Hace cerca de dos años el periódico digital Cubarte entrevistó al narrador y poeta Ernesto Sierra, estudioso e investigador de nuestra América martiana y de su proyecto de unidad continental, a quien siempre acompaña su infinita veneración hacia nuestra diversidad latinoamericana y caribeña. “Soy y seré siempre un aprendiz de América”, afirmó en aquella oportunidad tras la presentación de su título Aprendiz de América (1), como también Nunca me alcanzará el tiempo para hacer todo lo que quisiera, con una infinita franqueza y diafanidad en su diálogo al no solo profundizar en temas que asumen cierta complejidad en nuestra contemporaneidad artística, literaria, histórica y hasta política, sino también al ser capaz de enlazar problemas de diversas vertientes con un alto contenido humano. Ahora, Sierra se apresta a defender su tesis de Doctorado referida a dos grandes autores latinoamericanos: Leopoldo Marechal y José Lezama Lima, reservorios bibliográficos a la vez que connotados estudiosos de ambas tradiciones literarias: la hispana o española, y la latinoamericana o hispanoamericana.
En esta nueva experiencia profesional, ¿quién es su tutor y hasta qué punto se familiariza con la Cultura cubana?
Mi tutor es el doctor Matías Barchino, hispanista muy relacionado con personalidades académicas de este continente y decano de la Facultad de Letras de la Universidad de Castilla la Mancha. El pasado año y, a raíz del homenaje a José Lezama Lima en Cuba, nos visitó e impartió algunas conferencias en algunas instituciones culturales de nuestro país.
Al doctor Barchino le debo no solo la conclusión de mi maestría, sino también el haberme estimulado a llevar a vías de hecho mi doctorado, a partir de un proyecto de tesis dirigida al establecimiento de una situación comparativa entre el escritor argentino Leopoldo Marechal y el cubano José Lezama Lima. Ambos, identificados como dos padres del Boom literario y, al mismo tiempo, representativos de cualidades literarias de profunda significación y similitudes. En suma, dos autores cualitativamente bastante parejos en su escritura, y quienes además cultivaron casi todos los géneros literarios.
Marechal, lo hace de una forma más explícita; Lezama, más críptica y enclave para el lector. Como bien se sabe tanto en la poética como en la narrativa de Lezama hay que ir desentrañando las claves de su creación y en esto se parece bastante a Marechal. Son escritores con un perfil humanista grande e innegable, y reservorios de una obra ya imprescindible al llegar a establecer un pensamiento filosófico sobre la literatura y la cultura en Hispanoamérica.
¿Se considera, entonces, un asiduo lector de Lezama y Marechal?
Quiero confesarle algo. Desde pequeño, si me dabas a leer una novela voluminosa, de muchas páginas —o un ladrillo como decimos en Cuba—, era la que más me gustaba y la que me hacía más feliz. Me ocurrió con la obra El Quijote, siendo estudiante de pre-universitario, la que leí completa.
En el caso de Lezama y Marechal comencé a leerlos desde muy joven y no puedo negar que sus lecturas siempre han sido de un gran atractivo y estímulo para mí. De las preferidas incluyo Paradiso, de Lezama Lima y Eladán Buenos Aires, de Marechal. A partir de aquellos inicios como lector empecé a hallar similitudes entre ambos autores en sus biografías. Por ejemplo: son dos católicos esenciales, y personalidades muy cimentadas hacia el interés y la búsqueda del conocimiento al perdurar no solo producto de sus estudios o escritos literarios, sino también acosando toda una teoría sobre la cultura, la poética, la política, el arte, la nacionalidad… Es muy conocido el almuerzo lezamiano y sus conversaciones referidas a esto último y, en el caso de Marechal en su Eladán…, existe un interés muy especial sobre el devenir de la nacionalidad argentina. De esta forma les fui hallando muchas similitudes. En ocasiones, incluso, descansaba de la difícil lectura de Lezama leyendo a Marechal.
