérez Prado y el Mambo; tal vez la criatura musical cubana que más padres ha tenido (solo falta una prueba de ADN para poder adjudicar definitivamente la paternidad a los litigantes; por cierto todos genios musicales) y cuya madre jamás ha aparecido.
Entonces, cómo encaja en este arroz con mango una charanga desconocida, del interior de la República. La respuesta está en la confianza ilimitada en su director por parte de los músicos que la formaban, un poco de suerte musical y por sobre todo en el haber sido Rafael Lay lo suficientemente hábil para entender que Jorrín y Mondejar le habían abierto las puertas del público a sus músicos con sus luchas económicas. Lo demás es historia contada y por contar.
La Aragón era todo elegancia y buenos modales, pero también estaba la visión comercial de Lay para abrirse paso en un mundo muy competitivo y en el que habían intereses creados muy fuertes; sin embargo, su buena estrella le granjeo la amistad de Antonio Arcaño, quien era el patriarca de los bailes en la Tropical, el salón de bailes populares más importante de La Habana y de Cuba desde aquel entonces.
Ahora se bailaba Cha Cha Chá al estilo de la Aragón y si bien es cierto que La Sonora Matancera era el conjunto de moda para grabar a cuanto artista visita Cuba; la tropa de Cienfuegos se las agenció para ser la anfitriona de un show televisivo animado por Germán Pinelli, uno de los más grandes locutores que han tenido la radio y la televisión cubana en todos los tiempos. Ser acompañado por La Aragón en la tele era el sueño de muchos cantantes, algunos incluso con una trayectoria digna de envidia.
Cada tema grabado, cada disco puesto a la venta era una suma de éxitos, uno detrás del otro y así sería desde los años cincuenta hasta fines de los sesenta en que las cosas comienzan a cambiar. Y por si fuera poco lo mismo era un son, que un danzón, que un bolero, que un montuno que un Cha Cha Chá; todo aquel que componía en Cuba estaba a la caza de Lay para entregarle su tema y esperar el ansiado éxito.
Charangas había las suficientes en los cincuentas, nombrarlas es todo un ejercicio de buena música; la Sensación tomaba un nuevo aire al grabar junto a Abelardo Barroso, la Sublime y la de Neno González, o la América que intentaba recuperar el tiempo perdido tras la salida de Jorrín que hizo su propia orquesta; Enrique Jorrín apostaba por las trompetas en su charanga (cierta apuesta futurista que tendrá impacto cuarenta años después al surgir algunas charangas con ese estilo híbrido agregando además un sax barítono y otra trompeta; el ejemplo más común será la Charanga Habanera, dirigida primero por Carlos Puchilan y después por David Calzado); Fajardo no perdió la oportunidad de hacer la suya y escribir Los tamalitos de Olga para que lo grabara La Aragón. Era tiempos de charangas y cada una tenía su estilo, pero nada se parecía al sonido de la Aragón, nada igualaba el encanto de Richard Egües en la flauta haciendo sus solos; la armonía sonora de los violines dirigidos por Lay; los tumbaos (montunos también llamados) de Pepito Palma al que muchos después quisieron imitar; hasta llegar a los pasillo de Felo Bacallao.
Los años cincuenta vivieron el ascenso de La Aragón y su reinado compartido con la llegada de Benny Moré y su Banda Gigante; la llegada de las Descargas cubanas —todo un clásico del jazz afrocubano y universal— y la pasión oculta de Richard Egües por el jazz; fueron los años en que las victrolas compitieron con la radio y la televisión en materia de comunicación musical, y es que pegar en la victrola abría las puertas a la Radio y de ahí a Carnaval de la alegría o a Jueves de Partagás solo había un paso o una llamada.
Pero si en el 39 la historia había hecho de las suyas para que el mundo cambiara, veinte años después volvían a ocurrir hechos que cambiarían las reglas del juego. Para este entonces la orquesta Aragón ya era una institución sólida y con una carrera musical reconocida más allá del Liceo de Cienfuegos. El sueño de Orestes Aragón se había cumplido, apostar por Rafael Lay Apesteguia no había sido errado.
En 1959 Cuba cambió y de alguna manera con ella el mundo.
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