Después de muchos años de escrito y de haber sido publicado en España, México y Colombia, se edita en Cuba el libro El reino del abuelo, de Josefina de Diego, Fefé.
Este es un libro hermoso, dulce y conmovedor. Con una prosa sencilla, clara y elegante, con la prosa que piden los recuerdos; son los recuerdos los que llenan estas páginas que cuentan la infancia y adolescencia de la autora, las que transcurrieron en Villa Berta, en Arroyo Naranjo, y que compartió con sus hermanos Constante y Eliseo Alberto; sus padres Eliseo Diego y Bella García-Marruz; sus abuelas Berta y Josefina; sus tíos Cintio Vitier y Fina García-Marruz; sus primos Sergio y José María Vitier y con otros familiares y amigos, entre ellos los miembros del Grupo Orígenes.
El reino del abuelo es un inventario de sentimientos y momentos que no por cotidianos para la autora dejan de ser especiales, no solo para la familia Diego- García-Marruz y los amigos que visitaban Villa Berta, si no para cualquier sensible lector que con este libro rememorará sus propios orígenes.
Fefé de Diego accedió amablemente —lo cual está en su naturaleza— a conversar con Cubarte y volver a recordar.
La publicación en Cuba de El reino del abuelo debe significar mucho para usted, por supuesto…
Sí, siempre tuve la ilusión de que mi libro se publicara aquí que es realmente donde están sus lectores naturales; yo creo que tengo un poco de culpa en esta demora, porque no soy ese tipo de persona que está proponiendo lo que escribe.
Entonces primero un amigo en México (1993), luego otro en Colombia (2009) y después uno en España (2012) me lo publicaron; pero sí había aparecido aquí en una selección que hizo Roberto Fernández Retamar en la Revista Casa de las Américas, lo que para mí fue un orgullo muy grande, y también en Estatuas de sal. Cuentistas cubanas contemporáneas (1996), que es la primera recopilación de textos narrativos de escritoras cubanas, se hizo una pequeña selección. A Mirta Yáñez, una de sus editoras, le gustó mucho y me escribió una bella nota que conservo de recuerdo.
Por suerte, después de ciertos contratiempos, la Colección Sur lo ha publicado y me da muchísimo gusto porque yo he escrito otros libros, libros para niños que son muy entrañables para mí, pero éste es el libro que yo quería y que yo quiero porque esa casa fue muy importante, los juegos con mis hermanos, ya fallecidos, con mis primos, mi familia, con mis padres…
En esa casa también vivió mi padre hasta los nueve años y fue esencial para él. En una conferencia que dio bajo el título A través de mi espejo, lo dijo claramente: «El paraíso de mi infancia tiene un nombre: Arroyo Naranjo».
¿Cómo se llamaba la casa?
Villa Berta, por mi abuela paterna, ya que fue construida por su esposo, mi abuelo asturiano, Constante de Diego González. Mi abuelo sembró todos los árboles del jardín. No era un hombre preparado pues no había podido estudiar, era hijo de campesinos, pero era un amante de la literatura. Le escribió un soneto hermoso a Villa Berta, que ahora no lo recuerdo de memoria, pero es muy bello.
Construyó la casa en lo que antes era Arroyo Naranjo, porque ahora es mucho más grande, abarca Mantilla ya; antes era un pueblito pequeño al que yo le tengo mucho cariño porque allí aprendí a leer y a escribir, allí fui a la Secundaria, íbamos a la Iglesia con mis padres…Yo lo encuentro muy bonito, aunque me doy cuenta de que no es particularmente bonito, pero lo es para mí.
Sus hermanos están presentes en este libro, no solo en sus evocaciones…
Sí, la cubierta es de mi hermano Constante Diego (Rapi) y el prólogo de Eliseo Alberto (Lichi), que es jimagua conmigo, y el libro se imprimió justamente el año pasado en que yo conmemoraba los diez años de la muerte de Rapi y los cinco de la de Lichi. Está dedicado a mi familia, y muy especialmente a mi madre, porque fue ella la que quiso vivir en Villa Berta.
Cuéntenos esa historia…
Cuando eran jovencitos, mis padres y mis tíos, Cintio y Fina, fueron un día a visitar la casa, que en ese entonces estaba alquilada, y mi mamá se enamoró del jardín y le pidió a papá que cuando se casaran y tuvieran hijos, ella quería que estos crecieran en ese jardín y así fue. Hay una foto de esa visita, que fue muy importante, y un poema que papá le dedicó a mamá en recuerdo de ese día.
Entonces, cuando llegó el momento —vivimos en Villa Berta desde 1953 hasta 1968— fue mamá la que organizó toda la casa para que viviéramos en ella; le hizo el estudio a papá en los altos del garaje, que era un lugar maravilloso para escribir, porque había mucha tranquilidad y mucho silencio.