Una gran experiencia tuvo en mi vida la siguiente anécdota: tras graduarme en la Universidad de La Habana y trabajar después en la Casa de las Américas, visita a Cuba el intelectual argentino Noel Jitrik, a quien acompañé —a solicitud de dicha institución—, en su periplo profesional por nuestro país. Así y durante una visita que realizase a la Facultad de Letras de la Universidad de La Habana impartió una conferencia cuyo tema versó sobre Saber de lengua. Al percatarse de que su intervención inicialmente resultaba algo enrevesada para los estudiantes, les dijo: “Ahora les explicaré con un ejemplo en qué se basa el concepto Saber de lengua. Yo intenté leer 16 veces la novela Paradiso, del escritor cubano Lezama Lima en diferentes momentos de mi vida, hasta que llegó el momento (en la decimoséptima), que pude lograrlo. Esto quiere decir que ya había adquirido el suficiente Saber de lengua como para poder leer esa obra y desentrañar sus claves literarias”.
Esta anécdota se grabó en mi memoria y realmente ha sido algo muy importante en mi vida profesional hasta la fecha, como tampoco olvido lo que me aconteció una tarde en que leía un grupo de materiales tanto de Lezama como de Marechal, y que siempre tuve el buen tino de nunca eliminarlos. Todo lo contrario, los organizaba, archivaba, fotocopiaba — y sin tener conciencia de que preparaba lo que fue después la Valoración Múltiple del escritor argentino, publicado por Casa de las Américas—, cuando de repente cae en mis manos un artículo escrito en dos párrafos (correspondiente a la década de los ochenta del pasado siglo), del prestigioso autor uruguayo Ángel Rama, referido a los narradores de Hispanoamérica. En aquel artículo Rama hacía mención de las similitudes literarias entre el escritor argentino Leopoldo Marechal y el cubano José Lezama Lima, “un tema que está por estudiar”, afirmaba. Seguidamente, no abordaba ningún otro detalle.
A partir de ese momento aquel comentario realizado por un intelectual latinoamericano de renombre como Ángel Rama, e intuido en mis lecturas referidas a Marechal y Lezama, me estimuló a la realización de un análisis profundo de la obra de ambos escritores. Y es esta tesis de doctorado, ya concluida, que me he propuesto defender en la Universidad de Castilla la Mancha.
¿Por qué la Universidad de Castilla La Mancha?
La Universidad española de Castilla La Mancha es un recinto con tintes muy especiales, al pertenecer al entorno manchego donde se desarrolla la novela El Quijote, de Miguel de Cervantes y Saavedra. En esa región la presencia del Hidalgo Caballero se magnifica y representa un orgullo, una riqueza cultural para cada uno de sus pobladores. Así observamos que lo cervantino siempre va a estar muy presente en el pueblo de esa región. Allí están la Cueva de Montesinos, los castillos sobre los cuales se inspira Cervantes para su narración, entre otros ejemplos de locaciones, además de que el profesorado es profuso en conocimientos al respecto.
El programa de estudios de la Facultad de Humanidades incluye, entre otras, disciplinas como Historia de España e Historia del Arte Universal e Historia del Arte español. En resumen, un programa de estudios sumamente riguroso e intenso y basado en la existencia de un equilibrio muy significativo entre Literatura universal e hispana, Historia de España en todas sus etapas, e Historia del Arte. En lo que respecta al País ibérico debes adentrarte en su historia y literatura de los siglos XIV y XV, una tradición histórica y filológica muy relevante.
Igualmente muchos profesores de ese contexto, y en específico de Historia del Arte, proceden de la cercana ciudad de Toledo, rica en monumentos históricos; región de Alfonso El Sabio, de Alfonso X… Una historia viva junto a la modernidad.
¿Qué ha estado haciendo hasta la fecha?
Estuve dirigiendo durante un año el Centro Iberoamericano de Cultura, lugar donde ya había trabajado entre 2004 y 2008, y que me resulta entrañable. Acerca de mi segunda estancia en él, quiso el azar concurrente —como bien calificó Lezama a lo que comúnmente llamamos casualidad—, que su directora Lesbia Méndez Vargas fuese promovida a la Oficina del Historiador de la Ciudad, y me propusiese entonces trabajar allí durante un año (2014). Período que coincidió con el décimo aniversario de la creación de dicha institución cultural y cuando decido a la vez proyectar diversas acciones. Entre ellas y la que considero más prominente fue la creación de la Colección Permanente de Arte Contemporáneo Fernando Ortiz.
A partir de ella tratamos de aprovechar los espacios no convencionales y expositivos del citado Centro —paredes, oficinas, rincones…—, para fomentar una colección de arte representativa de una línea de arte con sentido único y muy específico.
