El 28 de junio de este año se publicó en el periódico Granma el excelente artículo Sin aires para ondear, de Andy Jorge Blanco, estudiante de periodismo de la Universidad de La Habana, en que se investiga sobre el alto grado de deterioro sufrido por el antiguo hotel La Dominica, inmueble de valor histórico declarado Monumento Nacional en 2000, sobre el cual se han acumulado negligencias y quizás otras cuestiones que el autor bordea con responsabilidad; se trata del lugar donde por primera vez ondeó en suelo cubano la enseña nacional, el 19 de mayo de 1850. Constantemente los periodistas de la sección “Cuba dice”, del Noticiero Nacional de Televisión, analizan vericuetos y laberintos similares, relacionados con múltiples temas de la vida nacional: desde las construcciones hasta el funcionamiento de cualquier institución pública. En buena parte de estos trabajos periodísticos pueden identificarse dos grupos de problemas: los relacionados con la ética y los vinculados con la lógica.
Algunas veces, cuando se habla de ética, hay quienes la limitan a la moral ―y de ahí, a las relaciones sexuales― o a la condición virtuosa de ser honesto, honrado, decente…; sin embargo, la ética también está ligada indisolublemente al deber y enlazada fuertemente a la felicidad. La formación de la ética en los seres humanos nace en el hogar, se desarrolla en la escuela y logra su madurez en la vida laboral. Su raíz parte de la construcción de sentimientos en que el amor es el centro, aunque parezca una afirmación arcaica, y se completa en el modo de organizar la conciencia, por lo que los individuos formados con ética actúan de manera consciente y libre, es decir, sin ser vigilados. Es fácil encontrar a la ética vinculada con la antropología, el derecho, la sociología, la psicología…; es más raro escuchar, explícitamente, que es consanguínea a la política, pero según sea la ética, así será la política, y un Estado socialista debe responder a una ética de igual apellido, aunque esta sea un proceso formativo que demora tiempo y requiere esfuerzo cotidiano.
La actuación de instituciones o de personas que las representan se rige por juicios y normas en cualquier sistema, mas estas regulaciones convertidas en leyes hay que cumplirlas; si representantes de instituciones violan principios legales y éticos, no se puede esperar que otros individuos, incluidos los extranjeros, no lo hagan; las acciones de instituciones y funcionarios deben producir los mejores resultados para las mayorías ―al menos así debería ser siempre en el socialismo. Seguir al pie de la letra este axioma puede también conducir a un utilitarismo cuestionable, pues hay ciertos deberes y obligaciones que habrá que cumplir, más allá de lo que puede o no parecer útil o satisfactorio. Entonces, resulta difícil tomar decisiones que respondan a nuestra ética socialista.
Por ejemplo, puede parecer cómodo y placentero usar las dunas de nuestras costas para la construcción de instalaciones y disfrutar de la playa, o puede parecer fácil y barato inyectar agua y no vapor a los pozos de petróleo, pero la ética medioambiental es opuesta a ambos procederes. Temas de la bioética, como el aborto inducido y la eutanasia, entrañan complejas decisiones de la ética aplicada, pero mucho más fácil resultaría perseguir, encarcelar y divulgar las condenas de los que entrenan y ponen a pelear perros, violando los derechos de los animales, aunque algunos erróneamente no le den la importancia que tiene.
Es cierto que las costumbres van imponiendo reglas de comportamiento social que si se dejan al arbitrio pueden conducir a acciones no deseadas, incluso bárbaras o salvajes, como el actual escándalo permanente en nuestras calles. La libertad responsable debería guiar el ejercicio de valores, pero esto no siempre sucede así. Es imprescindible que se aprenda que a la virtud no se llega por la imposición de normas, aunque en situaciones críticas haya que reprimir, sino por la sabiduría de conducir a feliz realización objetivos difíciles y controvertidos, sin perjudicar a nadie, porque se trata de persuadir a quienes parecen no virtuosos, y ponerse a contracorriente para lograr una aspiración diferente y superior. Precisamente esa es la tarea fundamental de la educación y su diferencia con la instrucción. Para lograr esta meta cotidiana educativa será necesario usar el intelecto, acopiar suficiente voluntad y controlar ciertas emociones; sabiduría, valor y autocontrol se integran junto a la más importante virtud desde el punto de vista social para vivir con responsabilidad: la justicia.
