Aún tengo fresco en mi memoria las cantigas con las que mi mamá, de niño, me arrullaba. También aquellas otras historias sobre seres adorables y fantásticos que, con una buena dosis de su propia imaginación, me ayudaron a conformar mis primeros sueños, figuraciones y quimeras. Entre fábulas y leyendas crecí y entre cuentos, anécdotas e invenciones hice amigos, conocí el mundo y me enamoré. Cada una de las historias que me persiguen ha cumplido su objetivo. Unas vienen de bien adentro, de las raíces de mi propia familia; otras me las he fabricado y he querido creer siempre en ellas aunque, para muchos, parezcan la más pura irrealidad. Y es que un artista vive de sus sueños, de sus invenciones y de sus utopías.
Buena parte de estas fabulaciones tienen un punto en común con las esculturas de Susana Celis, quien por estos días expone su Consagración en la Academia Nacional de Bellas Artes San Alejandro con motivo de la 12 Bienal de La Habana. Sus piezas recrean a seres extraordinarios —extintos o no—, dulces y adorables: encantadores, que vienen a relucir en su propia voz y que ella se empeña en narrar muy bien. Dotada de un increíble histrionismo, Susana se desenvuelve contando cómo estos seres se han interrelacionado con el hombre, con la historia y con el tiempo. Ella no solo los moldea como una madre, sino que también les da vida y los cubre. Los viste de los más increíbles materiales ya que, para cada uno de ellos, existe un por qué. Así Espada de Dios —o el Unicornio—, viste de dorado y luce, orgulloso, sus mantras de poder, porque es un ser perfecto. En cambio, el Rinoceronte está bañado en plata de ley y está adornado con figuras en alto relieve de símbolos solares y celestes de la mitología maya y azteca. En él se reconoce al único de esos seres fabulosos que todavía nos acompaña y que representa, propiamente, la sabiduría ancestral. Otros, como Chicomecoatl —o Diosa del maíz— y Así en la tierra como en el cielo —o La serpiente emplumada—, son muy propios de su cultura y no por ello, menos importantes o desconocidos. Cada uno prueba lo significativo que es para el hombre soñar y fabular. Porque siempre ha encontrado en la mitología un lugar de refugio, un lugar para mirarse por dentro y replantearse su destino. Y la mitología ha sido bondadosa al entregarnos —a su vez—, miles y miles de imágenes con las cuales hemos podido construir nuestro mundo.
Existen esculturas que imprimen una energía sobrehumana, que son inmensas y monumentales aunque solamente tengan unos pocos centímetros de altura. Toda su fuerza radica en su solidez, en su eficacia y en su vehemencia, y en ese dinamismo propio que tienen para hacerse notar e imponerse. Así son las obras reunidas en Consagración: son contenedoras de una energía que las vuelve fantásticas.
* La escultora ha dejado de regalo, para la colección de la Academia, la obra Inmortalidad, una pieza en resina con pátina de madera, muy sensual y orgánica, que nos deja ver a dos almas entrelazadas en su camino hacia Dios. Con ella ha querido representar simbólicamente la madurez de cada ser humano en su búsqueda espiritual.
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