En su curaduría participó el artista de la Plástica Jorge Mata, receptor de una larga experiencia sobre esta temática desde Barcelona. Igualmente convocamos a distintos artistas cubanos de nuestra generación (década de los sesenta), para que le imprimiesen al proyecto el impulso creativo y mayor. Todo ello se sumó a las obras ya existentes en el Centro desde su constitución como, por ejemplo, las del arquitecto francés Jean Nouvelle; una escultura emblemática esculpida en bronce de El Quijote; algunos carteles ganadores de un concurso celebrado en el 2004, con motivo del aniversario de la aparición de la obra El Quijote, y fotografías del reconocido artista sevillano Pedro Saavedra.
Este fue un proyecto interesantísimo, muy artístico, que aún se mantiene y que estoy seguro continuará al ser una colección permanente de arte contemporáneo. Al respecto sí quisiera añadir la necesidad de que tenga una mayor difusión por parte de nuestros medios, al constituir un espacio de muestra expositiva y estética dedicado a las obras de las nuevas generaciones de artistas cubanos de la Plástica.
En estos momentos ese Centro lo dirige la joven licenciada en Historia del Arte María Lucía Bernal Delgado, y su curador continuará siendo el artista de la Plástica Jorge Mata.
Asimismo, como luz iluminadora para el nombre del Centro —Colección Permanente de Arte Contemporáneo Fernando Ortiz—, la idea se la debemos al doctor Eusebio Leal Spengler, historiador de la Ciudad de La Habana, quien nos puso en conocimiento sobre una referencia del linaje del Centro Hispanoamericano de Cultura, con la Sociedad Hispanoamericana de Cultura; esta última fundada en 1926 por don Fernando Ortiz y por Chacón y Calvo. Realmente, las expectativas con Colección Permanente… son muchas.
Con la adarga “académica” al brazo, se marcha una vez más hacia la búsqueda de nuevos conocimientos y de nuevos proyectos, ¿se considera un continuador de El Quijote?
Difícilmente exista un escritor de lengua hispana que no haya estudiado o esté interesado en la obra más relevante de nuestra literatura. Sí debo recalcar que estos estudios en la Universidad de Castilla la Mancha me han convocado a revalorizar toda esa tradición y la visión que tenía no sólo acerca de todo lo relacionado con una obra como El Quijote o lo cervantino, sino también sobre la herencia española en América Latina y el Caribe en general. Y es que todos mis profesores, al proceder de la región originaria donde surge la obra, la conocen y la disfrutan plenamente. Y esto he tenido la oportunidad de observarlo en cada una de las conferencias por ellos dictadas, su fluidez y el alto nivel didáctico y cultural que poseen.
El ejemplo más cercano lo ubico en mi tutor, el doctor Matías Barchino, quien durante el período de estudios de mi maestría me inundaba de interrogantes —a través de un método socrático, aristotélico—, sobre El Quijote y la forma en que se asume su presencia en América Latina y el Caribe. Incluso, en ocasiones debatimos si los profesores latinoamericanos nos identificábamos (o no) con lo cervantino. Por ejemplo el Premio Nobel de Literatura Gabriel García Márquez afirmaba que leía El Quijote en el baño, algo que en lo personal no asumo (ni asumiré), de forma peyorativa, sino producto del contexto de tranquilidad y descanso que facilita esa habitación o cuarto.
Sin embargo, en ejemplos como los escritores Vargas Llosa y Carlos Fuentes, estos mantienen una asunción sobre El Quijote y lo cervantino bastante irreverente, atípica y exenta de tanto convencionalismo y veneración como se acostumbra manifestar en España. Todos estos matices los he ido descubriendo y sopesando a partir de las lecciones que he recibido en la Universidad de Castilla La Mancha: un lugar cervantino, quijotesco por excelencia, pues es en esa región donde se hallan todas las locaciones de El Quijote.