El deber y la felicidad son componentes de la ética. Cuando hay que ejercer presión de autoridad, no pocas veces convertida en autoritarismo, o cuando hay que recurrir al miedo y al castigo para lograr un objetivo, podemos estar en el camino al fracaso, casi nunca identificado así por quien los ejerce. Lo que no provoca felicidad es infértil o poco fecundo, pues la infelicidad induce a un estado emocional que ronda la frustración y no anima a la conquista de nuevas metas, mientras la satisfacción propone en su motivación objetivos superiores. Cierto que hay que tener buena salud para sentirse confiado y con seguridad suficiente como para exteriorizar proyectos y buscar afiliados ―Scooby Doo repite con frecuencia que todo consiste en tener un plan y un equipo―, base para la cooperación satisfactoria; con esto de nuestro lado, la tarea consistiría en obtener reconocimiento de esta cadena creativa para lograr la autorrealización personal y grupal, plataforma de la felicidad.
Un anciano del barrio, cada vez que nos encontramos, repite que todos nuestros males presentes están condicionados por la pérdida de valores. Una muchacha recién graduada de la Universidad me aseguraba que todos los problemas que observaba en su entorno se debían a la falta de lógica, por lo que opinaba que debía ser una asignatura en todas las carreras; estuvimos juntos en una reunión, y cada vez que el expositor analizaba un asunto, llegaba a la conclusión de que el problema, desde el punto de vista subjetivo, estaba condicionado por la falta de lógica, y la joven me miraba, asintiendo con la cabeza. Quizás el anciano, con tantos años de experiencia y ya de regreso de muchas cosas, estaba viendo falta de ética por todas partes; tal vez la muchacha, con la ingenuidad y frescura de sus pocos años, estaba achacándoselo todo a la falta de lógica, porque no podía explicarse de otra manera algunas actuaciones. Llegué a persuadirme de que los dos tenían su cuota de razón.
La lógica exige deducción y demostración; su argumentación mediante la palabra se basa en el pensamiento y la idea, y se desarrolla con razones, principios o axiomas para inferir una interpretación en estrecha relación con el conocimiento y los saberes, a veces teniendo en cuenta la experiencia, aunque debemos tener presente que en ocasiones las prácticas pasadas resultan inservibles en nuevas condiciones. Para la materialización de cualquier proyecto se necesita lógica, lo mismo para clavar una puntilla que para construir una central hidroeléctrica. Muchas veces clavamos sin martillo y entonces se joroba la puntilla o se rompe la pinza, o planificamos mal la generación de electricidad, sin averiguar el estado de las fuentes de agua y el costo de la inversión. No hay que aprender en una escuela lo que parece de natural racionalidad, el llamado “sentido común”, peligrosamente en extinción y convertido cada día en el menos común de los sentidos, en cualquier parte del mundo.
La lógica formal construye sistemas deductivos; a veces, con o sin intencionalidad, se plantea mal el enunciado; otras, malicias aparte, se le atribuye al predicado la función del sujeto. Algunas personas no reconocen, o no desean reconocer, ni siquiera que si A es igual a B, B tiene que ser igual a A; más complicado para unos, aparentemente, sería razonar que si A es igual a B, y B es igual a C: C es igual a A; otros no alcanzan a ver, o no quieren ver, que si sales de A para llegar a D, tienes que pasar por B y por C. Hay caminos que solo conducen a un destino, se sabe de antemano y sin embargo se siguen aunque se vaya en contra de uno mismo ―recientes elecciones presidenciales parecen confirmarlo. Es cierto que algunos no dominan las reglas de la inferencia, aunque lo más corriente es que tras la supuesta falta de lógica se escuden las más diversas fechorías. Ninguna ética ni falta de lógica resultan atenuantes para el arrasamiento. Un amigo me afirmaba que era preferible la “doble moral” que no tener ninguna; otro me aseguraba que hacerse el bobo es un negocio lucrativo en Cuba porque casi siempre te perdonaban. Lo cierto es que hay que exigir ética y lógica para dirigir cualquier proceso, especialmente para quienes representan al Estado socialista. De lo contrario, ¿qué dejamos para el resto?
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