La editorial Ediciones cubanas sacó a la luz en esta Feria, un interesante libro de relatos escrito a dos manos por las autoras María del Carmen Sanabria Castillo (Matanzas, 1975), médico especialista en Medicina General Integral, poeta, narradora, miembro de la UNEAC y Dulce María Sotolongo Carrington, quien además de ser una excelente filóloga, como editora suma cientos de títulos a su quehacer; en esta ocasión despliega su talento para estructurar un cuaderno que viene bien a tono con este año en que la lucha contra la violencia de género constituye tarea primordial.
Narrado con lenguaje sencillo, pero proverbial, sus páginas nos adentran en los conflictos de muchas mujeres que sufren el drama apocalíptico de la incomprensión y los desacuerdos, con la singularidad de que las luchas de contrarios de estas “Evas” tienen su desarrollo entre ellas mismas, no solo desde el punto de vista individual, sino también social.
Las “Evas” cimentadas por ambas escritoras metabolizan sus conflictos sobre determinantes que las obligan a buscarse en ruidosos álter egos y áreas de contrapunteos de las que quieren salir utilizando mañas y recursos, ambiguos unos, precisos otros, aunque al final sus propias decisiones las enreden y conduzcan a puntos límites en los que se indefinen sus conquistas, sin embargo, llevan al lector a un proceso de reflexión y análisis que lo convertirá en juez y parte de las historias.
La mujer lleva sobre sí el peso de las
labores domésticas, molestias de la gestación, dolores y peligros a los que se
ve expuesta en el parto de sus descendientes; la lactancia, educación y
responsabilidad sobre los mismos.
Ha sido esclavizada por leyes y normas sociales que vejan no solo su cuerpo, sino también su espiritualidad, criterios e independencia. Marginada por estatutos religiosos, políticos, éticos y estéticos, ha tenido y aún lo hace, que combatir muy duro para quitar de encima las marcas del machismo, racismo, segregación, xenofobia, falta de libertad y ejercer su convivencia sin derechos al pleno disfrute del placer sexual y psicológico y el mérito que conlleva mantener la natalidad en un mundo envejecido por los vicios, terrorismo, desacatos, trastornos graves en la comunicación y otros cuya lista haría interminable este artículo.
Infinidad de siglos de asesinatos, torturas, violaciones sexuales, secuestros, desapariciones, prostitución o esclavitud sexual, encarcelamientos o acosos por incomprensiones religiosas, políticas, étnicas, o de orientación sexual, entre otras, tuvo que transitar la mujer para que hoy tenga igualdad de derechos con respecto a los hombres, cuestión que aún, en tiempos donde la tecnología acapara la transitoriedad de la existencia, no ha sido totalmente resuelta.
La pobreza de unas, el desamparo de otras, la irracionalidad, temores, agotamientos físicos y psíquicos, descortesía y aplanamiento afectivo por un gran porciento del género masculino, entre decenas de variables, aumentan la desproporción hombre/mujer a tal magnitud que, aunque no son pocas las defensas en pro de un adecuado cauce a tales limitantes, continúa la mujer desemancipada y mercantilizada dentro de un océano de azares, desbalances, vandalismo y omisión de su potestad.
Grandes avances se han logrado en la autonomía femenina, sin embargo costaron
siglos de sudor y muerte.
Nuestro país no está exento de tales
batallas. Mucho ha dispuesto nuestro gobierno revolucionario para que la mujer
pueda alcanzar el pleno ejercicio de sus derechos a través del trabajo diario,
se le habilita caminos para obtener su justo lugar en la sociedad que hoy
vivimos; no obstante, a pesar de que pueda ocupar rangos significativos dentro
de la dirigencia estudiantil a todos los niveles, militar dentro de las filas
de cualquier organización con mejor tesón del que pudiera hacerlo un hombre,
formar parte del Consejo de Ministros de Cuba y hasta ganar méritos
insospechados en los campos empresariales, de la medicina, educación,
ingeniería, comunicaciones, turismo, deporte y cultura; aún existen y persisten
discriminaciones donde el racismo, machismo, intransigencia y muchos otros
índices de separatismo, doblegan en ciertas circunstancias su total y libre
autoridad. Se enfrenta a infidelidades de pareja o maltratos de esta (físicos o
psicológicos); desavenencias con los jefes o demás trabajadores, diferencias
generacionales, agravio por parte de los hijos que procrearon u otras personas
que componen su núcleo familiar y suman dificultades en la convivencia, sobre
todo por la incomunicación y pérdida de valores que atacan hoy a la sociedad con todos y para el bien de todos que
soñara Martí. Siguen algunas mujeres llevando el hogar a cuestas como tortugas,
con todo lo que significa hacer magias —más que actos—, de paciencia, ante la
escasez de recursos, la perfección que se les exige y los problemas que, a
diferencia de lo que debiera esperarse, engordan estos tiempos hasta hundirlas
en un océano sin remedio, causándoles a una gran multitud trastornos
depresivos, neurasténicos, ansiosos; volviéndolas insomnes,
irritables, atemorizadas, agotadas y perturbadas.
Conscientes de ello, por ser mujeres, María del Carmen Sanabria y Dulce María Sotolongo nos proponen, dentro de esta pluralidad de rivalidades femeninas, una arista poco tallada en la literatura: la lucha de la mujer contra la mujer. Los relatos atisban y exploran hasta la saciedad esos instintos en que tratan de purgarse al máximo, pero que les genera equívocos, intransparencias afectivas, quehaceres impugnados, abismos caracterológicos.
En su treintena de relatos
retratan con morbosa lealtad a la mujer que nunca acaba de hacerse cognoscible
y busca una satisfacción donde no caben las alegorías, sino dogmas impuestos,
el lúgubre latigazo de la incomprensión, la mordaza escéptica que “Eva”
—generadora del pecado original— aún busca desprender definitivamente de su
género humano.
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