Érase una vez una orquesta: Oye baila mi onda Fecha: 2014-09-19


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Orquesta Aragón

Dicen que los años sesenta fueron el tsunami del siglo XX. Quienes esto afirman parecen no estar equivocados.  Su epicentro fue la periferia del mundo; ora la isla de Cuba, ora las selvas africanas y asiáticas. Lo cierto es que entre liberaciones, tanto políticas como sexuales, la humanidad pasó de la rígida mentalidad de una clase media al liberalismo de otra emergente que quería dinamitar su tiempo; mientras el hombre alcanzaba el sueño de Galileo Galilei: ver la tierra moverse, pero desde fuera de ella.

Son los años sesenta. En Europa, la vieja y culta Europa,  los Beatles imponen los modismos sonoros de una nueva clase media, mientras que los Rolling Stone rompen todos los moldes sonoros de su época y blasfeman sobre las nuevas virtudes de esa misma clase media; todo muy a lo inglés. Es la misma Europa de Sartre, de las calles de París y otros tantos eventos, entre ellos la necesidad de ser independientes y renegar de sus padres, pues el trauma de la guerra comenzaba a alejarse de la memoria colectiva.

Las selvas de África clamaban por la sangre de aquellos hombres dispuestos a cambiar las reglas de vida en el continente y Patricio Lubumba sucumbía en nombre de tal idea. Vietnam se abría espacio en los corazones y la prensa del mundo al poner en jaque a más de una potencia (primero la Francia de Robespierre y luego a los sobrinos del Tio Sam), mientras América Latina entraba en la larga noche de las dictaduras militares y asumía la música salsa como expresión de una futura resistencia.

Así marchaba el mundo, mientras que en Cuba, que había sido parte de la onda primigenia del tsunami, los sueños se alzaban desde otra dimensión. Pero la llamada “isla de la libertad” también estaba cambiando junto con el mundo.

Aquí se gestaba una nueva música; el feeling, hermano menor del bolero y que debía mucho al jazz y la libertad creativa de la poesía conversacional, estaba bajo la lupa inquisidora de Martha Valdés que se aventuraba con nuevos aires estilísticos que llegaran hasta nuestros días (algo similar ocurría en México ante las atrevidas insinuaciones de Vicente Garrido primero y posteriormente con la sencillez que imprimirían las letras de Armando Manzanero); por otra parte el sonido bronco de los tambores removía los cimientos de una sociedad que estaba en plena efervescencia revolucionaria, Pello “El Afrokan” y su ritmo Mozambique abrirían más de un camino de polémicas musicales y sociales que hasta el presente se mantiene.

Pero esta misma ola revolucionaria en la isla provocaría un éxodo de artistas que no comulgaron con los cambios y esa migración sería ruptura y comienzo de un nuevo camino para la música cubana y el paradigma sobre el que alzaría parte de ese sonido y sus consecuencias lo encontrarían entre otros referentes en los atriles de la orquesta Aragón.

Pero esta vez la orquesta Aragón quería ser más participe de los cambios creativos en materia rítmica y estilística que se estaban gestando y no una mera referencia de un pasado que comenzaba alejarse, Lay consideraba prudente que vivir acorde a los tiempos es un riesgo necesario y así actuó en todo momento; téngase presente que los nuevos actores musicales y los bailadores en potencia eran contemporáneos con la orquesta y de alguna manera participaron en esos años dorados que fueron los cincuenta. Por otra parte, había una generación de cubanos buscando nuevas rutas musicales que desembocarían en la Nueva Trova por un camino y el siguiente llevaría por nombre Songo, aunque el nombre como tal del modo de hacer se definirá en la década siguiente.

Eran tiempos del rock —que no rock & roll—, de fuerza de lo eléctrico y la electrónica en el quehacer musical, pero también era momento de apostar por cosas nuevas y La Aragón se aventuró con ritmos tales como el “Guachipupa”, el “Mozancha” y otros híbridos hasta llegar a su intento sonoro más concreto que fue el “Chaonda”;  que más que ritmo fue un grupo de creaciones del chelista de la orquesta Tomás González. Sin embargo, el fuerte fue la manera en que siguieron haciendo el Cha cha chá, sobre todo en estos tiempos y junto a ese ritmo las aventuras musicales (si cabe el término aventura) de acompañar y lanzar a desconocidos y desconocidas como fue el caso de Argelia Fragoso, o pegar temas como Un real de hielo, o el más atrevido Si vas para Chile.

Por ese curso imprevisto que dan la vida y los acontecimientos La Aragón mantuvo y reforzó su programa semanal en Radio Progreso y se convirtió en los sesenta en la embajadora por excelencia de la música cubana en el mundo; pero sobre todo amplió su influencia en el mediterráneo caribeño donde se estaba gestando el sonido que definiría al continente la década siguiente: los caminos de la salsa pasaban por el sonido inconfundible de la orquesta que treinta años atrás había fundado en Cienfuegos Orestes Aragón.

La clase media del continente sabía de cha cha chá, de boleros y de rock and roll; ahora se preparaba para enfrentar, entre otros peligros, la llegada del sonido del barrio, de la irreverencia de una década que aunque finalizaba no dejaba de asombrar a cada minuto.

La orquesta Aragón a pesar de la llegada del hombre a la luna seguía siendo parte importante de la vida de los bailadores cubanos y algo así parece que ocurrirá en los años venideros.


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