Este altísimo reconocimiento me ha inyectado nuevos bríos para continuar mi obra creadora, inspirada en nuestras raíces e idiosincrasia afrocubanas”, dijo el prestigioso dramaturgo Eugenio Hernández Espinosa (El Cerro, La Habana, 1936), director artístico y general del grupo Teatro Caribeño, quien recientemente recibió el Premio Nacional de Literatura 2020,
El también Premio Nacional de Teatro 2005 aseguró que “cuando me llamaron por la noche para decirme que he sido elegido como el Premio Nacional de Literatura 2020, las cosas cambiaron para mí sobre la percepción que tenía sobre este altísimo trofeo, pues ya no es lo mismo ser Premio Nacional de Teatro 2005 que, además, obtenerlo en las letras; pues siempre se había dicho que el teatro no es literatura, que es más bien para las tablas que no es representativo de este género; hubo esa atmosfera, pero evidentemente se ha roto.
“Para mí —agregó— como escritor y dramaturgo es muy importante el hecho de ser premiado por el conjunto de una obra que lleva por signo nuestra cultura popular, la cual durante muchos años ha sido vilipendiada y apartada; aunque gracias a grupos danzarios, como el Conjunto Folklórico Nacional, el reconocimiento y promoción de las raíces africanas en nuestro país cobró dimensión intelectual y artística”.
El además miembro del Tribunal nacional de evaluación artística y del Grupo de expertos del Consejo Nacional de las Artes Escénicas (desde 1989), calificó este lauro como “un gran reconocimiento, porque viví en ese mundo marginal, con su escala de valores y frustraciones y eso conlleva que mis personajes transiten por esa estructura que es asfixiante y no te deja mover, ahí encontré muchas ricas experiencias.
“Profundizar en ese sector de la sociedad cubana —enfatizó—, me llevó a entenderme primero a mí y luego entender a los que me rodean, de entre los que surgen los personajes de mis obras, que son versiones de entes reales que conocí, como María Antonia, una mujer de la barriada de El Canal, en el Cerro, cuyo verdadero nombre era Candelaria.
“Esta negra violenta —agregó—, que lucha por defender su derecho de ser mujer y darse a respetar en un contexto donde el machismo es preponderante, pelea por defender el amor, un sentimiento que no se traiciona ni se vende y que ella lo busca en Julián, en quien depositó todo su amor. Esa circunstancia me dio la posibilidad de ir más allá, pues también Julián tenía su mundo. Él no quería seguir siendo un estibador, soñaba con ser un gran boxeador, como Kid Chocolate, pero su gran tragedia surge al enfrentarse a una hembra que anhelaba realizarse con el hombre que consideraba su verdadero amor y no trascender en el mundo del deseo carnal, es decir vender su cuerpo para complacer a otros”.
El Negro Grande del Teatro Cubano, como lo bautizó el también dramaturgo Alberto Curbelo, añadió que “la relación entre esas dos fuerzas que se encuentran, crea un serio conflicto porque pertenecen a mundos muy diferentes y se enfrentan, para darse cuenta que ambos no pueden vivir juntos. Sin embargo, María Antonia no puede vivir sin Julián, y él, aunque no puede vivir sin ella, tiene otro objetivo en la vida, el de ser boxeador. Entonces la dolida mujer, para evadirse del desamor, se entrega al ron y a varios hombres del barrio que están con ella, pero no por pasión sino para sacarse a Julián de su vida”.
El Premio Casa de las Américas 1977, con la obra La Simona (1973), precisó que esa triste situación le condujo a escribir María Antonia, y gracias a Roberto P. Blanco Espinosa (La Habana, 1936-2002), Premio Nacional de Teatro 2000, “como director artístico, le dio una extraordinaria dimensión a esta pieza, porque él también conoció y vivió ese mundo donde están las vidas encontradas y antagónicas, donde están la tragedia, como la que se establece entre el triángulo de Julián, Carlos y María Antonia”.
