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Esther Díaz Llanillo, antes y después del sueño


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Así Cuentos antes y después del sueño que fueron publicados en 1999, me han dado pie para el título de estos recuerdos que quisiera compartir con mis lectores, ahora que  lamento profundamente la pérdida de esta amiga de los años, compañera de aula y destacada narradora desde un día lejano en que la conocí.

Esther Díaz Llanillo nació el dos de diciembre de 1934. Iba a cumplir 81 años cuando dejó de existir. En ocasión de sus ochenta, su salud afectada no le permitió que le celebraran su cumpleaños.    

Hace un tiempo la llamé por teléfono. Quería que viniera invitada especial a mi Tertulia “Sol  Adentro”. Me contó que no salía de las paredes de sus casa, que no estaba bien de salud, pero que se había sentido muy feliz al saber que yo quería que estuviera conmigo en el encuentro mensual donde podría encontrarse con otros compañeros de la Universidad.

Le fue imposible aceptar mi invitación. Comprendí que para ella resultaría muy difícil hacer ese esfuerzo. La sentí deprimida y me dio mucha pena.

Éramos muy jóvenes cuando nos conocimos en la Escuela de Filosofía y Letras de la Universidad de La Habana. Era Esther una alumna muy especial. Muy seria, respetuosa y disciplinada. A veces, nos parecía demasiado estricta para su edad, dieciséis o diecisiete años. No le gustaba mucho las “jaranas” que surgían en el grupo. Era una de las alumnas más maduras que integraban las aulas. Pienso también que quizás una de las más inteligentes. Leía intensamente y escribía al mismo ritmo.

Fue un orgullo para todos el que hubiera ganado el Premio Especial “Antonio Barrera” de la Cátedra de Literatura Cubana e Hispanoamericana por su magnífico ensayo El arte de novelar de Hernández Catá, escritor del que era una inquieta estudiosa.

No puedo olvidar aquel día, en que en una clase especial de la Cátedra de Literatura, nos reunimos en el antiguo Lyceum Lawn Tennis. Fue una preciosa actividad cultural, en la cual un grupo de alumnos de la Escuela interpretamos variados cantos y poemas. Recuerdo la bella voz de Esther y también la de Salvador Arias que formaban parte del conjunto coral dirigido por Hilda Ruiz Castañeda. Lidia Turner Martí y quién escribe estas emocionadas líneas, recitamos, unos mestersingers que nos aprendimos de memoria durante algunas semanas, para que los asistentes creyeran que dominábamos el verso antiguo  a cabalidad.

La actividad fue presidida por el Dr. Salvador Massip, nuestro Decano. Los profesores  Blanca Dopico y José Russinyol aparecen  en una foto del fotograbado del Diario de la Marina que guardo con mucho cariño, y otros compañeros de aquellos tiempos de juventud. 

Aquel día, nos recibió Rafael Marquina, el periodista que le dedicó a aquella clase magistral de la Cátedra universitaria casi media página del suplemento.

Vivía  Esther en la calle Infanta, en unos altos. Recuerdo que un día, fui a su casa. Estudiábamos la carrera. Conversamos mucho. Era muy gratificante verla tan interesada en la cultura no solo de Cuba, sino de otras partes del mundo. Tenía valiosos libros. Me sentí siempre orgullosa de ser su condiscípula.

No era de extrañar que cursara después la carrera de Bibliotecología. Amaba los libros y tenía que vivir entre ellos. Una vez me dijo: “estudié toda la noche. Tomé una pastilla para no dormir y ahora no me siento bien”. Recuerdo que hasta la regañé. Me  dijo el nombre científico de la pastilla. Nunca pude recordarlo y siempre me preocupó que pudiera hacerle mal el uso de aquel medicamento. Su interés era no perder ni un minuto para leer y estudiar; creo que así se pasó casi toda la vida.

Después, supe que había formado una familia, con dos hijos que la supieron amar.

Pasaron los años. Mucho tiempo dejamos de vernos. No sé por qué no coincidimos en algunas actividades. Fue como si se esfumara.

¿Dónde estará Esther Díaz Llanillo?, me preguntaba. Extravié el teléfono, pregunté tantas veces. Muchos años sin oír de sus cuentos. Alguien se atrevió a decir que no estaba en el país, otros que quizás se había muerto, otros, que no tenían la menor idea de donde podría estar.

Para suerte de todos, Esther Díaz Llanillo, sin mucha algarabía, trabajaba con ahínco con la misma intensidad de aquellos años de estudiante, nada menos, que en la propia Biblioteca de la Universidad de La Habana.

Dicen que mucho la animó que fuera publicada Estatuas de Sal, una antología de mujeres narradoras que prologó la distinguida escritora Mirta Yáñez. Más adelante llegaron otros cuentos de Esther, hasta el texto Cambio de Vida, que reúne dos cuadernos que obtuvieron reconocimientos en 1999 y 2000,  en el Premio Alejo Carpentier. Posteriormente, en el 2005, Ediciones Unión, de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba, le publicó Entre Latidos.

Mirta Yáñez, con ese rasgo de humanidad y profesionalismo que la ha caracterizado siempre, impulsó a Esther a creer de verdad en su obra y a darla a conocer. Esther mantuvo una estrecha vinculación intelectual y cálida amistad con Mirtha, que por cierto,  fue la primera persona que recibió la noticia de su muerte y lo dio a conocer.

Si Esther se proponía algo, hasta que no lo lograba no se detenía, comentaba Mirta. Tenacidad y esfuerzo, la caracterizaron.

Cuando Lidia Turner, Emma Cárdenas y yo nos reuníamos, la recordábamos con gran cariño y hasta pensábamos reunirnos un día, para celebrar el próximo año, el 60 aniversario de haber finalizado la carrera. Hablábamos de 1956, cuando las tropas batistianas irrumpieron en la Universidad.

Algunos  de los cuentos de Esther, después reunidos en libros, los habíamos leído en Lunes de Revolución y en la revista Mujeres.

Acercarse a su obra, es como hacerla revivir. Es no olvidarla, apresurada para no llegar tarde a coger el elevador de la Escuela de Filosofía y Letras y ser una de las primeras en llegar al aula antes de las siete de la mañana, la hora precisa en que el Dr. Elías Entralgo comenzaba a impartir Historia de Cuba.

Cuántas veces me encontré con ella en ese elevador, y cuántas en la biblioteca o en algunos de los pasillos donde solíamos reunirnos. ¡Cuánto la recuerdo!

Igual la recordarán sus compañeros del Colegio Baldor, o de las diversas Bibliotecas donde laboró y los del Instituto de Literatura y Lingüística de la Academia de Ciencias de Cuba, a pesar del poco tiempo que permaneció en esa Institución. 

Siento mucho que la hayamos perdido. Fue hermoso que se llevara con ella la Distinción por la Cultura Nacional, que bien la merecía.

Ya no está con nosotros esa gran narradora, pero aquí están sus cuentos, sus anécdotas y el amor de sus colegas, sus amigos y sus condiscípulos.

Sirvan estas líneas como un homenaje a Esther Díaz Llanillo, esa mujer, estudiosa, inquisitiva, de gran imaginación, que queda en nuestro recuerdo y al mismo tiempo, depositada en el digno tesoro de nuestra Cultura Nacional.  


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