ESE SER MARCADO POR UNA PALABRA: INOLVIDABLE.
Pomares, brillantísimo actor y tremendo cubanazo.
A no dudar, el año 2015 resultó agresivamente tétrico –alevosía incluida-- contra la cultura de esta Antilla Mayor, golpeando el corazón de quienes aún tenemos el miocardio latiendo en medio del tórax.
Entonces se nos fue René de la Nuez, cuyo Loquito hizo tanto como cualquier combatiente de La Sierra o de El Llano, contra Fulgencio.
Entre las manos se nos escapó Jackie de la Nuez, cuyo profesionalismo como actor, como director, como guionista, se quedó chiquirritico si se le compara con su desaforada, ternísima vocación didáctica, siempre ansioso de pasar a las nuevas generaciones el batón del talento. Y, de golpe y porrazo, también lo de Raúl Pomares.
Qué clase de personaje
Así dijeron algunos de sus cofrades:
“Yo me quito el sombrero, como actor, ante Raúl Pomares”. Omar Valdés.
“Yo soy bueno, pero Pomares es un salvaje”. Adolfo Llauradó.
“¿Pomares? Ese guajiro es un monstruo. Hay que cuidarse de él” Reynaldo Miravalles.
“Raúl Pomares es un tronco de actor. Lo respeto mucho”. José Antonio Rodríguez.
“Pomares es un león”. Rine Leal.
“Me abrió los caminos de la verdadera cultura popular”. Carlos Padrón.
Bella cibernauta que me lees, estimado amigo que sigues mis líneas: yo no los voy a llevar al potro del martirio enumerando –hasta el cansancio-- en cuántos filmes actuó Pomares, en cuántos culebrones televisivos exhibió su mal estructurada anatomía.
Algunos filósofos –desde los albores de la civilización-- dijeron que lo que importa es El Hombre.
Y él, además del ser que fulguró profesionalmente, fue el cubanazo capaz de provocar en los amigos una irrefrenable carcajada, hasta cuando el paso por la vida se nos hacía especialmente acerbo.
FUENTE: Raúl Pomares: ¡Solavaya!, con prólogo de Carlos Padrón. Ediciones Alarcos. La Habana, 2021.
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