Por otra parte, entre los meses de junio y julio del pasado 2015, tuve la posibilidad de realizar un viaje maravilloso —compromiso en lo personal y profesional con lo hispanoamericano—, a la Argentina, donde se realizó un congreso en homenaje al escritor Leopoldo Marechal, pero también me dio la oportunidad de llegar a conocer y visitar a la República Oriental del Uruguay —donde tengo muchos amigos desde hace años—, al igual que la República del Paraguay. Sobre este último país tuve la oportunidad en los años noventa del pasado siglo de escribir dos guiones para la Televisión hispana referidos a la huella de España en América. Paraguay es un país que me llamó desde muy joven la atención. Recuerdo que Lezama Lima decía: ¿Nadie ha visto nunca un paraguayo?, como un chiste, como algo aislado, remoto, desconocido… Mas no es así. Es una nación riquísima en ambientes y reservas naturales de diferentes tipos y con un pueblo muy amigable y sincero.
Al mismo tiempo debo confesar algo: me entusiasma visitar lugares como las universidades; entornos culturales como librerías, bibliotecas y museos están entre mis preferidos. Por ejemplo, en la Biblioteca Nacional de la Argentina pude compartir en una ocasión con su director, Horacio González, al igual que con el crítico literario Noel Jitrik y con Roberto Retamoso, escritor de la provincia de Rosario; mientras que en la Biblioteca Nacional del Paraguay tuve la satisfacción de impartir algunas charlas sobre Literatura latinoamericana y de realizar algunas lecturas de poemas. En la ciudad de Montevideo, Uruguay, nunca olvido los encuentros que sostuve en distintos cafés literarios junto a prestigiosos escritores. Allá tuve la felicidad de visitar la Fundación Mario Benedetti, a quien tuve la oportunidad de conocer (y a su esposa), durante mis años de bibliotecario en la Casa de las Américas. Todos, contextos preciosos.
Tuve también la felicidad de publicar mi primer poemario La estación del deshielo en Ediciones Santander de Buenos Aires, gracias a mi amiga la poetisa cubana Teresita Fornaris, editora de dicha obra y quien además me ayudó a vencer la gran timidez que tenía para publicar mis poemas. La ilustración de cubierta de La estación… es obra de la amiga argentina Carolina Singolani, cantante de tangos y pintora. De manera que este fue un libro cubano-argentino publicado en esa nación hermana.
Lo que se propone como escritor, ¿determina hacerlo siempre realidad?
Soy una persona que aunque pienso mucho las cosas —y a veces las dejo en remojo como afirmamos los cubanos—, creo en Ernest Hemingway y en otros escritores quienes afirmaron que la literatura es un trabajo; pues al igual que el campesino u obrero que se levantan cada mañana a trabajar, el ser escritor es una profesión como otra cualquiera por su sentido del deber y su alto grado de dedicación, consagración y disciplina. Es así cómo siempre que decido sentarme a escribir, lo hago cada vez con más disciplina, sistematicidad y rigor. Me preparo muchísimo.
Finalmente, quiero reiterar algo que expuse en las pasadas entrevistas relacionadas con el título de mi autoría Aprendiz de América, y es que soy y seré siempre un aprendiz de América. Hay mucho más material de conocimiento que vida para poder acercarnos a esto. En el primer capítulo de ese libro podría haber continuado trabajando en temas que me fascinan o que voy conociendo. En el campo tradicional, para ser más concreto, siempre tengo la nostalgia —y sé que lo voy a hacer—, de trabajar con más detenimiento para publicar un texto referido a los Cronistas de Indias. Tema que me fascina como relación interesante de tradición y ruptura. Acerca de ello conocemos las opiniones de escritores consagrados como Alejo Carpentier —como también de Carlos Fuentes quien fue su discípulo—, en este tipo de visión histórico-literaria de nuestra cultura. Me fascina (reitero) este tema de la literatura de los cronistas (como doble resonancia) en su hechura histórica y natural. Son novelas. Me impresiona Bernal Díaz del Castillo, en especial en la descripción que realiza sobre su entrada a Technotitlán. Gracias a él podemos relatar nuestra historia y cultura con su visión única y en un momento en que no existían adelantos tecnológicos de ningún tipo. Cómo nos retrató para la posteridad a partir de aquella descripción de una ciudad mágica. Es también el caso del Padre Bartolomé de Las Casas con ese tratar del cronista de hallar las palabras para describir una realidad.
De veras, y no cabe en mí la menor duda: todo lo que me propongo como escritor, finalmente lo hago.
Nota
(1) Ernesto Sierra: Aprendiz de América. Ensayo. Editorial Arte y Literatura, La Habana, 2014.
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