Eugenio María de Hostos, también cubano


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Dentro de la enorme obra escrita de Eugenio María de Hostos, los temas cubanos disfrutan de importancia significativa no solo por su número sino también por la índole de los asuntos tratados y por el sentido que tienen para la conformación, desarrollo y madurez del pensamiento hostosiano.   

Quizás la historiografía y los estudios acerca de las colonias antillanas de España aún no nos han logrado trasmitir plenamente cómo los procesos formativos de estas como naciones y culturas están estrechamente intervinculados, al punto de que, dentro de sus particularidades, durante los cuatro siglos coloniales los lazos familiares fueron tantos que me atrevería a decir que frecuentemente superaron hasta aquellos relacionados con la propia metrópoli.

Si a lo anterior sumamos que la conciencia y las luchas patrióticas —sin dudas decisivas para sus formaciones nacionales— tendieron a superar los límites administrativos establecidos por la Corona española y que, además, tuvieron un marcado objetivo republicano, antimonárquico, podremos comprender que el análisis de este asunto requiere de una anchura que no solo ubique tales períodos formativos de las naciones en el más amplio mundo de los procesos de desarrollo del sistema universal capitalista y de la consiguiente modernidad, sino que tal vínculo ocurrió en las Antillas españolas con ciertos  paralelos y con rasgos compartidos en los planos  históricos, sociológicos y culturales, lo que se expresó en semejanzas y cercanías probablemente mayores que con el continente hispanoamericano. 

Este criterio me parece imprescindible a la hora de examinar el desarrollo de las ideas y de las prácticas sociales antillanas, sobre todo cuando del siglo XIX se trata, época en que tendieron a ir cuajando los procesos nacionales en Santo Domingo, Cuba y Puerto Rico, y en la que los terribles enfrentamientos armados a que ellos dieron lugar en los dos primeros casos, empujaron a buena parte de su intelectualidad a tomar partido contra la dominación colonial.

No es casual, por tanto, que durante aquella centuria, en las tres Antillas se manifestaran un espíritu y una actividad de concertación, que abarcó tanto a reformistas de diversa laya como a los partidarios de la separación política de España, y que también más de un proyecto de federación o de confederación antillana fuera manejada por algunas de sus personalidades políticas y pensadores más notables, destacadamente por el propio Hostos entre ellos.

Todo lo dicho antes es una primera argumentación para explicarnos esa singular presencia de los temas cubanos en el conjunto de sus textos. Y si a ello sumamos que la vida madura de Hostos transcurrió durante la Guerra Restauradora de Santo Domingo y las tres contiendas independentistas cubanas, en las que el puertorriqueño no fue un mero observador o analista sino un participante de probados comprometimiento y militancia en ellas, tendremos otra clave más para comprender el porqué de esa destacada y sistemática presencia de Cuba en su variada papelería.    

Tal conducta, ciertamente, no fue privativa de Hostos: el patriotismo puertorriqueño se formó y creció junto al cubano, como lo evidencian el trabajo conjunto de ambas emigraciones desde antes de 1868, la presencia de combatientes puertorriqueños en las filas libertadoras cubanas, la común lucha de ideas en defensa de la causa de la independencia y el debate contra los intereses metropolitanos, las posturas reformistas insulares y el anexionismo a Estados Unidos. Hostos y Ramón Emeterio Betances fueron las cumbres puertorriqueñas en esas batallas patrióticas conjuntas; mas no puede dejarse al margen que cientos de boricuas se enrolaron en ellas y deben ser considerados con iguales méritos que los cubanos que así lo hicieron.

Lo singular en la escritura y el ideario hostosianos —como en Betances— es el peso de esos temas cubanos en su obra escrita y el papel de estos en el desarrollo de su pensamiento. 

Al lector poco avisado quizás llame la atención la minuciosidad y el detalle de estos temas cubanos. Ello no sorprende a quien sabe del acompañamiento de Hostos a la emigración cubana en Estados Unidos durante la Guerra de los Diez Años, y de su amistad intensa y su coincidencia ideológica con Francisco Vicente Aguilera, el vicepresidente de la República en Armas de Cuba comisionado al país norteño por Carlos Manuel de Céspedes, el presidente, a fin de solventar las serias discrepancias entre los emigrados que impedían el envío de recursos a los patriotas sobre las armas.

Pero en verdad el interés hostosiano por la mayor de las Antillas venía desde mucho antes, desde sus tiempos en España y su relación con los liberales españoles y cubanos; desde antes en su isla, donde se leía a los cubanos en sus periódicos y libros; desde su enemistad a la esclavitud; desde que aspiró a formas de existencia propia para las Antillas españolas; desde que se situó en la postura favorable a la independencia como única salida al colonialismo.

La cotidianidad junto a los cubanos emigrados, el seguimiento de los asuntos cubanos luego de su salida de Estados Unidos, su entusiasmo por el proyecto revolucionario de José Martí y su constante atención y escritura en torno a la Guerra de Independencia, con el cierre de la intervención estadounidense en la pelea y el Tratado de París, por el que España cedió sus derechos sobre Cuba y Puerto Rico, mantuvieren a Hostos en activa atención y análisis para impulsar el camino hacia la independencia en las dos islas hermanas.