El preciado premio literario, otorgado por decisión de un jurado integrado por reconocidas figuras de las letras insulares: Eduardo Heras León, Presidente, Leyla Leyva, Víctor Fowler, Alex Pausides y Omar Valiño, apuntó como “algo muy importante en mi carrera como dramaturgo es que no solo he llevado mis obras a escena, sino también he podido publicarlas, incluso logré lo que yo nunca había pensado, que se hiciera una recopilación de textos míos que, además, recibió el Premio de la Crítica”.
En tal sentido dijo que “al ser publicados mis trabajos dramatúrgicos, surge la posibilidad de que se expandan. La gente los conoce y trascienden a otros países. Me he enterado que María Antonia se ha representado en otros lugares, como en el Caribe y Estados Unidos, lo que para mí ha sido un gran estímulo”.
“Mi obra —añadió—, además de ser ampliamente publicada, ha estado entre las distintivas de los escritores cubanos en diferentes ferias del libro, tanto en Cuba como en otros países. Allí han estado mis libros junto a los de destacados cuentistas, novelistas, poetas y ensayistas”.
La última edición de la Feria Internacional del Libro, el número 29, correspondiente a este año, estuvo dedicada a Eugenio junto con la escritora, investigadora y profesora de literatura y filología Ana Cairo Ballester (La Habana, 1949-2019), Premio Nacional de Ciencias Sociales.
Según Espinosa, durante sus estudios en el Seminario de Dramaturgia del entonces Consejo Nacional de Cultura, que a partir de 1960 y hasta comienzos del año 1964 impartieron figuras como los argentinos Samuel Feldman y Osvaldo Dragún, “quienes me decían que mis textos escritos para las tablas eran novelas. En esa época aprendí a expresarme sin miedo, a plasmar mis creaciones de una forma muy orgánica en relación a lo que yo pensaba de cómo la obra debía de llevarse a escena, para lo cual las acotaciones son muy importantes pues en estas se reflejaban lo sentimientos, emociones, acciones y otros detalles relacionados con los personajes”.
En tal sentido recuerda que cuando Roberto Blanco leyó el texto de María Antonia le expresó que, con sus cotas, para cualquier lector con un poco de imaginación, era una puesta en escena. “Él me decía que hay varios momentos en el libreto que son muy teatrales para la intuición de quien lo lee, uno de ellos, me dijo, es cuando María Antonia sale del ritual del Babalawo (o Babalao) y dice que ella no cree en esa mierda, y se expresa de ese modo porque está furiosa porque el adivino le dice cómo debía comportarse, pero hace otra cosa. Entonces le da la espalda al público y dirige su mirada hacia el fondo de la escena, que es el solar, donde hay mucha violencia.
“De entre los personajes de la ciudadela sale Pitico, una figura también marginal que pretende atacarla. María Antonia coge dos cuchillos de la tarima de una venta cercana y le dice al agresor que escoja uno para que se defienda, y le expresa: ´defiéndete para que veas lo que yo ando buscando´. El hombre, atemorizado por tan rebelde actitud, sale de escena, en tanto ella le grita: ´vaya a ver a su madre para que le limpie el fondillo o es que tú no tienes madre´. A partir de ese momento comienzan los conflictos de esta bella mulata”.
Eugenio es autor de otras exitosas piezas, como Calixta Comité (1969), estrenada en 1980 con el grupo Teatro Arte Popular que entonces dirigía; y Mi socio Manolo (1971), cuya premier se realizó en el año1986 por el Teatro Nacional de Cuba, y fue llevada al cine en 1989, producida por el Instituto Cubano de Arte e Industria Cinematográfica Icaic. Ese mismo año se grabó para el espacio Teatro de la Televisión Cubana.
