Nadie mejor que Alicia Alonso para ser comparada con una estrella, en el particular firmamento de este siglo, convulso, cuajado de violencia y guerras sin apellido. Alicia Alonso es una flor, un perdurable don de la naturaleza. Nos siguen deleitando la inolvidable imagen de su Giselle, que inaugurara toda una época, al igual que la de su Carmen, símbolo nuestro, latino, evocadora de una sensualidad sin límites.
La gracia de su cuerpo meciéndose entre la Vía Láctea y los asteroides más sencillos, quedó plasmada en nuestra memoria colectiva cuando “—ni cisne ni ángel— entra, con su noble medida humana, al reino de esa gravedad suya vuelta gracia, convirtiendo sus dos reinos hostiles en reinos comunicantes”, como advirtiera la gran poetisa universal y cubana, Fina García Marruz, en página memorable que atesora el Museo Nacional de la Danza.
Como bailarina, desde que en 1948 fundara su propia compañía, Alicia había tocado fondo en los espacios terrenales y planetarios en donde gira y gira sin cesar en el recuerdo más hermoso de su carrera. Porque la bailarina, admirada por innumerables públicos, críticos, artistas y círculos exquisitos de la danza, llevaba en su don el cultivo del oficio más riguroso con una ardua disciplina y esa voluntad que la ha vuelto única en su espléndida dedicación cotidiana. Por lo cual, ella es una de las grandes bailarinas en la historia de la danza.
2019
*Palabras escritas a propósito del otorgamiento a Alicia Alonso de la condecoración Estrella del Siglo, por el Instituto Latino de la Música, que tuvo lugar en acto efectuado en el Gran Teatro de La Habana Alicia Alonso, el 20 de marzo de 2019.
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