Esa casa está muy vinculada al grupo Orígenes…
Sí, todos los domingos la visitaban, por supuesto, mis tíos Cintio y Fina, mis primos Sergio y José María, pero también Agustín Pi, su esposa Dinorah y sus dos hijos; Octavio Smith, Lezama, que iba a jugar ajedrez con papá, lo recuerdo siempre con su tabaco… También el padre Ángel Gaz telu, que los casó a todos ellos y nos bautizó a nosotros, Cleva Solís, Roberto Fernández Retamar con Adelaida de Juan y sus hijas.
O sea, que es importante también la casa porque ellos se reunían allí, leían sus poemas, conversaban; era un lugar muy particular, además había música porque mi abuelita materna, Josefina Badía, tocaba el piano, también Felipe Dulzaides, su hijo; iban pintores, amigos…
Había una atmósfera muy agradable gracias a mi madre, que nunca escribió un verso ni lo necesitó; ella no tenía ese complejo en medio de una familia de escritores, artistas y locos, como se dice (risas); ella era la que propiciaba que todo el mundo se sintiera —como en el poema de mi padre—, en “el sitio en que tan bien se está”.
Mamá ofrecía su café y se preocupaba porque todos estuviesen cómodos; era una mujer muy cálida, muy linda también, se arreglaba muy bonito.
Para los cumpleaños ella lo preparaba todo, al igual que para las Navidades y los fines de año; vivía en función de los demás, así era, muy buena y muy sencilla. Se graduó de Pedagogía en la Universidad de La Habana, era una gran lectora.
Uno a veces construye sobre su memoria sus propios recuerdos. ¿Le pasó así en El reino del abuelo?
Sí, seguro, fíjate que después yo me di cuenta con mis hermanos que los tres recordábamos los hechos concretos pero cada uno de una forma diferente; es muy curioso eso de la memoria, yo discutía con Lichi y con Rapi: « miren eso no fue así» y me decían «sí mi hermana, tú estás equivocada», incluso por eso yo empiezo el libro diciendo «¿Te acuerdas mi hermano(…)?», que es una pregunta que se hacen los hermanos sobre los recuerdos compartidos solo entre ellos, y que ya yo, desgraciadamente, no puedo hacer, ya no les puedo preguntar: ¿Te acuerdas mi hermano?
Lichi también escribió sobre la casa, ¿verdad?
Sí, escribió un texto poético, como un relato de sus recuerdos; son ciento setenta páginas que aún están inéditas y en ellas yo encuentro que coinciden recuerdos de él y recuerdos míos, pero no exactamente, junto a otros que yo había olvidado.
La memoria es así, lo que no recordaba yo, lo recordaban mis hermanos o mis primos, y así se fue armando lo que fue esa casa; cuando yo estaba escribiendo el libro le pedí a papá que me describiera el jardín y él me hizo un mapa y todo, —lo tengo guardado— pero teníamos recuerdos diferentes, yo le decía «no papá, la fuentecita estaba para acá» y él me decía que no, porque lo recordábamos en momentos muy distintos, pero era el mismo jardín.
¿Cuándo usted comenzó a escribir El reino del abuelo?
En 1991, ya tenía cuarenta años; yo me demoré mucho en escribir porque tenía mucho miedo, la familia, los apellidos…Demoré dos años en terminarlo; lo consulté mucho con mis hermanos, mis padres, mis tíos, también con Adelaida y Roberto, que son como mis tíos, y con amigos.
¿Tenía miedo de que le exigieran mucho?
Sí, pero —ya lo dije en otra entrevista— quizás nadie estaba esperando nada de mí, pero yo tenía ese temor y además esa responsabilidad.
¿Fueron educados intencionalmente ustedes tres para ser artistas o escritores?
No, mis padres lo que querían era que fuésemos felices, no les importaba si éramos artistas o escritores, pero yo sabía que no podía quedar muy mal y por eso me contuve mucho, pero finalmente salió el libro y yo creo que quedó bien.
Eliseo, su padre, ¿pudo ver publicado el libro?
Sí, tuve la dicha de que él lo pudo ver; se presentó en la Feria del Libro de Guadalajara y él murió tres meses después.
¿Le dijo si le gustó?
Sí, me dijo que le gustó, pero lo que pasa es que el elogio viene de muy cerca. Incluso me escribió una notica en la que me dice que lo que le gustaba del libro era su transparencia. Y eso fue lo que me propuse, yo me sentía muy insegura y temerosa y traté que cada “viñeta” quedara como un retrato, un “flashazo” de la realidad, solo eso, un poco velada, eso sí, por una especie de bruma, provocada por el tiempo transcurrido y la nostalgia.