“Este premio me impulsa, además, a concluir y echar a andar mi proyecto en el cine City hall, sede de Teatro Caribeño, donde los fines de semana quiero presentar obras de teatro y los miércoles dedicar un espacio a la música popular y la poesía; además de habilitar un día a la semana para la exhibición de películas recreadas en novelas o dramaturgias teatrales. Allí se puede hacer un centro generador de cultura y espiritualidad entre los vecinos del Cerro, fundamentalmente los jóvenes”, indicó.
A partir de la década de los años 80 del pasado siglo, el gran dramaturgo dio a conocer varias obras concebidas dentro de la misma cuerda de introspección en la cultura popular y en la marginalidad social como Ochun y las cotorras (1980), Premio Santiago Pita en el Octavo Festival de Teatro de Camagüey, Lagarto Pisabonito (1996), acreedora de los premios al mejor texto y a la mejor actuación masculina en el Primer Festival Internacional del Monólogo efectuado en la University Park Campus (Werttheim Performing Arts Center) de Miami, Florida. Ese mismo año, otra de sus sonadas obras, Alto riesgo (1988), en una nueva versión escénica y artística fue llevada a la sala Covarrubias por los actores Estrella Borbón y Nelson González.
La producción dramatúrgico-literaria de este artista, quien además ha representado a Cuba en importantes festivales internacionales de teatro, por su temática, puede clasificarse en dos grupos: las que recrean asuntos relacionados con lo popular, tomando como premisa la marginalidad insular, y las que están inspiradas en la cultura yoruba, a partir de patakines y relatos tomados de esa mitología, como Obba y Changó (1980) y Obba Yurú (1988). Otras, como EL Venerable (1980), Emelina Cundiamor (1987), Alto Riesgo (1988) y El Elegido (1995), fusionan en sus guiones ambos aspectos, así como el sincretismo entre las religiones católica y la Regla de Ocha (santería yoruba), como igualmente puede apreciarse en María Antonia y Calixta Comité, entre otras.
Miembro del Consejo nacional de la Unión de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) y también acreedor de la Distinción por la Cultura Nacional (1984) y del Sello conmemorativo Aniversario 60 de la fundación de la CTC, Espinosa señaló que actualmente está “trabajando en el libreto de su obra El elegido, para ser representada en el City Hall con los actores de mi compañía e invitados de otros grupos, como los de danza. Esta pieza, que mucho me fascina, trata sobre la lucha en el poder, y quisiera llevarla a escena como mi respuesta al Premio Nacional de Literatura 2020 que me acaban de conceder. Eso sería muy interesante”.
Igualmente enfatizó que, entretanto, no abandonará su creación dramatúrgica inspirada en la vida y la obra de Juan Francisco Manzano (Matanzas, 1797-La Habana, 1854), un poeta cubano que nació esclavo durante el periodo colonial. Escribió dos poemarios y su autobiografía, que se publicaron antes de que obtuviera la libertad en 1836, para convertirse en el primer latinoamericano en escribir sobre sus experiencias en el cautiverio.
Artista Emérito de la UNEAC e Hijo Ilustre de La Habana, Hernandez Espinosa recuerda con emoción, entre todas sus puestas en escena realizadas con Teatro Caribeño, su primera producción con ese grupo: El León y la Joya (1991), del nigeriano Wole Soyinka, Premio Nobel de Literatura, la cual representó a Cuba en los festivales Iberoamericano de Teatro, de Cádiz —donde fue premiada— y en el de Otoño, de Madrid, y resultó elegida entre las mejores puestas en escena de ese año en Cuba.
Asimismo, trasciende por sus vínculos con el cine y la televisión, principalmente como guionista, al tiempo que ha dejado su huella en el trabajo docente en los talleres de guión en la Escuela Internacional de Cine y Televisión de San Antonio de los Baños. Fue jurado, en distintas ocasiones, del Premio literario Casa de las Américas, de los festivales de Teatro de Camagüey; Caracol, de cine, radio y televisión; del Monólogo; y del Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, entre otros muchos eventos.
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