Definitivamente, la apertura de diversos estudios de artistas plásticos en La Habana es de las mejores opciones que el programa colateral de esta Duodécima Bienal ofrece al público.
La esquina de 54 y 21, en el municipio Playa, se atavía con un nuevo sitio al que visitar y la gente del lugar lució sus galas para llegar a la inauguración, o entra sin más haciendo un alto en su ajetreo cotidiano, ahora que continúa abierto el estudio-taller del excelente artista plástico Rigoberto Mena, durante los días de la Bienal.
Este espacio que luego estará dedicado fundamentalmente a la producción creadora, mantiene abierta sus puertas a todos con Frontera, la muestra que Rigoberto comparte con su hijo Antuán, en un dueto familiar y cercano donde confluyen en intención y en obra vocaciones de interrelacionarse con la comunidad que les rodea: Antuán desde el retrato a personajes populares del entorno y Rigoberto con sus proyectos y su afabilidad. Ambos son ya figuras queridas y reconocidas como los artistas del barrio.
Allí, en el Estudio Mena se puede disfrutar de la destreza encomiable de Antuán en el oficio. Sorprenden al visitante los retratos vivos, creados en un excelente ejercicio de la más universal tradición pictórica y con el atractivo subyugador de tropezar con los modelos que entran y salen constantemente del sitio expositivo, cercano a donde viven. No son los de Antuán retratos edulcorados, aquí la imperfección es elevada al rango de arte. Nos hace distinguir la poesía subyacente en cada mirada, en cada rostro, transformando en tipos, en patrones, en símbolos al hombre, o mujer, detenidos en el tiempo por la magia de la creación, situados en un espacio atemporal donde enlaza el artista vidas presentes, pasadas o futuras: eternizando los rasgos de cada quien en el ser interior inmanente.
Rigoberto Mena, por su parte, tal como nos tiene acostumbrados, muestra una obra de inconfundible sello personal. Mas este artista nunca satisfecho de explorar, también muestra obras creadas especialmente para este sitio, pequeñas esculturas de arte povera que se combinan con inmensas pinturas sobre madera de enconfrados en absoluta reflexión sobre el objeto y su forma, desde sus obsesiones y vivencias, a través de la manipulación del material, conectándose en perfecta armonía con el entorno, la naturaleza y todo lo que le rodea. Precisamente, la fuerza de la obra de este artista emana de la vitalidad que imprime a su trabajo en una constante búsqueda y experimentación. Vemos imágenes antropomórficas, geométricas, grafitis, texturas, collage, la permanente tensión producida entre la línea y el estallido del color en un incesante rejuego figura fondo. Rigoberto Mena nos adentra en los enigmáticos campos de la percepción, todo magistralmente elaborado. Sus obras son huellas en el tiempo, es el aquí y ahora de un artista todo nervio, intensidad, pasión, es eso que descarga al lienzo como necesidad de continuidad y permanencia.
Ávida de estas opciones culturales siguen llegando las personas a este sitio, el Estudio Mena, allí están sin límites, sin fronteras, las excelentes propuestas de dos generaciones de artistas de una misma línea genética. No se pierda la oportunidad de visitarlo.
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