“El éxito favorable de nuestra campaña contra la Fiebre Amarilla depende de dos requisitos a saber: 1ro. Que se declaren todos, sin excepción alguna, los casos que se presenten, sean leves o graves; y 2do. Que por la fumigación se exterminen los mosquitos infectados, sin que logre ninguno escaparse a las casas vecinas (…) Queda demostrada que tiene mucha importancia, durante un brote epidémico de fiebre amarilla, la pronta y segura determinación de la naturaleza de cada caso de fiebre en individuos inmunes, dando parte del caso inmediatamente, a fin de que lo antes posible se empiecen a tomar todas las precauciones necesarias, porque los tres primeros días son los del peligro”.
Han pasado muchos años, sin embargo, esta primera exhortación incluida dentro de un extensísimo grupo de Instrucciones Populares para evitar el contagio y propagación de la Fiebre Amarilla, parece resurgir en la actualidad si tomamos en cuenta la inminente necesidad de detener y eliminar un contagio o enfermedad superior: el Coronavirus.
El documento, fechado en La Habana en enero de 1906 y firmado por los doctores Carlos J. Finlay y Enrique Barnet, jefe de Sanidad y Beneficencia (1855-1916) y su secretario adjunto, respectivamente, de la entonces naciente y neocolonial (léase así por esta escribana) República de Cuba, constituye uno de los llamados más importantes divulgados a la población cubana de aquel entonces (más de dos millones de habitantes en todo el Archipiélago), por supuesto, aquellas veinte Instrucciones…elaboradas y suscritas por ambos galenos, y dirigidas a convocarlas y llevarlas a vías de hecho en la práctica cotidiana, afirman una vez más la dignidad y capacidad humanista de los médicos cubanos, de la Medicina cubana en épocas realmente difíciles, y en las que talento, perseverancia y aspiraciones de encausarla y desarrollarla, se veían desgraciadamente obstaculizadas por la carencia de apoyo político y moral por parte de los gobernantes de turno y de sus respectivas burocracias.
Algo de historia nos lleva a estos inicios explicados en el volumen Cuadernos de Historia de la Salud Pública (Instituto Cubano del Libro, La Habana, 1969), de la autoría del doctor José A. López del Valle, quien rinde homenaje en él tanto a Finlay como a Barnet, además de algunas informaciones periódicas de la época, discursos de destacados científicos y referencias sobre la situación de la salud –y en especial, sobre su contexto Sanidad–, en la Mayor de las Antillas durante los primeros gobiernos norteamericanos de ocupación y el del pro anexionista cubano Tomás Estrada Palma. Informaciones y referencias históricas que expresan y profundizan en la necesidad de cambios trascendentales en el esquema no sólo social del país, sino también en la situación política y económica existente tras tres contiendas independentistas y la entrada del vecino del Norte –ya avizoradas décadas atrás–, en nuestro país luego de la llamada Guerra cubano-hispano-norteamericana.
Rememoremos algunos hechos acaecidos en aquel entonces y que nos brindan una mirada crítica y cabal de la realidad existente:
En abril de 1902, es decir, un mes antes de la constitución de la República y del “traspaso del gobierno a los cubanos”, la intervención norteamericana promulgó la Orden no. 159, por la que se establecía una organización Sanitaria Nacional, creándose, al efecto, la Junta Superior de Sanidad y sus delegadas las Juntas Locales en cada término municipal. Al nuevo gobierno de la república correspondía entonces implantar y poner en vigor esa Orden por la que se creaba con carácter de municipales los Servicios Sanitarios en las poblaciones del interior, y los que no pudieron establecerse en la gran mayoría de los casos por falta de consignaciones apropiadas, ya que, de acuerdo con los preceptos de ese decreto, eran los ayuntamientos los que tenían que abonar los gastos que se originasen por el funcionamiento de esos servicios. Como bien afirma el texto: “Triste, pero necesario es confesar que el mayor número de las corporaciones municipales no dieron importancia alguna a estas obligaciones dejando casi por completo indoctas a las Juntas de Sanidad”.
Era de esperar, mas ello no constituyó un freno para la labor de ambos científicos quienes, a pesar de tanto desinterés, comprensiones y en lo fundamental, apoyo gubernamental, decidieron acometer la creación de esas Juntas sanitarias. No es hasta 1907 que se crean las jefaturas legales de sanidad y se les da vida legal y económica, hasta que en 1909 y con la nueva constitución de la llamada República, y por “las exigencias de una política partidarista, demoledora y mezquina, Finlay y Barnet son despojados de sus cargos los que con tanta devoción y estima desempeñaban en Sanidad”.
