Los hombres son hijos de sus padres, del entorno social, de su tiempo y de su música en el caso particular de los nacidos en el mediterráneo caribeño. En Cuba son los setenta, con sus apagones, los sueños naciendo y alguna que otra sombra sobre la vida cultural; pero esas sombras de los setenta llegaran con poca intensidad a la música popular.
La primera generación del “hombre nuevo cubano” tomaba los sueños de un país mejor por asalto y aunque pareciera increíble la música de la orquesta Aragón todavía le pertenecía; y es que sus preocupaciones musicales no ambicionaban mucho más que un buen baile; aunque los pasillos de Felo Bacallao no les impresionaran; para ellos comenzaba a reservarse una música que transitaba ora entre una poesía llena de metáforas surrealistas, ora entre palabras bien dichas, ora entre modos de protestar y provocar a los mayores. A estos hijos de la tierra, la Nueva Trova les alimentó más que la cercana madurez musical del cha cha chá.
Pero la Aragón, era más que una orquesta cubana que no pasaba de moda y algunos de los acontecimientos más significativos dentro de la música latina en los años setenta vendrían a demostrarlo y a confirmarlo.
Cuentan —lo escuche de Jerry Massuchi, primero y de Ralf Mercado, después— que cuando en octubre de 1971 se realizó el mítico concierto, de lo que sería posteriormente nombrado música Salsa, en el neoyorquino salón de baile conocido como el Cheeta, el repertorio fue conformado por temas de compositores cubanos residentes en la Isla como Félix Reina y Tony Taño, a quienes la Aragón les había grabado una parte importante de sus temas; y sorprendentemente eran conocidos por los bailadores de aquel lugar. El concierto de marras terminó siendo el tráiler de la primera película de la música salsa y el testimonio de una década que cambiaría el rostro de un continente y que fue titulada Nuestra cosa latina. Además de las nacientes Estrellas de Fania, participaron Tito Puentes con su orquesta, orquestas venidas de Puerto Rico como el Gran Combo, la Ponceña de los Lucca y algunas figuras de la música cubana establecidas en aquella ciudad. Nacía, oficialmente la Salsa como movimiento y dentro de ella sus dos corrientes fundamentales: la matancerizante que imitaba el sonido cubano de los cincuenta y “la brava” que representaba el barrio, la gente y expresaba la tendencia de los nuevos tiempos; era el manifiesto musical del “hombre nuevo latino” en un continente sumido en sus propias contradicciones; y así sería hasta mediados de los años ochenta cuando las Estrellas de Fania se separan definitivamente y los años dorados del sonido de un continente se apagaron.
Cabría preguntarse entonces: ¿qué papel jugaría en estos años de la música salsa la orquesta Aragón?
Más que ser una influencia decisiva la orquesta Aragón fue el gran surtidor de temas a versionar por una parte y por otra el vínculo necesario que se necesitaba con la Cuba de estos años, y es que en su carácter de embajadora de la música cubana ganado en los sesenta y setenta; la orquesta dirigida por Rafael Lay mantenía el pulso sonoro de un país y de unos músicos, que por obra y gracias de rejuegos políticos estaban alejados lo mismo del mercado norteamericano, que de los centros discográficos y de presentaciones donde se estaba creando y modificando el sonido latino más allá de Estado Unidos y el Caribe hispanoparlante.
El sonido de la Aragón para una gran parte de los músicos de la salsa no respondía a la bravura del momento, el cha cha chá resultaba bastante “hembra” ante la fuerza de trombones, trompetas y tumbaos que estaban definiendo una época y un estilo; por otra parte el repertorio de los cubanos no reflejaba las historias cotidianas que escribían para ese entonces Tite Curet o Ruben Blades que llamaban por su nombre a las miserias y los sueños de los habitantes de las ciudades de esta América que vivía su propia realidad. Sin embargo, alternar con ella daba el prestigio y el place necesario para la historia, por ello algunos acontecimientos ocurridos en las postrimerías de los años setenta incidieron en un relanzamiento a nivel de las Américas, y el Caribe, fundamentalmente, en un revivir de la fama de la orquesta cienfueguera, siendo estos: el viaje a Nueva York acompañada de Los Papines y Omara Portuondo y el Havana Jazz, organizado por la cadena CBS y que además de luminarias del Rock, del pop y del Jazz norteamericano incluyo a Las Estrellas de Fania (Fania All Star) y que tuvo dos noche de ensueño en La Habana, propiamente en el teatro Karl Marx. Y entre ambos eventos hubo meses de diferencia.
La Aragón era un mito necesario en los años setenta para la música latina, en especial para todos los salseros; tanto que los ejecutivos de Fania desplegaron todas sus artes para conseguir tener en su catálogo un disco de la orquesta cubana junto a sus músicos —el viaje incluyo una presentación en el Lincoln Center y en el Madison Scoard Garden en un megaconcierto con orquestas neoyorkinas, puertorriqueñas, dominicanas y venezolanas— para cerrar el ciclo matancerizante; pero tal sueño no fue posible en esa oportunidad por desacuerdos políticos y alguna que otra mala fe. Sin embargo, en el Karl Marx, las cosas fueron distintas y sobre el escenario estuvieron La Fania y La Aragón y su encuentro quedó recogido en disco y en imágenes. La orquesta revivía sus días de gloria.
La escena estaba lista para el gran salto venezolano de la música Salsa y de La Aragón en particular; y el impulso necesario lo daría Oscar de León.
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