¿Y a Lichi?
Sí, y a Rapi también; Lichi lo dice en La Quinta de los comienzos, su primer libro, que tiene una prosa poética que me gusta mucho, pero ya después él cambió mucho su estilo.
También les gustó a mis tíos Cintio y Fina, pero no me quiero hacer ideas, como dice la gente, porque, como ya le he dicho, el elogio viene de muy cerca.
¿Cómo ha sido la reacción de los lectores hacia su libro?
A la gente le gusta, incluso a personas que no conocieron la casa ni nada; muchos me han dicho a lo largo de estos años que el libro los lleva a los recuerdos de su infancia, aunque fuera muy diferente a la mía.
Mi libro provoca nostalgia por la infancia, la familia, y retrotrae al que lo lee a sus propios recuerdos y me da gusto que así sea.
Después de El reino del abuelo, ¿ha escrito otras memorias sobre su familia?
Sí, y próximamente se va a publicar en España una compilación de varios textos que he escrito y publicado en revistas sobre mi familia; son textos más largos, como cuentos, de una página y media, con una prosa diferente, sobre mi abuela Berta, mis bisabuelos y otros familiares, y tiene una segunda parte que reúne escritos sobre mi padre.
¿Cuál es el título de este libro?
¿Y ya no tocan valses de Strauss?; este título es basado en una anécdota muy simpática de mi abuelita Berta, que era una abuelita muy particular; había viajado mucho, siempre estaba al tanto de las noticias y le gustaba mucho el mar.
Un día, cuando ya ella tenía más de ochenta años, la llevamos a Santa María del Mar, y le encantó, se metió en el agua y todo, y luego decidimos ir al entonces Hotel Marazul a tomar algo, pero lo único que estaba abierto era la discoteca y para allá fuimos.
La música que se escuchaba era «de discoteca», claro, estridente y horrible y de pronto, se apaga la música y mi abuela me pregunta: «Bueno, mija ¿y ya no tocan valses de Strauss?». Por supuesto que estallamos todos en carcajadas y la anécdota se hizo popular en la familia.
Por eso quise tomarla para el título de este libro que no son solo recuerdos míos, sino que en él reproduzco historias que me contaron mis padres y la propia abuela Berta también sobre mis bisabuelos, que no conocí, cubanos y españoles.
Pienso que, a través de ellos, se puede llegar a conocer una parte de la historia en minúsculas, o sea, una parte de los cimientos sobre los que, muy modestamente, se fue formando la familia cubana a partir de estos abuelos del siglo XIX y principios del XX. Es, también, un homenaje a La Habana y a los habaneros, a sus calles, a sus parques y a sus costumbres, pues la mayoría de estos “personajes” vivieron —y descansan ya para siempre— en esta bella ciudad.
Fefé, ¿es en 2017 o en 2019 que se cumplen los setenta años de En la Calzada de Jesús del Monte?
Es en este año. Papá terminó este, su primer poemario, en 1947 y se publicó dos años después en el 49; las dos fechas están en el libro, él siempre decía que era un dolor de cabeza para los bibliotecarios porque en la edición príncipe dice «Ediciones Orígenes, La Habana 1949» y en la portadilla dice «La Habana, Año de 1947».
Se demoró en publicarlo porque no se atrevía a dar a conocer sus poemas; ya había publicado sus cuentos, era conocido como “el prosista del grupo” entre ellos ―Fina, Cintio, Lezama, Octavio―, todos habían escrito poesía, él estaba muy inseguro.
Entonces fue Lezama, según contaba papá, quien le dijo―él imitaba la voz de Lezama y todo―: «Eliseo, si usted no acaba de publicar ese libro, me veré obligado a hacerlo yo, bajo mi firma» y eso fue lo que lo decidió a publicarlo en el 49. Pero realmente lo terminó en 1947, incluso aquí en Cuba se hizo una edición facsimilar en el 87, a los cuarenta años; mi padre escribió este libro a los 27 años, era un jovencito.
En el 2019 coinciden los setenta años de publicado el poemario con los 500 de la fundación de La Habana, y es una buena coincidencia pues el libro está dedicado a una importante avenida de la ciudad, a la Calzada de Jesús del Monte, aunque ahora se llame Diez de Octubre.
Y aunque parece que falta mucho, el tiempo se va volando y ya en el 2020 papá cumpliría 100 años, entonces creo que todas estas fechas se deben tener en cuenta para recordar a Eliseo Diego, porque creo que es el mejor homenaje que se le puede hacer a un escritor, que se lean sus obras, porque ellos viven a través de sus libros.
Estoy hablando con varios amigos aquí y en otros lugares; es una campaña que estoy haciendo para recordarlo.
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