En el caso del doctor Enrique Barnet (1855-1916), durante la contienda independentista de 1895, laboró incansablemente en la realización de importantes misiones encomendadas por José Martí; durante el período de la intervención militar norteamericana en Cuba sirvió en los servicios de Sanidad que, si bien los jefes eran norteamericanos, las acciones a desarrollar la desempeñaban los médicos cubanos.
Sin embargo, al constituirse la mal llamada República (1902) presidida por el indiscutible pro anexionista don Tomás Estrada Palma, el ministro de los Estados Unidos, Herbert H. Squiers anunciaba la designación de los nuevos funcionarios de Sanidad y decía: “Finlay y Barnet son dos hombres excelentes y, aunque cubanos, están familiarizados con las prácticas modernas de saneamiento…”.
No deja de ser elocuente tal afirmación viniendo del representante de una potencia imperial en pleno avance de saqueo expansionista, al subestimar lo más importante de dos profesionales dignos y cultos: la Cubanidad y con ella el talento y sacrificio ilimitado de sus hijos.
Durante un elocuente discurso pronunciado ante la Academia de Ciencias Médicas Físicas y Naturales de La Habana, el 15 de mayo de 1902, Finlay planteó, entre otras cuestiones:
“(…) La higiene es tan antigua como la profesión de la Medicina y, sin embargo, de todos los problemas que tiene delante el médico-cirujano de la época moderna, ninguno más interesante ni más trascendental que los de la Higiene pública, los de la Ciencia sanitaria, de tal manera que el salus populi suprema lex, de los antiguos, continúa siendo hoy más que nunca la divisa de los gobiernos civilizados, puesto que el número de las enfermedades evitables aumenta cada vez más a medida de los incesantes programas de la bacteriología. Esta es una de las consecuencias más provechosas de las admirables experiencias comenzadas por Pasteur desde 1880 (…) La hermosa frase de Levy: La Medicina cura a los individuos; la Higiene salva a las masas.
Vale la pena subrayar también una intervención fechada el 28 de mayo de 1913, en la que Barnet ante un grupo de académicos abordó el tema relacionado con “El estado sanitario de Cuba”, y donde reveló “el problema pavoroso de la mortalidad infantil entre nosotros, y resaltando con la elocuencia efectiva de los números, toda la importancia de ese vital asunto y la necesidad urgente de aplicarle sabios y oportunos remedios.
“La mortalidad infantil, apuntaba Barnet, es una cuestión trascendental más que alguna otra (…) Durante al último año (1913), han muerto sólo en el municipio de La Habana, 1 216 niños de 0 a un año de edad, y 460 de uno a nueve años de edad. En total, 1 676 niños por diversas enfermedades, de las cuales 682 por Enteritis, en menores de dos años, esto es, producto de una alimentación inadecuada. Multiplicidad por diez aquella cifra de 1 676 niños desaparecidos en un año y tendréis 1 676 niños muertos en un decenio, lo que equivale a la desaparición de una ciudad importante de la república, sólo por ese concepto. Y si volvemos la vista a la República en general, encontraremos que, en 1912, de las edades citadas, han desaparecido 13, 230 niños. Practicad la misma operación aritmética anterior y resultará que en diez años el número de niños muertos alcanza la espantosa cifra de 132 300, es decir, tres de nuestras ciudades más populosas, o séase media Habana
“(…) Pensad, entonces, en el espantoso cuadro de esos niños desamparados, próximos a las puertas de la muerte, sin padres que los alimenten, con madres desvalidas y quienes no se les puede prestar la asistencia indispensable, y comprenderéis la necesidad que surge, por sí misma e imperiosamente, entre otras cosas, para remediar en algo tanta miseria desde el doble aspecto sanitario y benéfico”.
Huelgan más comentarios, tan solo invitar a los lectores interesados a buscar la mencionada obra. Otra más que se suma a la gran proeza de la Medicina cubana y de los valores humanos de sus galenos –a los que habría que agregar a los que formaron parte de nuestro mambisado en pleno campo de batalla y que estarán incluidos para otro capítulo de un gran libro de Historia escrito con letras mayúsculas de desinterés, valentía, firmeza, amor y de una gran carga de solidaridad y humanismo.
Ayer, enfermedades como la Fiebre amarilla, el sarampión, la disentería, el tétanos, el paludismo, la poliomielitis…, entre otras muchas. Hoy, el Sida, el Ébola, el Covid…Y, para todos los tiempos: en Cuba y dondequiera que se soliciten sus servicios en cualquier parte del mundo, ¡este es y será el Ejército mambí de héroes y heroínas de batas blancas forjado en la Patria de Martí y de Fidel!
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