La prensa, como era usual entonces entre los sectores ilustrados hispanoamericanos, fue el vehículo empleado por Hostos para sus campañas en favor de Cuba libre. Los periódicos España, de los cubanos de Nueva York, los de Argentina y Chile, La República Cubana de París, le abrieron espacio a esos textos de combate, que oscilan desde el artículo breve e informativo hasta el ensayo y el estudio de altos vuelos, géneros todos que demuestran la excelencia de las letras hostosianas así como sus capacidades analíticas y expositivas sostenidas en sólidas y a la vez apasionadas argumentaciones. Esos textos nos entregan tanto sus criterios acerca de hechos y personas como sus concepciones acerca de la política, la soberanía de las naciones junto a verdaderos acercamientos a lo que podríamos llamar una sociología de la política y de la vida social en general.  Y no es arriesgado afirmar que la filosofía hostosiana —ese original positivismo suyo—, sustento de su pensar, asoma aquí y allá en tales escritos, y, sobre todo, es hilo conductor de sus afirmaciones y conclusiones.

Es difícil medir hoy el alcance de tales escritos sobre la conciencia de los antillanos y en general de los hispanoamericanos de su tiempo. Habría que saber la circulación de esos periódicos, rastrear si fueron reproducidos en otros de nuestra región, si fueron comentados o referidos por otros autores. Sí es patente para los estudiosos de las guerras y de las emigraciones cubanas decimonónicas que los impresos revolucionarios eran muy buscados entre los patriotas tanto de las islas como residentes fuera de ellas. Para todos los casos, por demás, cada día tenemos mayor comprensión de que existió a lo largo de aquella centuria un eficaz circuito comunicativo entre las élites ilustradas que, junto a los viajes y a las cartas, incluyó crecientemente a la prensa.

Desde tal razonamiento no es inapropiado considerar que las publicaciones hostosianas ejercieron algún tipo de contribución, al menos en el cono sur del continente, para que se difundieran los acontecimientos y los protagonistas de la lucha anticolonial cubana al igual que los puntos de vista de los patriotas. Los relativamente escasos aún estudios de las emigraciones cubanas  por la América más allá de Estados Unidos, indican, no obstante, que las minorías ilustradas y los políticos tendieron a seguir aquellas contiendas, objeto de debate público en muchas ocasiones.    

La presencia e influencia directa de Hostos en las sociedades dominicana y chilena, dada su residencia en esos países, por ejemplo, tuvo seguramente que hacer sentir su voz, muy respetada por sus labores en ellos. Y, aún más: Hostos era ya a finales del siglo XIX un intelectual leído y reconocido en todo el orbe de habla española.

Por otro lado, no deja de admirarse el lector contemporáneo por el volumen y actualización de Hostos acerca de los asuntos cubanos, por muy lógico que ello nos parezca si nos atenemos a lo dicho arriba en cuanto a los circuitos intelectuales de aquella época. 

La cultura artística y literaria cubana fue estudiada y asimilada por Hostos, quien, dentro de sus intereses y saberes enciclopédicos dio espacio amplio a ella, para dejarnos páginas que aún en nuestros días han de considerarse válidas, como su admirable examen de la poesía de Plácido, una joya por la brillantez y solidez de sus juicios favorables acerca de aquel poeta de extracción popular al que sitúa como uno de los más altos exponentes de las letras antillanas, en contraste con las opiniones de otros críticos de entonces —cubanos inclusive, como Manuel Sanguily— negados a reconocerle sus valores literarios al poeta fusilado durante la conspiración de La Escalera, mártir de la libertad.

En esa amplitud de la mirada cubana de Hostos, resulta evidente que es consecuencia de su voluntad por mantenerse al día en el conocimiento de sus asuntos y, todavía más, y por servir a la libertad de la isla mayor desde la trinchera del debate informativo e ideológico para formar conciencia. Prueba de esto la constituyen las 32 “Cartas Públicas acerca de Cuba al Honorable Senador de la república Don Guillermo Matta”, publicadas en Santiago de Chile entre septiembre y noviembre de 1897, bajo el deseo de impulsar la acción popular en esa nación y en todo el continente de apoyar la guerra liberadora cubana que no encontraba el debido sostén, a su juicio, de buena parte de los gobiernos de nuestra región.

Son de notar sus miradas acerca de los próceres de mayor altura del patriotismo cubano: Carlos Manuel de Céspedes, Máximo Gómez, Antonio Maceo, José Martí. Sus presentaciones acerca de ellos resaltan tanto por su nivel informativo como por sus enjuiciamientos sobre el valor histórico y político de tales personalidades, presentadas con indudable admiración. Resalta su hondo conocimiento del ideario martiano, probablemente sustentado en la lectura sistemática de los textos publicados por el Maestro en el periódico Patria: Hostos, sin dudas, entendió cabalmente la proyección antimperialista, de liberación nacional y continental, la significación de la república de nuevo tipo y el profundo basamento ético de la acción martiana.

Mención especial ha de darse a su singular relación con Francisco Vicente Aguilera, a quien acompañó intrépidamente en el fracasado intento por llegar con una expedición a Cuba durante la Guerra de los Diez Años, y cuyas entrega patriótica y proverbial eticidad ganaron su admiración y cariño.

En dos palabras: Eugenio María de Hostos vivió y sintió a Cuba tanto como a su más pequeña isla; su vocación republicana, patriótica, antillanista no pudo, no podía dejar al margen los temas de la isla hermana, tan cercanos a los de Puerto Rico, ambas requeridas de vida propia sin dominación colonial alguna, y por ello fue —y además sigue siendo— un fundador de la nacionalidad y de la nación puertorriqueña, y también de las cubanas.  


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