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Espiritista artemiseña: “Veo para Cuba un futuro luminoso”


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¿En tu casa hubo una cama de hierro?

Sí.

Alguien en tu familia practica el espiritismo, ¿cierto?

Sí, por la parte de mi mamá.

Cuando veas a tu abuela, que debe ser en diciembre o en las vacaciones, siéntate y escúchala, todo lo que te va a decir es sabio.

Así terminó la conversación con Catalina Chávez Monterrey, una anciana centenaria de San Antonio de los Baños. En ese territorio vive desde que nació, según nos cuenta.

Reside en la calle 68 (en la “bolita” es cementerio) y constantemente es visitada, quizás para recibir la bendición o preguntarle el secreto, la pócima o las yerbas que permiten vivir tanto y conservar la mente de una forma extraordinaria. Se escapan algunos detalles, no se puede pedir tanto, pero Catalina es una rara excepción: con cien años todavía la vida y los espíritus sonríen.

Está en bata de casa cuando ve parquearse el carro, casi al frente de su hogar. Saluda a medias y despacito, casi corriendo (trote de un siglo) va hasta el cuarto y en menos de tres minutos se pone un vestido negro con manchas blancas, no  sé, no es lo más importante, pero igual la hace una señora elegante.

Trae en su mano izquierda el Ide de Orula, igual un collar. Está casi sorda, por tanto, hay que repetir hasta dos veces y en un tono alto. Otro detalle: no tiene la voz rajada  por los años (es más de un siglo, que a nadie se le olvide este dato), habla pausado pero con fuerza y ante una pregunta, repasa en su cabeza la respuesta, de ahí que “dispare” frases que dejan a uno pensando por unos minutos.

Maestra normalista, Catalina ejerció por más de cincuenta años la docencia en todos los niveles de enseñanza. Por su amplia y fructífera labor profesional y su integridad personal goza del cariño y el respeto de sus ex alumnos y el resto de la comunidad.

Hablamos sobre San Antonio de los Baños, cómo era antes en su  niñez. (Trato de usar un método periodístico antiquísimo: a todo el mundo le gusta hablar de su infancia).

“Es increíble como uno recuerda épocas tan remotas, yo diría. Nací en una finquita cerca de San Antonio donde vivían mi mamá, mi papá y mis tres hermanos. Mi padre era un hombre muy emprendedor, pero un día iba en unos mulos, cuando se estaba pavimentando San Antonio, los mulos se espantaron, mi papá cayó y se dio un golpe en la cabeza y ahí la familia se desintegró. Estuvo un año sufriendo hasta que murió.

“Ese día yo salí corriendo abracé a mi tío y le dije: ahora tú eres mi papá. Efectivamente, desde ese día me crie con ellos, mis tíos. Me dieron una niñez muy feliz, me enseñaron mucho, los quise mucho y donde quiera que estén los recuerdo con mucho cariño.

“San Antonio tenía las calles en muy mal estado, pero poco a poco con aquellos alcaldes, los primeros que fueron saliendo, se hizo el pueblo que es o el que fue, porque está destruido otra vez. Hay que buscar quién rescate a este pueblo, creo que ustedes tiene la palabra”.

Me increpa con la mirada, busca un culpable del deterioro en su suelo. Hablamos de su antigua casa y de la presente. Un hogar en perfecta consonancia con Catalina Chávez: pocos muebles, sillones viejos, la pecera a un costado, cuatro jaulas con pájaros y en una el canario amarillo que tiene… La Virgencita —rectora de la conversación— está detrás mirándome o dictándole a Catalina las respuestas  a mis preguntas.

Catalina tiene una hija, Gladys, de 84 años y, nos dice, formó parte de la clandestinidad antes del triunfo de la Revolución cubana. No se fue de Cuba, cuenta, porque no le dio la gana, aunque viajó pero no quiso quedarse.

“Mis raíces están aquí y no renuncio a mi patria por nada”, afirma.

¿Cuál es la fórmula para llegar a vivir más de cien años?

Ser optimista.

¿Cómo ve a Cuba, ahora que tantas cosas están pasando?

Mucha gente en la actualidad ve en este país nebulosas, pero yo no. Veo que este país emerge y tendrá un futuro luminoso, porque los cubanos son muy trabajadores, muy emprendedores e inteligentes.

En el año 2009 la casa editora Unicornio publicó un texto donde recoge las historias de Catalina relacionadas con el espiritismo. Bajo el título Vivencias, el texto tuvo una segunda parte en 2013 a cargo de la Escuela Internacional de Cine de San Antonio de los Baños.

Asegura Catalina que tiene el don de ver más allá, que usa el collar de Orula porque alguien le dijo que debía llevarlo para protegerse y para tener amigos exige la sinceridad y no la hipocresía.

“La única forma de ser feliz es ser culto, estudiar y luchar por un mundo mejor”, exhorta esta anciana desde su casa con espíritus.


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